Dina Boluarte es la primera mujer
presidente en nuestros doscientos años de vida independiente. Asciende al poder
a causa del fallido golpe de estado de Pedro Castillo. Para esos récords
tristes en los que uno nunca quiere estar, es también el mandatario que más
muertos diarios ha tenido desde el inicio de su gestión. Dina podría haberse
convertido en una presidente que hubiera facilitado una transición reclamada
por muchas personas y regiones de nuestro país. Podría haber dejado una puerta
con goznes bien aceitados que le hubieran permitido regresar a lides políticas,
si lo hubiera deseado. Podría haber sido una candidata ideal de la izquierda
moderada para elecciones futuras. Como las noticias difundidas en muchos
diarios, todo es un rosario de “podrías”.
Pero no. Prefirió quemar sus naves
para enterrarse políticamente y convertirse en un fantoche, fascinada por el
poder y atrapada por personajes extremos, y con la triste posibilidad de pasar
un buen tiempo en prisión por los crímenes de lesa humanidad que le están
imputando. Ha preferido tomar el discurso vertical y rasero, en vez de tender
puentes en momentos como los que vivimos. Se aprendió los parlamentos y
discursos de varias personas del ala derecha dura para hacerlo suyo, pero con
palabras edulcoradas. Ninguna reflexión ni disculpas por los más de cincuenta
muertos en nuestro país. Cada presentación era una suma de metidas de pata que
quedan registradas para el futuro. Esa reciente reunión con los corresponsales
extranjeros será una de las que más se estará lamentando por todos los dislates
que dijo. Muchos quisieron comparar las declaraciones de Sagasti sobre Piura
por las exigencias de las vacunas durante la pandemia con la irrespetuosa frase
de “Puno no es el Perú”. Sin embargo, a veces cuando uno va por las zonas
limítrofes y ve otras realidades vecinas uno se pregunta si a esos espacios
nacionales les conviene ser parte del Perú. Tantos ejemplos de postergación histórica
que no se atreven a reconocer. Ahora está aislando a nuestro país; las rupturas
tácitas con México, Bolivia y Honduras pueden verse incrementadas con las
tensiones generadas con Chile, Colombia y, parece, Brasil. La ONU exige acciones
de protección de los DDHH al gobierno peruano. Las cadenas internacionales de
TV y radio difunden noticias de las marchas, esas que no salen en los medios de
comunicación masivos peruanos.
A diferencia de Alberto Fujimori que contaba con una fila de fieles seguidores y, también, una buena recua de secuaces; Dina no tiene ese as bajo la manga. Una vez fuera, dudo que los que ahora claman apoyarla, como ahora lo hacen los otrora partidos opuestos a sus principios y los miembros de su actual Consejo de Ministro con el inefable Otárola a la cabeza, muevan un dedo por ella. Dina no tiene un Agustín Mantilla ni geishas que se compren el pleito que se le viene tras su salida. Dina pasará a la historia como una triste muñeca abandonada.