Durante
las últimas semanas hemos sido testigos de ciertas declaraciones o silencios
intencionales de varios personajes del círculo político nacional que lindan con
la desfachatez o, de lo mal intencionado que uno pueda pensar, el cinismo más duro
que pueda emanar de los mismos. Difícil es pensar que estos personajes hayan
emitido declaraciones basadas en una candidez de gente ya ducha en estas lides o
simplemente callarlas por creer tener argumentos sólidos y no discutibles para
sustentar sus propuestas de tal o cual decisión tomada.
A lo
largo de la historia de la política peruana republicana hemos tenido políticos
que, además de demagogos, han sido expertos en tergiversar datos, ideas e
información con el fin de ocultar una grave verdad que afecta al bien común, al
sistema político que infelizmente acoge a este tipo de personas o a la sociedad
en general. No es una práctica moderna o nacional. Aún queda el recuerdo en la
historia norteamericana la forzada renuncia de Richard Nixon por el escándalo
Watergate; por meses, Nixon y su gente trataban de ocultar evidencias
contundentes que desenmascararon el turbio espionaje hecho contra el partido
demócrata y que usó servicios estatales como el FBI o la CIA para empañar las
elecciones presidenciales de 1972. Su sucesor, Gerald Ford, lo libró de la
cárcel. Gajes y favores pendientes.
Los
testimonios de algunos congresistas para defender la elección de dos
cuestionables personajes en el triunvirato del Banco Central de Reserva; la
desopilante comparación entre el bisoño Carlos Moreno y su negociazo, y el
siniestro Vladimiro Montesinos por parte de un congresista tránsfuga (además);
el silencio amañado del burgomaestre limeño frente a dos escándalos vinculantes
que le han estallado en las manos, ligados a la corrupción de Lava Jato y el lamentable
incendio de Cantagallo; y la elección por parte de este Gobierno de un
exviceministro fujimorista cuestionado por corrupción; todo esto nos hace
pensar en posturas que rayan con el cinismo.
Situaciones como estas generan en la población un
total descrédito del aparato político democrático, puesto que, como personas
elegidas por el voto popular, su actitud significa una traición a las
aspiraciones de los votantes, así como a la confianza
depositada por los electores en dichos elegidos. Salvo que los mismos electores
sigan también ese posible camino del cinismo manifiesto en estos últimos días.
Queda la
activa presión de la sociedad civil, así como el compromiso de una prensa libre
para desentrañar a estos personajes y sus patrañas que deterioran nuestra
sociedad. Nixon comenzó su caída gracias a un informante y dos valientes
periodistas que recibieron el apoyo de su diario. Quizá esos buenos ejemplos
podrían acaecer con más frecuencias por estos lares.
No hay comentarios:
Publicar un comentario