Quienes ya pasamos de los 50 y evocamos nuestras épocas
adolescentes escolares, nuestros primeros pininos de amor tenían como
referentes algunos filmes emblemáticos de la época: Melody del director Waris
Hussein y Friends (Amigos) de Lewis Giberth, ambas británicas y con unas bandas
musicales que aún resuenan en nuestras memorias que inmortalizaron a ambas
películas. Para los cincuentones y sesentones actuales, oír a los Bee Gees o
Elton John cantando las melodías principales de ambas historias de amor
inocente nos hacen recordar nuestros primeros efluvios y escarceos amorosos de
adolescente medio extraviado que buscaba “su lugar bajo el sol”. Nuestro
acercamiento hacia la chica o chico que gustaba estaba enmarcado en
interesantes cambios que influyeron en nuestra psique y anatomía, y que se ya
veían reflejados en esos inocentes filmes: las primeras manifestaciones de la
identidad sexual, el descubrir al otro u otra por quien se sentía una nueva a
rara sensación que “alborotaba las hormonas”. Son los primeros ensayos de
nuestro cotejo a la pareja, con todo lo torpe que puede ser en el aprendizaje
complejo que significa enamorarse.
Pero también estaban enmarcados en perspectivas sociales que
removerán los 60 y 70: la libertad sexual, el Mayo del 68, el movimiento hippie
y la revolución de las flores, la minifalda, el consumo de drogas, el rock y la
píldora, la posición contestataria y la crisis de autoridad. Los colegios tienden
a convertirse en mixtos y los jóvenes comienzan a tener un acercamiento menos
prejuicios hacia personas del otro sexo. Sin embargo, el sistema educativo no
era capaz de dar respuestas a todo ese gran grupo de adolescentes que pululaban
por sus aulas. Los colegios religiosos estaban en proceso de reacomodar a un
Jesús más cerca de Puebla por la Teología de la Liberación que el de los
altares lujosos de grandes catedrales. Y trataban de comprender a un mundo que
estaba un poco “patas arriba”; en nuestra nación se daban propuestas de una
reforma educativa más acorde a los nuevos tiempos; pero, como suele suceder,
hubo buenas intenciones, pero no las personas capaces para aceptar el reto. Ya
se hablaba de una educación sexual más abierta, pero diversas instituciones, sobre
todo religiosas, pusieron el grito al cielo.
La sociedad peruana demoraría mucho más tiempo
para poder asumir con mejores herramientas este problema humano que es único y
común, que todos hemos pasado, pasamos y pasaremos. Y que es un quebradero de
cabeza para padres de familia, instituciones educativas y profesores. Esa persona que adolece de muchas pautas y
puntos de equilibrio emocionales tiene nuevos referentes, tanto culturales como
sexuales. Sus descubrimientos sociocorporales ya no se dan en las fiestas rock
de los 60 o 70. Ahora hay nuevos conceptos que asumen con más desenfado el
encuentro con el otro, como son las fiestas semáforo o fiestas arcoíris, o un
acceso totalmente a internet con todos los riesgos que esto conlleva; los jóvenes llegan las más de las veces
con mucha información recabada, pero con pocas habilidades personales para
guardar cierto equilibrio emocional frente a estas situaciones. El incremento
de hogares disfuncionales, no importando la razón por la que se genera esta
situación, abre también un gran abanico de jóvenes que no tienen muchos
referentes en sus hogares y que vienen con esos vacíos a las aulas a buscar
respuestas y una suerte de alivio a este verdadero periodo doloroso de
cualquier ser humano.
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