Hace tres semanas escribí en un diario local un artículo de
opinión sobre el valor de la vida en el Perú. En ese entonces, me motivó
escribir el mismo por la triste muerte de tres bomberos en un misterioso
incendio en Lima aún no del todo esclarecido. Pocos días antes se había
difundido por las redes un estudio realizado por William Chopik de la
Universidad Estatal de Michigan (https://www.indy100.com/article/psychopaths-countries-map-world-empathy-least-seven-lowest-7363926), en el cual se ubica a la sociedad
peruana como la tercera más empática a nivel mundial. El informe resulta de lo
más irónico por la forma en que nosotros concebimos la seguridad y la
prevención, medidas precisamente para velar la integridad de los demás y de uno
mismo. De mantener ese criterio, la sociedad peruana debería de estar entre las
más protectoras de la vida humana. Sin embargo un nuevo incendio este último
miércoles nos salta en la cara. Así pues, todo lo que ha sucedido y viene
sucediendo en nuestro país es una muestra que desmiente la posición de una
sociedad altamente empática.
A lo largo de la historia peruana han sucedido diversas
tragedias y desastres, muchos naturales, otros provocados por la mano del
hombre, sea por intención o por descuido. Los desastres naturales son por ahora
inevitables, pero la falta de previsión y el relajo en las medidas de seguridad
en diversos procesos y protocolos hacen que un desastre sea altamente mortífero
no por acción natural, sino humana. Los siniestros o incendios en
construcciones no son de origen natural o, como aducen algunos, divino; son
producto las más de las veces de la irresponsabilidad, la corrupción, la mala
fe o la ignorancia de personas encargadas de dichas medidas. El uso de ciertos
materiales, el otorgamiento de licencias de manera oscura, el robo sistemático
de ingredientes o el uso excesivo de ciertos materiales que deberían estar de
baja son algunos de los factores nada naturales que han sido grandes causantes
de tragedias que comienzan con un cortocircuito, el desgaste de cables, la
acumulación de material inflamable, etc. La negligencia humana está, además y
hay que resaltarla, en la actitud de conmiseración que se tiene ante ciertas
situaciones que sabemos son altamente riesgosas: un ejemplo de ello es el
comercio ambulatorio que es permitido y hasta justificado para permitir que
diversas personas puedan llevar un pan a sus hogares, cuando en realidad pueden
llevar la muerte a otros. El caso de Mesa Redonda aún resuena para muchas
personas, pero para otras no pasa de ser una anécdota hasta que esperemos otro
gran incendio que cause la muerte de 277 víctimas. Entonces se volverá con
eterna letanía y la búsqueda de culpables. Pero más irresponsable es el caso de
diversas empresas que con el fin de reducir costos no titubean en “sacarle la
vuelta a las normas” con el fin de incrementar sus ganancias adosando su
irresponsabilidad a la vida de sus empleados, obreros o clientes. Basta darse
una vuelta para ver las condiciones con las que ciertos locales de expendio masivo,
centros comerciales, tiendas de departamentos en las que fueron inaugurados y
en las que se encuentran ahora. Veremos puertas selladas, escasez de grifos o
extintores, material inflamable que reemplaza a uno más seguro pero caro, un
largo etcétera que valdría pena revisar, cuestionar y actuar antes de
convertirse en un nuevo crematorio de inocentes.
Así ya podremos decir que somos una sociedad altamente
empática.
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