Domingo 01 de octubre, nuestro último día en Iquitos. Antes de dormir, luego de la caminata por el corazón iquiteño, había arreglado la mayoría del equipaje y preparado la ropa que íbamos a usar para nuestro retorno. María y Soraia se quedaban un par de días en Lima, pero yo me embarcaba a Trujillo esa misma noche. La mala costumbre de dejar las cosas para después o último día nos pasó la factura. Ni el museo que nos interesaba estaba abierto, ni logré comprar el trabajo de madera tallada que vi la noche anterior: nos quedamos con los crespos hechos. Teníamos muchas cosas y lugares pendientes: Iquitos no es para quedarse solo tres días, amerita más tiempo. La ciudad no fue bien recorrida por nosotros, quise visitar el antiguo cementerio de la ciudad para ver el esplendor de la época del caucho en las tumbas de ese entonces. Además, hay un cementerio judío en el interior, como lo hay en Lima y en Arequipa (dentro del Cementerio General, la Apacheta, en el Pabellón británico). No sé si otra ciudad peruana, fuera de las tres indicadas, tiene un cementerio identificado como tal. Además, hay tantas casas que ver de ese esplendor cauchero, así como visitar el convento y seminario agustiniano. Hay muchos lugares.
Una vez arregladas cuentas y deudas, salimos a pasear. María
estaba interesada en ver un espacio que le parecía interesante: la construcción
con palafitos de las casas de Belén. Una vez percatados que las otras cosas
iban a quedar para una segunda oportunidad, buscamos a un guía para entrar a
Belén, que no se hallaba lejos de nuestro hotel. Fuimos al malecón para buscar
a uno bueno; así contactamos con Elmer Ruiz, quien es residente del barrio de
Belén. Vimos los restos de un barco que había pertenecido a un narcotraficante
italiano, Nuestro guía nos dio una breve explicación antes de entrar en el
mercado y luego bajar por sus calles aún no inundadas (hasta la estación de
noviembre hasta marzo aproximadamente), lo que nos permitió ver esa suerte de
Venecia peruana. Pero lo que íbamos a ver no fue tan agradable. Cuando estuve
en 1985 con mi hermana, pudimos ver una Belén cubierta de agua, con todas las
actividades comerciales haciéndose en las transitadas calles de este barrio
llenas de lanchas y peque-peque. Lo que inunda a esta zona no es el Amazonas,
sino el río Itaya. No hay que olvidar que el Amazonas como tal ya no baña las
costas fluviales de Iquitos. Ahora Belén es mucho más grande que en aquella
oportunidad. Lo que sí no ha cambiado es su dinámica comercial. Recuerdo que en
aquella oportunidad varios comerciantes se acercaron a nuestras lanchas a vendernos
sus productos, entre ellos una señora que vendía tortugas charapas pequeñas;
recuerdo que en su manipulación descuidada de los animales, se le cayó una al
piso de la canoa y le partió el cuello. Triste espectáculo. Había un tráfico de
animales y plantas exóticos alucinante. En el avión que abordamos a Lima en ese
entonces, un chico llevaba un pequeño perezoso escondido en su sombrero. Ahora
hay una serie de carteles que penan ese tráfico. Pero cuánto de ellos será cumplido.
Pasamos, antes de entrar a Belén, por nuestro hotel (estaba
en el camino) para indicar que ya teníamos guía (nos estaban buscando uno).
Habíamos ido previamente a la Plaza de Armas y haber visto la Parada Militar.
Nos fuimos, pues, a Belén ingresando por su mercado al que nos llevaba la misma
calle del hotel (Jr. Ramírez Hurtado). En el mercado vimos ya la vida de la
selva, pujante, caliente, dinámica. También vimos todo lo inimaginable de la
dieta charapa: trozos de tortugas,
pequeños caimanes, huevos de charapa, pijuayos, frutas exóticas; vimos pócimas
de amor y daño, mapacho y muchas más que son parte de las costumbres y el
folclor de la selva. Luego de la visita fugaz al mercado (el cual teníamos que
atravesar sí o sí) comenzamos a descender hacia el embarcadero. Aquí ya uno
puede distinguir las marcas del nivel del agua en su temporada alta. A medida
que descendíamos, veíamos más actividades comerciales provisionales así como
las construcciones hechas para aguantar la subida de aguas. Por ahora
caminábamos, pero en nuestro verano, las aguas suben y el transporte es por
tablones o peque-peque. La zona tiene los servicios entorno a estos canales.
Las casas “desmantelan” su primer piso y se mudan a los pisos superiores. Hay
ciertas capillas e iglesias evangelistas que tienen esas características. Pero
también veías cosas alarmantes: la ingente cantidad de basura que se acumula en
la zona y que luego, cuando sube el agua, se la lleva hacia el río. Los
servicios higiénicos se evacúan directamente hacia estas aguas y vemos gente
cerca de ahí nadando o lavándose. Las condiciones de salubridad son mínimas. En
realidad es un milagro que no haya epidemias en la zona. Es un espacio que,
como veíamos con María, debería de ser intervenido para mejorar algunas
condiciones de vida, como instalaciones sanitarias y el manejo de residuos que
abundan por todas partes. Es pintoresco pero a costo de qué. Las casas
flotantes tienen televisores de última generación y celulares, pero sus servicios
higiénicos dejan mucho por desear. Al retornar vimos con más detalles los
productos que se vendían, algunos un poco macabros como los pedazos de tortuga.
En nuestra caminata vimos a unas personas integrantes de una tribu cercana a
Iquitos que iban por apoyo de dinero: iban tocando sus instrumentos musicales y
sus trajes típicos. Al tomarles unas fotos y haberles dejado un par de
billetes, uno de ellos se acercó con tono un poco amenazador para que dé
dinero, le respondí que ya había dado mi contribución y una de las chicas
corroboró lo dicho por mí.
Fuimos a la Plaza de Armas pues nos quedaba aún tiempo y ya
había acabado la ceremonia militar. Esta zona es muy sensible con la defensa
del territorio, pese a que ha sido bastante abandonada por diversos gobiernos y
siempre ha tenido una actitud rebelde. Recuerdo su animadversión contra AGP
durante su último gobierno por haber permitido una serie de concesiones y
gestiones comerciales que no fueron del agrado de la población de la zona. En
la frontera que comparte Perú con Colombia y Brasil, los niños van a zonas
colombianas o brasileñas para estudiar; lo complicado es que ellos aprenden la
historia y la identidad geográfica bajo las perspectivas de aquellas naciones y
debilitan la identidad peruana; pero ¿algo le importa al centralismo limeño? En
este tema, el punto de vista de la gente de esta zona es muy sensible, incluso
algunos hablaban de separarse de Lima por el abandono e indiferencia. En la
Plaza de Armas, nos fuimos a conocer la catedral de San Juan de Iquitos. Es un
edificio emblemático de la ciudad. Tiene una torre que lleva un reloj con
números romanos. Sobre el altar hay 3 murales que relatan la evangelización de
los agustinos en la zona. Muy diferentes a los que vimos en Nauta el día
anterior. Terminado nuestra visita a la iglesia, nos fuimos al hotel para
pegarnos un buen duchazo final y cambiarnos de ropa.
Nos esperaba el taxi, movilidad del hotel. Así nos fuimos al aeropuerto para retornar a Lima. Hasta una nueva oportunidad.
Nos esperaba el taxi, movilidad del hotel. Así nos fuimos al aeropuerto para retornar a Lima. Hasta una nueva oportunidad.
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