A fines
de abril de este año, escribí un artículo sobre la corrupción y las
repercusiones de esta sobre una sociedad. Fue durante los días en los que
estalló el escándalo de los Panamá Papers, que involucraron a casi todas las
personalidades políticas, incluido PPK, y que fueron pasadas por agua tibia
mediáticamente hablando. Días previos a la segunda vuelta electoral, en las
filas del partido naranja iban a estallar dos gruesos escándalos de corrupción
(narcotráfico y tráfico de influencias) cuyos protagonistas se borraron del
mapa (Joaquín Ramírez y José Chlimper, ahora en el BCR). La frágil memoria de los peruanos ha
permitido que estos dos sucesos hayan pasado al olvido mediático. Y desde el
ascenso del actual Gobierno, han estallado varios escándalos vinculados a
tráfico de influencias y uno bastante grave que involucra a la actual gestión
edil limeña con el escándalo Lava Jato.
Para entender más este fenómeno vamos a tomar
prestadas las ideas sobre este tema, presentadas en un artículo en la revista
Filosofía Hoy No 21; describe el perfil de un corrupto: 1) Cree que lo suyo es
más valioso (“sobrevaloración psicótica de lo propio”) frente a una
subvaloración de lo ajeno, y lo hace sin remordimiento. 2) Genera un clima de
credibilidad de tal manera que las personas que son víctimas de sus actos
colaboran con ellos con toda pasividad; por eso detestan la violencia para no
generar inestabilidad en su juego. 3) Es hábil y crea mecanismos que aseguran
una cierta estabilidad para mantener la actividad corruptiva. 4) Se convierte
paulatimente en una persona admirada por dotes intelectuales y capacidad de
“emprendimiento”. 5) Desprecia a las demás personas que, pudiendo hacer lo
mismo, no son arrojados a realizar dichos actos. 6) Y por último, ya cayendo en
los límites de la insania social, tiene una escasa percepción del riesgo y
desarrolla una confianza amparada en la impunidad.
El hombre ha demostrado un instinto permanente a obtener cosas de
manera ilícita y desenfrenada; se puso límites a esta ambición individual, pero
las sanciones y descrédito no son bastante fuertes; por eso, los corruptos
siguen actuando como
si no fueran a ser descubiertos. El corrupto daña a la sociedad, le genera
atrasos en todos los niveles del quehacer humano: tergiversa las relaciones
humanas y pasamos a ser meras fichas de personas e instituciones que no tienen
escrúpulo alguno.
Bertrand De
Speville, abogado inglés y especialista en lucha contra la corrupción, plantea
tres elementos muy importantes para contrarrestarla en una sociedad: la
represión (penas duras sin capacidad de negociación), la prevención y la
educación, eje importante y de los más descuidados en países pobres como los
nuestros. Todo esto enmarcado en voluntad política.
Una sociedad
como la peruana, plagada de personajes corruptos a todo nivel, se debería
autoformularse la pregunta de si existe la voluntad para enfrentar a estos que corroen
nuestros tejidos sociales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario