En lo que va de esta semana una serie de acontecimientos ha permitido
ver cuánto valor otorga nuestra sociedad a la vida humana en general. Hechos
luctuosos como la muerte de un comunero en Las Bambas o la de tres bomberos en
un misterioso incendio en Lima; así como la letanía de la pena de muerte como
solución a la violencia en nuestro país o la posible presencia de escuadrones
de la muerte en varias ciudades del mismo, incluida Trujillo; o el tratamiento
de un posible brote de una epidemia infantil en nuestra Región; cada una de
estas situaciones nos pone en jaque y es interesante ver cómo reaccionamos ante
ellas, ya que es una radiografía de nuestra psique social de cuánto valoramos
la vida humana en situaciones de riesgo. Y más contradictorio aún es el informe
emitido por un estudio realizado por William Chopik de la Universidad Estatal
de Michigan (https://www.indy100.com/article/psychopaths-countries-map-world-empathy-least-seven-lowest-7363926), estudio en el cual ubica a la
sociedad peruana como la tercera más empática a nivel mundial. La reflexión
sobre este estudio es pensar en qué criterio de empatía se está tomando
(cognitivo o afectivo) como lo plantea un interesante artículo de Irene Fernández-Pinto, Belén
López-Pérez y María Márquez de la Universidad Autónoma de Madrid (http://www.um.es/analesps/v24/v24_2/12-24_2.pdf) sobre la perspectiva de la empatía,
el “ponerse en los talones del otro”.
Las situaciones presentadas al inicio de este artículo han
provocado respuestas diversas y contradictorias a lo largo del país, sobre todo
en las redes sociales. Las cargas emotivas descargadas son actos solidarios,
pero con tintes políticos, raciales, económicos, entre otros tamices. El
asesinato de un joven travesti en mayo de este año en La Esperanza no es igual
a la muerte de los tres bomberos caídos este último miércoles, pero quizá tenga
más en común con el comunero muerto el viernes 14 en Las Bambas. Ambos se asemejan
más por su marginalidad y escaso interés para el grueso de nuestra sociedad. Estas
personas muertas en los Andes lejanos o en una cantina de un populoso distrito
son semejantes a los miles de peatones anónimos que intentan cruzar una transitada
avenida poblada de combis o microbuses, o un usuario que pide cualquier
prestación de una entidad pública (Seguro Social, por ejemplo); o una fuerza
laboral juvenil barata disponible a aceptar cualquier trabajo hasta límites
humillantes. Así también podemos entender los “negociazos” en la salud y otros
rubros sociales, la sobreexplotación laboral, el crecimiento del sicariato, la
aplicación de la pena de muerte; en todas estas acciones reales o potenciales
vemos respuestas en la que la condición de vida no es relevante para el que las
ejerce o las desea como solución. Hemos tomado una marcada distancia entre mi
persona y aquel que es “medido” con ese barómetro.
Tenemos un camino largo a discutir al respecto. Pero algo se
ha andado.
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