En 1972 estalla el famoso escándalo Watergate en los Estados
Unidos. Una interesante campaña desinformativa se comenzó a desarrollar a
través de los diversos canales manejados por las personas cercanas al entonces
Presidente de esa nación, Richard Nixon. Esta campaña de la negación fue
desmentida paulatinamente a lo largo de dos años, hasta que las evidencias
mostradas por los periodistas Woodward y Bernstein del Washington Post derrumbaron
toda la maraña legal y comunicativa que había desarrollado la administración
Nixon. Ante tal insostenibilidad, Nixon tuvo que renunciar el 8 de agosto de
1974 para evitar ir a juicio y tener un final más penoso del que tuvo. Ahora
todo esto es historia; sin embargo, estos hechos pasados nos permiten entender gestos
y acciones actuales en diversas contiendas políticas como la que estamos
viviendo.
En las democracias formales, como la que trata de mantener
nuestra nación, muchas estrategias son retomadas de experiencias y ensayos
hechos en diversos procesos electorales en esta y otras latitudes. El poder de
la negación es una estrategia frecuentemente usada por candidatos de toda talla
y talante que quieren ocultar algún dolo para aparentar que todo está dentro
“del marco de la ley”. En la época Nixon, las presentaciones del entonces
Presidente ante radio y televisión era una retahíla de negaciones ante las
preguntas o dudas formuladas por los periodistas. Se acuñó esta frase cliché:
“No se ha robado. Repito: no se ha robado”. Fue casi como la frase
oficial que resonaba en los medios.
En los últimos años nuestra nación ha sido remecida por una
serie de acontecimientos que afectan directamente a casi todos los actuales
candidatos a la Presidencia o al Congreso. Estos hechos impedirían, en otras
latitudes, el retorno o el ascenso en el mundo electoral de tal o cual
candidato. Oscuros negociados, evidencias contundentes de corrupción, compra de
jueces y autoridades, indultos escandalosos, visitas y convivencia con
personajes corruptos; son algunos de los ejemplos que han originado que las
estrategias de comunicación de muchos de los partidos en la actual contienda se
aboquen a una intensa campaña de negación. Frases como “pesada mochila” o “se
robó menos” encierran un mensaje ambiguo que ayuda a esta desinformación. Peor
aún en un país cuyos medios de comunicación masivos no son del todo independientes
y marcan un sesgo por tal o cual candidato al cual ayudan a destilar o borrar
“su pasado”. Sin embargo, hay periodistas y personas que trabajan en el mundo
de la información que mantienen fresca la memoria para una población que carga
sobre sus espaldas haber sido gobernados por el sétimo presidente más corrupto
de la historia mundial. Esa sí es una pesada mochila.
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