Hace una semana advertía la necesidad de estar atentos ante la desidia
que suele envolver a la sociedad peruana frente a diversas situaciones. Dos
hechos, una sorpresiva lluvia y una absurda propuesta política, nos invitan a
reflexionar al respecto.
La lluvia del jueves por la madrugada despertó del letargo nuestros
justificados temores ante la posibilidad de vivir nuevamente esa pesadilla que
fue el mes de marzo para el Norte peruano y para nuestra ciudad, en especial.
La mañana del jueves nos recordó la amarga experiencia de esa semana que sumió a la
ciudad en caos y desesperación de los casi millón de habitantes que viven en
Trujillo. A golpes se aprende y la naturaleza nos lo está haciendo recordar con
cierta frecuencia. Y vale la pena hacer odiosas comparaciones para que nuestro,
muchas veces injustificado, orgullo reaccione positivamente. La misma semana,
en nuestro vecino sureño, se produjo un sismo de magnitud 7,1; en un país altamente
sísmico como lo es Chile, la cultura cívica demostrada por su población es de
resaltar, pues esta ha reaccionado mostrando una educación preventiva y escasa
actitud a la especulación. Un violento sismo quizá sea una dura prueba
definitiva para la sociedad peruana sobre su cultura cívica, tanto de
autoridades como la ciudadanía en general. Los lamentables comportamientos de
muchos miembros de nuestra sociedad nos hacen temer una resaca post desastre
nada alentadora.
El hecho político surgió del interior del actual gobierno, cuando uno de
sus controvertidos integrantes anunció la posibilidad de apoyar el arresto
domiciliario del expresidente Alberto Fujimori. Este anuncio es el colofón de
una larga semana de disquisiciones que hablan de ciertas debilidades del actual
gobierno ante un Congreso movido por la animadversión y condicionamientos desafiantes
de muchos de sus integrantes contra la majestad gubernamental. La reacción
indignada de gran parte de la sociedad se justifica ante la posibilidad de
ceder ante este tipo de extorsiones partidarias que debilitan la sociedad
democrática. Esta circunstancia nos debe de hacer recordar a un insigne
liberteño, José Faustino Sánchez Carrión, padre de la naciente República
peruana. En su actividad epistolar, éste habla sobre la mejor forma de gobierno
para nuestro naciente país, la democracia, y advierte sobre los peligros que
pueden ir surgiendo contra ella. En una de sus cartas anuncia algunas ideas
fácilmente extrapolables temporalmente. Nos alerta sobre “la seducción de los pueblos por el encanto de las palabras con total
olvido de las cosas”; el hombre puede ser “cruel e infame” que “sacrificando
la causa pública con todo su linaje de intriga y desvergüenza, engrandecimiento
personal, prostituye la confianza pública”. Los lamentables ejemplos de
nuestros recientes líderes políticos, expresidentes, no hacen más que validar
estos duros enunciados, clara advertencia para nuestra democracia. La historia
nos sigue enseñando.
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