La
proliferación inaudita de corruptos en Lima ya está tocando a Trujillo. El
Poder Judicial de nuestra ciudad se ve remecido por una serie de acusaciones
que, posiblemente, terminen pareciéndose a los gruesos destapes hechos gracias
a los audios difundidos por diversos medios limeños que muestran el poder del
narcotráfico (origen de la investigación), lavado de activos y tráfico de
influencias. Además, nos permite conocer a una retahíla de corruptos que han desarrollado
un espíritu cínico bajo el amparo de una serie de absurdas justificaciones
legales risibles que los mantiene, aún, en sus puestos. Es cinismo puro.
Jueces, abogados, empresarios, comunicadores, periodistas, políticos hasta
deportistas de antaño, han sido nombrados y pocos, desgraciadamente, acusados y
en prisión. Lo lamentable es que, tras ellos, hay un grupo nutrido de personas
que los defiende, quizá por temor a que la caída de aquellos los involucre
estrepitosamente.
Aunque la
corrupción en nuestro país campea por siglos (hay que leer el libro Historia de
la corrupción en el Perú de Alfonso Quiroz Norris), los eventos del periodo
montesinista y el actual cuentan con claras evidencias de la corrupción: aquel
con vídeos; este, con audios. Pese a todo el aparato legal que jueces y
abogados corruptos quieren emplear para deslegitimar las pruebas obtenidas en
los recientes audios, las evidencias quedan y la sociedad ya está informándose.
Nosotros sí tenemos por qué estar indignados por los recientes sucesos, salvo
que uno sea abiertamente cómplice de cualquiera de estos individuos. Veamos el
perfil del corrupto, según Bertrand De Speville, especialista en lucha contra
la corrupción. Muchos de nuestros personajes identificados como tales encajan
perfectamente. Tomemos a cualquier persona identificada en los audios que sea
un corrupto comprobado o que tiene todas las posibilidades, pese a los
artilugios legales (como prescripciones u otras leguyadas), y comprobamos: 1) Cree
que lo suyo es más valioso (“sobrevaloración psicótica de lo propio”) frente a
una subvaloración de lo ajeno, sin remordimiento alguno. 2) Genera un clima de
credibilidad de tal manera que las personas que son víctimas de sus actos
colaboran con ellos con toda pasividad; por eso detestan la violencia para no
generar inestabilidad en su juego. 3) Es hábil y crea mecanismos que aseguran
una cierta estabilidad para mantener la actividad corruptiva en el campo que se
está desempeñando. 4) Se convierte paulatinamente en una persona admirada por
dotes intelectuales y capacidad de “emprendimiento”. 5) Desprecia a las demás
personas que, pudiendo hacer lo mismo, no son arrojados a realizar dichos
actos. 6) Y, por último, ya cayendo en los límites de la insania social, tiene
una escasa percepción del riesgo y desarrolla una confianza amparada en la
impunidad. Así podemos entender la actitud de Hinostroza, Chávarry, Camayo, un
largo etcétera a la peruana.