Y así se acabó el 2021. El segundo año de nuestro Bicentenario. Una celebración que sirvió para saber qué somos como sociedad o si, en realidad, merecemos serlo.
Las celebraciones del
Bicentenario se deslucieron, primero con la inestabilidad política del gobierno
anterior en el que tuvimos, cual república bananera, varios presidentes en una
semana; todo esto en medio del estallido de la pandemia, el confinamiento forzado
y, luego, con el deplorable comportamiento de muchos ciudadanos de todos los
estamentos sociales y económicos de nuestra sociedad. Hasta ese entonces
pensábamos ser todavía uno de los “pumas” de América, tener una sólida
identidad manifiesta por cantar con más ganas el himno nacional en Rusia 2018 y
tener una de las mejores gastronomías del mundo. Pese a todo, hubo algunas
preparaciones para tan magnas fechas: desde lo académico hasta las edificaciones
simbólicas que, como decía Gilles Lipovetsky sirven para que “celebremos lo que
ya no queremos tomar como ejemplo”. Nuestra nación intentó preparar un programa
interesante, pero en el camino ya vimos lo que nos pasó. Aún recuerdo las
conmemoraciones del sesquicentenario (1971 al 1974) con inauguraciones de
monumentos desde el del desembarco de San Martín en Pisco hasta el obelisco de
la pampa de Ayacucho, actividades artísticas y la impecable edición de la
Colección Documental de la Independencia del Perú de ¡86 volúmenes! (https://sesquicentenario.bnp.gob.pe/#), además
de la producción académica de universidades o institutos. Una intensa actividad
académica de todas las ciencias para la construcción de un sentido de nación. Nuestro
bicentenario iba a ser el derrotero con el que entrábamos a una hipotética
madurez como nación. Pero lo que tenemos es una clase política deslucida presente
en todos los poderes del Estado (Ejecutivo y Legislativo) que nos muestra,
quizás, la anomia social que somos. Con partidos políticos, sin ideología o una
visión de Estado para los cincuenta años, estos han sido el espacio para la
corrupción, decadencia y aprovechamiento personal de cuestionados personajes
que hablan de moral y ética descaradamente. Esto es lo que tenemos en la
actualidad. Leía el prólogo de Carmen Mc Evoy, Valentín Paniagua: el presidente
historiador. Es la introducción para el libro publicado por Paniagua quien hizo
la transición tras la renuncia de Fujimori; este sumió a la sociedad en la
frustración y escepticismo, entre el nihilismo y el cinismo. Tan descolocada
dejó a la sociedad en cuanto a valores democráticos que aún se toma a Alberto Fujimori como un
modelo de presidente: cuatro décadas de deterioro moral, social, institucional;
ese con el que llegamos a nuestras conmemoraciones. El texto de Mc Evoy,
esperanzador, habla del político que piensa en el bien común y proyecta una
nación para todos. 2022 será año de elecciones municipales y regionales. La
brecha es grande y no creo que se esté a las alturas de las circunstancias.
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