El grave incidente ecológico frente a Ventanilla es un cúmulo de errores que ha ido tomando ribetes extremos ligados a una capacidad de negación inaudita por parte de todos los actores involucrados en este desastre, capacidad alimentada por la incompetencia de varios entes reguladores para hallar una rápida solución a esta catástrofe. Y para colmo de males, se ha ido politizando esta desgracia con lo que, al final, un grupo privilegiado sacará alguna ganancia y la mayoría pierde.
A través de este accidente, vemos
una realidad tenebrosa que evidencia una serie de falencias e incompetencias
mortales que arrastran instituciones o empresas de nuestro país. La explosión
volcánica en una remota isla en medio del océano Pacífico ha tenido graves
secuelas en nuestro territorio: en Tonga se reconocen oficialmente a tres
muertos; en nuestro territorio, dos. Fuera del país más afectado, somos el
único país que ha tenido un saldo humano trágico. Tan importante fue esta
noticia para los medios que nunca identificamos quiénes fueron estas dos víctimas.
La Marina de Guerra dio una alerta de oleaje anómalo, ese que arrasó con propiedades
en la bahía de Paracas y dos vidas. En el mundo, esta noticia fue suficiente
para demostrar la precariedad de ciertas instituciones ante criterios a tomar
en momentos críticos. Algunos llaman sentido común. Mientras la institución
involucrada se defendía con argumentos poco sólidos, llegó la noticia del
derrame de petróleo. Demás está comentar todo lo que leemos en medios sobre la
secuencia de errores y justificaciones que provocan indignación no sólo a nivel
local, sino internacional. Tanto es el escándalo que todos los medios han
tenido que ir aceptando los hechos tal como se dieron.
Hay muchas lecciones que este
lamentable suceso nos está dejando. Comenzando por la seguridad frente de
desastres naturales: la respuesta local dada fue totalmente diferente a la de
nuestros vecinos. Además, el centralismo y el poder político y económico
determinan la calidad informativa en nuestra sociedad: dos personas ahogadas en
playas limeñas hubieran tenido portadas estridentes. Y el daño ecológico (suceden
a menudo en nuestra sierra y selva) ha dado una dura lección que permite entender
que esos reclamos de gente que ven sus ríos, lagunas y tierras envenenadas por
cualquier sustancia son muy válidos y merecen la misma atención como la que genera
semejante desastre en costas limeñas. Se anuncia que para recuperar todo el siniestro
desde el punto de vista ecológico (ergo, humano) demorará veinte años. Estos
son hechos sin tintes políticos, son fácticos y comprobables. Se pueden medir
en buscadores de noticias en cuanto al tratamiento de medios de comunicación y
los otros ya se han dado todas las explicaciones biológicas, ecológicas,
ictiológicas posibles. A estas alturas, los silencios indican complicidad o
miedo velados. Roa Bastos escribía: “no hay memoria para el daño”. Lástima.
2 comentarios:
Lamentablemente tiene mucha razón mi estimado profesor, y aún más lamentablemente es que quienes debieran tomar medidas al respecto se tiren la pelota los unos a los otros sin ofrecer ninguna acción acorde a la situación.
Soy un convencido que los cambios en el Perú se realizarán desde la ciudadanía hacia los cargos públicos, cuando debería ser al revés.
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