El fugaz paso de la Selección
peruana por el Mundial de Fútbol Rusia 2018 ha llegado a su fin. La locura
previamente desatada, sobre todo, en los medios de comunicación comenzará a
moderarse o comenzar a apuntar sus baterías hacia las próximas elecciones
municipales y regionales. Aunque aún es muy pronto para obtener observaciones
de esta vivencia, me atrevo a lanzar algunas en base a lo visto y vivido en
estos meses.
La primera está en el desborde
económico, social y familiar que ha significado para cientos o miles de
peruanos que han hecho una serie de acciones poco coherentes, cuyas
consecuencias no están del todo claras y, personalmente, no se vislumbran de
manera positiva. Personas que hayan vendido muchas de sus propiedades o renunciado
a sus centros de trabajo por asistir a un evento dan indicios de una situación
un poco insana de nuestra psique social. A todo esto, los medios de
comunicación y todo tipo de publicidad azuzaron a los débiles consumidores a
hacer gastos más allá de sus posibilidades. La justificación está dada, de
primera mano, en costumbres del libre mercado; una forma para distanciarse de cualquier
responsabilidad de la locura desatada en sectores resentidos económicamente.
Sería interesante tener un porcentaje o una cantidad para saber cuánta gente ha
adquirido deudas de largo plazo por esta celebración que los compromete a ellos
o, peor aún, a sus familias. El hecho de que varias de estas personas hayan
sido entrevistadas y puestas en escena como “modelo de hincha” generó una
absurda envidia comentada por diversas personas de diversos estratos sociales:
lo importante era estar allí sin tomar en cuenta medida alguna. Solo vivir el
momento, el mañana ya se verá. Quizá varias personas no retornen al país y
engrosen las filas de emigrantes ilegales que pululan por las calles de Europa;
aquí las condiciones laborales no son óptimas habida cuenta que ahora hay
inmigrantes extranjeros, sobre todo, venezolanos calificados que pueden suplir
esos puestos. A menos que sus empresas les hayan otorgado unas generosas
vacaciones, como parece ser se las han dado a los congresistas que decidieron
estar presentes en el evento deportivo.
La otra es la desproporción
para juzgarnos y juzgar a estos jugadores endiosados y perdonados por la gente.
Se le pide a una persona que gana un sueldo mínimo de 950 soles a hacer bien su
trabajo, so pena de despido, ¿y no exigirles la misma responsabilidad exigida
a los demás a una persona que gana igual cantidad, pero, por hora, que es de dedicación
profesional exclusiva en ese rubro, que gana mucho dinero extra en aparecer en TV
o en cualquier publicidad deportiva, de bebidas, de Cajas Municipales o Bancos,
de televisores, de campañas políticas? Indudablemente nuestra autoestima está
modulada por la voluntad comercial detrás de ellos. Sino no se entendería que
la gente llore y cante a gritos el Himno nacional en un partido y no en lo
trascendente. Pan y circo.
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