Las últimas semanas me he
visto involucrado en una serie de eventos y situaciones que dan pie a este
artículo. Participé en varias charlas sobre la delincuencia en nuestra ciudad,
una sobre el Mayo del 68, una exposición colectiva de arte sobre la violencia.
Además, he sido testigo de la partida de una amiga que decidió retornar a su
país de origen; otro amigo prepara sus papeles para cerrar su negocio e irse
con su familia para buscar una mejor calidad de vida. Ya hace dos meses que mi
hermana estuvo por Trujillo y otros amigos más que alguna vez residieron en
nuestra ciudad; la impresión que se llevaron cada uno de ellos fue la de un
total desencanto, no solo por el lamentable estado en el que ha quedado la
infraestructura vial urbana, sino por el deterioro acelerado de las relaciones
que las personas e instituciones tienen con el ciudadano de a pie. Muchos
amigos y conocidos han optado por irse, cansados de la indiferencia y de la
anomia en la que está cayendo nuestra ciudad, que es en cierta forma la que
está sucediendo en casi todo nuestro país, pero más acentuado en Trujillo.
En las exposiciones sobre la
violencia, fuera de la debilidad de las autoridades y la corrupción engastada
en todos los niveles, se destacó la indiferencia de la ciudadanía frente a los
numerosos hechos que la compromete y, ante las cuales, tiene poca capacidad de
reacción. Odiosas comparaciones se me vienen a la mente: mientras la algarabía
por el irregular retorno de un pelotero colmaba a los trujillanos, el puerto de
Salaverry fue dado en concesión con alcances no del todo claros, sobre todo en
el manejo de espigones, causantes principales de la fuerte erosión de nuestro
litoral. El Sur peruano se levantó ante el alza de impuestos dada cuando en
toda esa cortina coyuntural futbolística podía acallar cualquier acción de
protesta. La sociedad civil trujillana no ha tenido capacidad de respuesta y
los posibles afectados con estas proyecciones (desde Las Delicias hasta
Huanchaco) no han hecho alcanzar sus preocupaciones. No sé si les preocupe
perder sus propiedades. El derecho a la protesta en inherente al hombre cuando
este ve amenazados sus reales intereses o el de los suyos. Lastimosamente, la
década fujimorista tergiversó el sentido del reclamo justo de nuestros derechos
como actos terroristas: reclamar puede ser sinónimo de desadaptado social o un
potencial vesánico. O simplemente la gente se aturdió, se alertagó.
Sin embargo, también fui
testigo de una acción hecha por los ciudadanos reunidos para un fin común. Somos
vecinos de un colegio que trasgrede las normas de sonido y de limpieza, el cual
usualmente usaba las calles como un botadero, incluso de su mobiliario vetusto.
Por la presión del vecindario, cambiaron el mal hábito de desechar su basura
sin importarle la vecindad al de actuar correctamente como le debe de competer
a una institución que dice inculcar valores. Presión social efectiva.
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