En los relatos históricos de los reyes hispánicos, hay varios
datos interesantes y espeluznantes de aquellos hombres y mujeres que recibían
el derecho divino de gobernar sobre millones de súbditos. Historias secretas
como el posible asesinato accidental del infante Alfonso de Borbón por el
anterior rey Juan Carlos de España; o la locura de la última de los Trastámara,
Juana la loca, son algunas de las perlas dinásticas. Pero la que se lleva los
créditos es el oscuro fin del sucesor Don Carlos, el cual nació con evidentes
taras y poco equilibrio emocional. Según el historiador Javier Marcos y otros
biógrafos de Felipe II, Don Carlos “tiró
a uno de sus criados por la ventana [..], apaleó a algunas niñas, amenazó con
un cuchillo en la garganta al Duque de Alba [..] e incluso, de un mordisco,
arrancó la cabeza a una ardilla viva”. Parece que su padre no tuvo mejor
solución que provocar su muerte para evitar que tamaño personaje ascendiera
al trono por derecho propio. Los
ingleses tuvieron a uno sombrío en Ricardo III, quien recién recibió sepultura
real cinco siglos después de su muerte. Franceses, italianos, rusos, todas las
naciones que llevaron reinados hereditarios tuvieron personajes que cubrían su
incapacidad y su reñido comportamiento solo por tener una divina justificación.
La Revolución Francesa, bajo la inspiración de las ideas de
Rousseau y Voltaire, no solo cortó la cabeza del rey sino el concepto mismo del
poder hereditario. Algunos estados monárquicos, ante las tristes evidencias
históricas, también han puesto límites y salvaguardas ante posibles dislates
reales. Además el concepto de partido político surge como consecuencia de la
necesidad de ir reemplazando los cuadros gubernamentales reales y preparar a la
gente en rubros de gestión pública.
Pero la historia nos muestra que los hombres tendemos a
olvidar los errores cometidos y volvemos a ellos. En la actualidad, las
inspiraciones monárquicas surgen con bastante frecuencia por nuestros países. Pareciera
que la constitución de partidos políticos en nuestras naciones obedece, en el
fondo, a la formación de castas reales
para perpetuarse con el control de sus súbditos. El caso de los hermanos
Cáceres en el Sur peruano es fiel reflejo de la forma de pensar de muchos
“líderes” políticos que siguen los pasos de Piérola u otros caudillos. Los
comentarios poco afortunados del electo primer congresista de la República
evidencian claras intenciones de tener el poder a perpetuidad.
Es un buen momento en que los peruanos, los
votantes, hagamos una radiografía de nuestros partidos políticos. Muchos de
estos son manejados como chacras privadas, nombrando o destituyendo a dedo a
personas a su antojo, desplazando a personas capaces por otras serviles y
útiles a su ego. En camino a nuestro Bicentenario, como sociedad, debemos de madurar nuestra política a través de los espacios
creados para la Res Pública: el partido político.
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