En los últimos días, el ambiente electoral ha pasado a ser
una verdadera incógnita en la que el electorado peruano se encuentra sumido en
el aturdimiento. A casi un mes de las elecciones presidenciales y congresales,
la lista de 18 candidatos que iniciaron la carrera electoral ha quedado
reducida a 14; uno por retiro voluntario, otro por decisiones gubernamentales, y otros dos por tachas a sus
candidaturas. La primera es una sana ocurrencia que se da cuando un candidato
pulsa la realidad y ve que sus oportunidades son bastante magras. En versiones
anteriores, algunos candidatos han hecho lo mismo y lo más coherente es
retirarse de unas justas en la que ya no vale la pena hacer una inversión de
energías y dinero tanto para el candidato como para sus seguidores y partido. La de Urresti es una acción de sacrificio del candidato hecha para salvar la existencia del partido. Las otras tienen otra razón. Las tachas, salvo caso de gravedad evidenciada como puede ser esta coyuntura, suelen
darse al inicio de cualquier periodo electoral para que esta situación no
enturbie la transparencia institucional de un proceso bastante sensible en una
sociedad que muestra bastante escepticismo con organismos públicos, como es el
caso del Jurado Nacional de Elecciones. Ya esta entidad se ha visto involucrada
en situaciones bastante escandalosas como las famosas reelecciones de Alberto
Fujimori, la última bastante cuestionada por los organismos inspectores
internacionales que supervisaron todo el proceso.
Estos acontecimientos están acentuando en
nuestra sociedad una suerte de caos social y político heredado en las últimas
décadas, generados por una “desorganización moral”. Las marchas y contramarchas
de JNE y el JEE han dado la sensación de improvisación, de parcialización y
dubitación que no hacen nada bien al periodo electoral. Nuestra madurez
política es una utopía, estamos bastante lejanos a ello. Por lo contrario,
nuestra sociedad manifiesta rasgos peligrosos desarrollados en las últimas
décadas. La sensación de desorden está calando todos los niveles del tejido
político hacia una anomia. Tomando como fuente al analista chileno Rodolfo
Leiva, quien hace un estudio sobre la anomia política, esta se produce en
condiciones de debilitamiento del aparato institucional y el alejamiento de la
ciudadanía en la participación política originando “una escasa cohesión de la sociedad con baja integración de los
individuos, sumado a la ilegitimidad, la corrupción y la escasa justicia. Lo
que genera la llamada crisis de participación, de representación, la
desafección política, la escasa ciudadanía y la consolidación del poder en base a minorías. Es decir, una apatía
política”. La coyuntura actual está alimentando esta situación tan
generalizada en el electorado, inmaduro, volátil y manipulable por una serie de
personajes que, lejos de consolidar principios políticos necesarios para
cualquier sociedad, hacen de la masa votante un grupo de incondicionales nada leales e irresponsables de
las decisiones que tomen (o no) una vez hayan sido elegidos. Los lamentables
ejemplos de congresistas improvisados y tránsfugas validan.
Futuro nada auspicio para nuestra política nacional.
Gerardo Cailloma
(Publicado por extractos en el Diario La industria 13 de marzo)
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