Se cierra un año más, un año fructífero. Pese a diversas las
circunstancias que obligarían a uno mejor quedarse en casa, este 2013 fue un
año que me permitió conocer bellos parajes, interesantes ciudades y muchas
personas simpáticas dispuestas a compartir las bondades de sus ciudades o
pueblos, y los secretos que estos encierran. Este año tuve la oportunidad de
viajar a Tacna no sólo para encontrarme con viejos amigos, sino para visitar la
sierra de esta zona, una sierra amable, poco agreste y con bellos tesoros que
los turistas chilenos admiran más que los peruanos. Pero en el mes de marzo
hice un viaje, con un grupo de amigas, mi harem, a la ciudad de Chachapoyas.
Todas ellas, Lorena, María, Elsia e Isabel, iban por primera vez a esta ciudad.
Para mí, era mi cuarta visita, pero es un lugar en el que siempre hay tanto
para conocer. Y así iba a ser. Había contactado previamente, vía internet, los
servicios de un hotel céntrico y desde el cual íbamos a hacer todas nuestras
actividades. Esos dos únicos días tenían que ser exprimidos al máximo, pero las
lluvias de verano iban a jugarnos malas pasadas. Habíamos salido un viernes por
la tarde para estar a temprana hora en Chachapoyas y empezar nuestra visita a
Kuélap, un sitio arqueológico que he visitado en todas las oportunidades
previas. Ya prontos a llegar a la ciudad, un derrumbe había cubierto la
carretera en un breve trecho, pero iba a tomar regular tiempo para ser
reabierto. Llamé a nuestro hotel y la administración nos envió una movilidad
(la misma que nos iba a llevar a Kuélap luego) para recogernos. Caminamos
cierto trecho y llegamos al lugar en el que se había aparcado la camioneta; en
realidad, estábamos muy cerca de la ciudad. Llegamos a nuestro hotel, tomamos
un rápido desayuno y salimos rumbo al sitio arqueológico: el viaje fue bastante
emocionante, habida cuenta que en temporada de lluvias se vuelve muy
dificultoso. Un tramo bastante breve está asfaltado, el resto es trocha; el
lodo se veía a lo largo del sendero. Nos detuvimos a contemplar la belleza e
imponencia de Macro. Siempre hay algo que ver por ahí. No había muchas
movilidades que iban en dirección a nuestro objetivo, así que hacer todos los
contratos para el almuerzo no eran complicados. Recuerdo cuando fui para
fiestas patrias y tanto la ruta como el lugar era un hormiguero. Hechas las
gestiones, nos fuimos hacia el complejo. Llegamos sin contratiempos a una buena hora.
Recorrimos el lugar y nos dimos con la triste sorpresa que muchos muros están
colapsando. María, como buena arquitecta, estaba sorprendida por el descuido
que presentaba tan bello lugar. Ascendimos a las plataformas que albergaban,
hipotéticamente, a las castas de esta cultura. Las explicaciones para obtener
el agua siguen siendo bastante complicadas, pero todo parece que el agua era
acarreada desde las partes inferiores. No hay evidencias de reservorios, ni
fuentes de agua por las cercanías. Menudo trabajo. Esta vez sí me preocupó todo
ese gran muro en peligro de caer, nos advertían no acercarnos a ciertas zonas
por temor a derrumbe o desprendimiento de rocas. Aunque tarde esta crónica, el
sitio permanece y los ciudadanos de Chachapoyas, el mundo arqueológico,
entidades privadas del turismo y el Estado deben canalizar esfuerzos para el
rescate de este soberbio lugar, como otros tantos que hacen de Amazonas un
departamento tan rico como Cuzco. Es casi su equivalente en el Norte peruano. A
las tres de la tarde comenzó nuestro retorno. Almorzamos con calma, una deliciosa
sopa regional con quinua y luego trucha. Llegamos a Chacha a golpe de 6 y
media. Luego de un buen duchazo salimos a cenar, no sin antes visitar la nueva
iglesia que reemplaza a la caída en un terremoto y visitar las calles aledañas.
Han hecho bonitos paseos por los que puedes caminar y ver cómo han restaurado
varias casas, algunas ya convertidas en hospedajes simpáticos. Fuimos a un
restaurante típico a cenar y para cerrar la noche, fuimos a otro a tomar un vino
entre todos nosotros para celebrar nuestro primer día de aventuras. Antes de
irnos a dormir, salimos a la plaza y cayó un corto chapuzón. Nuestro hotel no
estaba muy lejos, así que nos dirigimos al mismo para preparar nuestras cosas
para el día siguiente.
Temprano, ya domingo, fui al mercado a comprar pan; el pan de esta zona
es muy rico y tienes muchas variedades; vino María conmigo y escogimos frutas
diversas para llevar a nuestro nuevo objetivo: Gocta. Había quedado deslumbrado
de todo lo que informaban al respecto y lo vi “con mis propios ojos”. Sin
embargo, previamente, íbamos a experimentar ciertas situaciones que no teníamos
la menor idea. El viaje se hace por la carretera que va a Pedro Ruiz, la que
íbamos a tomar esa noche para retornar a Trujillo. Aún se veían los rastros del
deslizamiento y veíamos el caudal del río Utcubamba bastante cargado. Hay
muchos tramos en que la carretera va en paralelo al río, atravesando túneles y
en zonas donde el caudal casi toca el pavimento. En el camino ves
desprendimientos de rocas, algunas lo bastante grandes como para obstaculizar
tu camino. Llegamos al poblado de Coca y doblamos hacia la derecha para
ingresar hasta Cocachimba, por una estrecha trocha. Cocachimba es un lugar
simpático y ya los habitantes se han organizado para poder ofrecer diversos
servicios a los viajeros atraídos por las cataratas. Hay pequeños hoteles, pero
ya un español ha construido un hotel de ensueño desde el cual ves las cataratas
como si alimentaran las aguas de la piscina del mismo. Nuestra visita era por
el día y fue una pena que no nos hayan advertido más para poder haberle sacado
el jugo. La caminata toma más de dos horas y es una caminata que demanda
resistencia física, tenacidad y paciencia. A lo largo de la ruta ves la
catarata, pero demoras más de horas en llegar a ellas. El sendero está muy bien
trazado, pero es accidentado e irregular. No va en ascenso o descenso. Vi a un
par de viajeros que llevaban los bastones que te sirven para asegurar tu
marcha. Si llevases esos bastones, harías el trayecto más rápido y menos
esforzado. Todo el grupo decidió no tomar caballos, sino caminar. En realidad,
no sabías lo que nos iba a pasar. Como uno es una persona sedentaria, pegada a
su auto y a su mesa de trabajo, el caminar tantas horas nos iba a pasar la
factura. Felizmente no había sol que nos retumbase sobre la cabeza, pero sí
humedad que hacía más pegajoso nuestro sudor. Si no hubiéramos tenido la
presión, además, de tener que retornar temprano a Chacha para nuestro bus a
Trujillo, hubiéramos disfrutado más el lugar. Creo que el hospedarse en la zona
sería lo ideal, ya que tus tiempos serían otros, podrías salir más temprano
para evitar el calor, disfrutar más la catarata y regresar pausadamente, sin
apuros. Para la próxima vez. Pronto, Isabel, una acompañante del grupo pidió un
caballo. Nuestro guía, Don Telésforo, iba a acompañar más al grupo de Lorena,
María y Elsia hasta la meta. En el camino vas viendo parajes bellos, todo
cubierto por la vegetación. Hasta que llegamos a nuestro destino.
Impresionante. Las cataratas centrales no están solas, hay otras pequeñas cerca
de la mayor, tan altas como la principal y que es reconocida como la tercera
catarata más alta del mundo. Su caída tiene “dos tiempos” y una vez que llegas
a la parte final de esta, una gran garúa cubre el lugar; por esa razón, debes
ir con un poncho de plástico para que no termines completamente mojado. Nos quedamos
casi media hora en el lugar, disfrutando el paisaje. La gente llega al lugar y
suelta sus emociones, todos juegan con las finas gotas y se quedan embelesados
viendo la imponente caída. Don Telésforo, ya en un descanso, nos contó algunas
leyendas que hay del lugar y, algo más triste, la amenaza de minería de oro
hallado en el lecho del lago que se encuentra en la parte superior y que da sus
aguas a la catarata. Si sigue
la ambición de grandes y chicos, esta belleza se
extinguirá en poco tiempo.
El retorno fue también accidentado. Me había agenciado de un bastón que
había tenido Isabel y que me lo obsequió. Hacia el final del camino, el pobre
estaba casi quebrado. Había cumplido su noble misión. Devoramos nuestro
delicioso almuerzo, la caminata nos había abierto el apetito. Ya en nuestro
bus, y con la prisa de estar en Chacha para arreglar nuestras cosas, cancelar
el hotel y cenar algo previamente, pedimos al chofer que regresáramos a la
ciudad. Nuestros reclamos fueron oídos y llegamos a las 6:30 aproximadamente
para hacer los últimos arreglos. Ya en el hotel, me encontré con un amigo de la
PUCP que no veía en años Hugo Fukushima, quien ya tiene años trabajando en la
zona. Grato encuentro. Arregladas nuestras cosas, salimos a buscar un chocolate
caliente para el viaje. Nos levantó el espíritu, pagamos nuestro consumo y
saliendo para ir al hotel, se desató un fuerte aguacero. Pensé, íntimamente,
que el camino de retorno iba a estar bloqueado por deslizamientos u otra cosa
así. No, nuestro retorno fue tranquilo y feliz.
1 comentario:
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