2021: elecciones presidenciales y generales para un nuevo periodo en el Bicentenario de nuestra independencia política. Un nuevo escenario político que comienza a regir sobre las nuevas decisiones y cambios en lo que resta del periodo del actuar poder político. En otras palabras: ya empezó la campaña electoral, comienza el populismo en acción.
El populismo no es una
modalidad política muy antigua; aparece a fines del siglo XIX y, desde
entonces, trata de fagocitar las democracias formales débiles y bajo una
presión social y económica fuerte para existir. Sin embargo, el populista
desprecia la democracia como forma de gobierno, pese a que utiliza todas las
reglas del juego de aquel sistema para catapultarse al poder. Es la forma cómo
se legitima ante la sociedad interna y externa de una nación; por eso, los
dictadores no caben en esta categoría. Los populistas han convertido la
política en un circo, puesto que en los últimos años han recurrido a las formas
populares, incluso las más ramplonas, para atraer a su público objetivo.
Necesitan de las masas para vivir, les succionan la mente y tratan de
comportarse como ellos: por eso, los mítines son espacios para vedettes,
futbolistas o grupos de música chicha, en el caso peruano. Mucha gente confunde
al populista con un izquierdista: aunque dice preocuparse por el pueblo, es una
posición ideológica totalmente opuesta al comunismo; es más, es un zafarrancho
de ideas adecuadas a la coyuntura, como una suerte de ameba social que aparenta
compromiso y sensibilidad social. En la historia los más grandes populistas,
Mussolini y Hitler, fueron enemigos acérrimos de movimientos sociales pese a
que sus partidos se decían llamar socialistas. Sus estrategias de movilización
social, eso sí, fueron empleadas por las extremas derechas que los utilizaron
como tapón. En nuestro país, tal como se ha descrito líneas arriba, hemos
tenido muchos gobernantes de ese talante, con matices en sus perfiles que
terminan fascinando no solo a una población desesperada de legitimidad y atención,
sino por intelectuales y personas con formación personal relevante. Fujimori,
por ejemplo, tuvo a varias personalidades académicas que justificaron sus
atropellos contra DDHH o los opositores de su régimen, el que iba cayendo cada
vez más en la corrupción. Son personas que buscan el reconocimiento de su labor y,
al igual que el corrupto, justifican sus actos como una acción justa hacia el
pueblo, que lo aclama y se admira de sus hechos, pese a que estos son obligaciones
que le corresponden a su función.
En los próximos meses, veremos
atentamente cómo ideas desfachatadas surgen en el marco de esta situación
extrema de una sociedad golpeada en su economía y en su sanidad. Campo ideal
para un oportunista avezado como lo es cualquier populista. Así, jugando con la
necesidad de una masa electoral enceguecida y enfurecida, esta pueda poner en
el sillón presidencial el pináculo de su desgracia.
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