15 días, una quincena. Tras la
última semana cargada de muchas tensiones, también tenemos muchas lecciones.
Muchas cosas por cambiar a futuro, un futuro que se vislumbra incierto. He
visto y leído muchas buenas voluntades, ingenio y capacidad de respuesta ante
la incertidumbre de lo nuevo que se vendrá; sin embargo, se han visto actos y
reacciones censurables por personas de toda condición.
En mi artículo anterior,
hablaba sobre las desmesuradas acciones ocurridas desde el inicio del evento.
Muchos personajes públicos reaccionaron contra las medidas que se han dado;
pero vemos que muchas naciones, en un principio reacias al aislamiento forzado,
han comenzado a actuar de la misma manera. Siendo un virus de alto contagio, el
aislamiento social es un principio inmediato. Estamos frente a medidas
totalmente nuevas para nuestra sociedad. Son perfectibles, como cualquier
respuesta que se dé; hay vacíos, los hay. Hay muchos casos desesperados, los
hay y los habrá. Ante una situación como esta, con tanta población a la que se
la ha impulsado a la iniciativa personal (emprendedor de micro y mediana
empresa), el Estado busca los medios de poder proteger a una gran población vulnerable.
Hay una gran población marginal, la cual tiene escasos o nulos medios para
responder a esta situación. La actitud de romper el aislamiento se entiende por
su necesidad de ganar el pan diario. Pero el hecho de que haya individuos que
salen para festejar o reunirse para “celebrar” esta pandemia debe de ser
sancionado drásticamente. Hubo un caso de exceso por parte de un militar con un
ciudadano en Piura, acción censurada por la misma institución; pero, lamentablemente,
hay casos de reincidencia. Llevar esta gente (quizá infectada por su
irresponsabilidad) a la cárcel conlleva un peligro para la población
penitenciaria, pues esta tiene nulos medios de protección. Y otro censurable
caso es de los congresistas que, en plena expansión del virus, deciden hacer
una sesión presencial para discutir la aprobación de una comisión
multipartidaria que evalúe las acciones de este gobierno y la delegación de
facultades a la Comisión Permanente. La angurria del poder sobre la ponderación.
PD. El viernes falleció
Marcela García; una amiga comprometida con una participación más activa de la
sociedad civil en el seguimiento del compromiso y comportamiento de políticos
de diversos estamentos: alcaldías, gobiernos regionales u otras instituciones.
Su aspiración fue la de convocar a todas las instituciones civiles
(empresariales, culturales, educativas, etc..) a asumir un compromiso más
activo para evitar el avance de lacras enquistadas en nuestra sociedad: la demagogia
y la corrupción. Nuestra inacción ha permitido que muchas promesas electorales
sean parte del catálogo de demagogos y la corrupción, íntimamente ligada, haya
avanzado a niveles insospechados.
El sueño de Marcela debe de
ser nuestro derrotero común como sociedad, ahora más que nunca.
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