El coronavirus llegó al Perú. ¡Hay
que salvar nuestros hijos, hay que matar a todos los enfermos y comprar todo el
papel higiénico y botellas de gel que haya para poder proteger con estos a mis
párvulos embadurnándolos y envolviéndolos como una momia egipcia! ¡Los
venezolanos la han traído, bótenlos al mar! ¡Ya hay 38 contagiados y el curita
ya murió! Pero ¿por qué el gobierno toma medidas tan drásticas como cancelar
las clases de mis hijos del colegio y la universidad? Pucha, o sea que por
culpa del virus ya no podré ir al estadio a ver al equipo de mi corazón, ni
compartir un par de chelas con un solo vaso con mis patas; no vale. Y no podré
ir a celebrar mis fiestas patronales, ni cargar el anda en la procesión. ¡No es
justo! Así es cómo, lentamente, la incongruencia y una suerte de insania se han
comenzado a instalar en la psique social de los peruanos y de todas las
personas, en general.
La situación del coronavirus
ha desnudado la sociedad peruana, no solo en su parte política y legal, sino en
lo social y antropológico. Así como hay actos altruistas, hay también
manifestaciones del lado más ruin que puede ocultar una persona. Desde el punto
de vista gubernamental, las acciones tomadas han sido las correctas: primero
evitar que millones de niños (no hay mortandad entre ellos, pero son agentes
conductores) y jóvenes adquieran el virus, sea por los encuentros en aulas
escolares, sino en el pésimo servicio público privado, pues miles de vehículos
sucios (combis, colectivos, micros, buses de 25 años de antigüedad o más)
llevan como ganado a estos grupos sociales hacia y desde sus destinos. ¿Cree
uno que diariamente estos vehículos son limpiados con desinfectantes? Viajar
apiñado es exponerse a contraer, más que el colegio o universidad, el dichoso
virus. Es raro que no se haya abordado este tema. ¿Muchos intereses de por
medio? Ahora queda en las conciencias de padres y madres no exponer a estos en
sitios masivos; la gente tiene graves problemas de comprensión, pues
tergiversan los mensajes enviados por los medios correctos. Muchas lecciones
positivas se pueden sacar. Si la familia refuerza lo aprendido por los niños en
aulas sobre la limpieza, habremos dado un gran paso. La pelota está en el
terreno familiar. Por otro lado, las acciones
de apoyo al sector productivo son correctas en la medida de lo posible. Podemos
volver a una suerte de normalidad, si es que acatamos las reglas. Italia fue
una muestra del dejar actuar libremente y ahora acarrea el desastre que tiene. Pero
un matiz centralista relució inicialmente; todo a Lima. Ahora ya han
descentralizado las unidades de análisis a las grandes ciudades. Ojalá hubieran
actuado así con el dengue, tan lejos de Lima, tan lejos.
Se reclama agua. Ahora es el
turno de los políticos. Dirigir el gasto hacia zonas de alto riesgo es
despilfarro. Desde 2017, estamos esperando que actúen correctamente nuestras
autoridades locales. ¿Lo harán?
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