Estamos viviendo una nueva catástrofe natural con las
consabidas consecuencias sociales. Una raya más al tigre. Desde que tengo uso
de razón, nuestro país ha ido acumulando una serie de medidas para atenuar la
desgracia que genera cualquiera de estas catástrofes. Terremotos, aluviones,
inundaciones, epidemias han desnudado nuestra informalidad, la cual puede
obedecer a la ignorancia, a la desidia o, la más grave, a la corrupción.
Los antiguos habitantes del actual territorio peruano
usaron diversas estrategias para poder convivir con estos desastres. Era una
forma de supervivencia, pues está demostrado en la historia que grandes
catástrofes fueron la causa de la desaparición parcial o total de algún pueblo,
ciudad e, incluso, cultura. Es regla universal: grandes sequías derrumbaron al
Imperio Egipcio. La hambruna hizo que grandes pueblos nómadas rebalsaran el
Imperio Romano. La peste bubónica devastó un tercio de la población europea y
significó el debilitamiento de ciudades, reinos o familias reales; con solo
indicar que es uno de los factores importantes del fin de una edad, la Edad
Media. Cautos de esto, muchos estadistas planificaron sus ciudades, vías de
comunicación, zonas de producción agrícola con el fin de prevenir cualquier
desastre. La naturaleza es poderosa, pero enseña a todos cómo saber llevarla.
Un animal, sufrida una primera experiencia con un elemento natural, no acomete
el mismo error. Pareciera que el hombre carece de este don. Sin embargo,
tenemos ejemplos notables del antiguo Perú que trataron de domeñar el
territorio: los tambos cumplían esas funciones, grandes almacenes de alimentos
no perecibles que podían soportar heladas, sequías o riadas. Hay que destacar
la función de la andenería, que no era un capricho estético, sino un uso
racional de tierra y agua. Las ubicaciones de palacios, templos e, incluso,
ciudades obedecen a una serie de medidas de prevención que, en su conjunto, no
se presentan en la actual sociedad peruana. Es de destacar que Chan Chan, vista
del aire, no se halla ubicada en lecho de ríos secos alimentados por diversas
quebradas que rodean a la ciudad, a diferencia de Trujillo que ha sufrido hasta
siete riadas de lodo y basura. Y, además, el reservorio natural llamado
Mampuesto ha sido una muestra de cómo la planificación de la sociedad actual ha
sido pobre y desorganizada.
La prevención evita pérdidas económicas y de vidas. Es un
cambio de actitud que la sociedad trujillana, en particular, y la peruana, en
general, debe de tomar. Parte de la educación y de la percepción que se tiene
por los demás. Son las bases desde las cuales se debe de atacar el problema:
mucha gente siente que las medidas de prevención significan un gasto no
justificado, pues no hay retorno (así fue la respuesta que el Ministerio de
Economía dio para las medidas de contención del río Piura que hubieran sido de
utilidad en la actualidad). Esa es la justificación que demuestra que los demás
son irrelevantes en su dinámica económica. Solo basta ver cuántos incendios ya
se han dado en los famosos malls peruanos, paradigmas de la construcción segura
moderna, para tener una idea de la forma de pensar de los responsables de crear
los espacios, las medidas, las estrategias y los protocolos de seguridad. En
esto subyace la corrupción, pues distraer recursos para beneficio propio
significa deteriorar la calidad de materiales a usar, autorizar el uso de otros
materiales riesgosos (recordar el incendio de Utopía y otras discotecas),
construir aberraciones o en lugares no apropiados, usurpar zonas que tienen un
fin de seguridad (por ejemplo, áreas verdes que hubieran amortiguado las
recientes inundaciones), dejar de construir medios de seguridad (los famosos
drenes que Chavimochic no hizo a lo largo del proyecto). Tanto lo económico
como lo político, si vemos el actual panorama, son grandes escollos de un buen
plan de prevención global de cualquier ciudad del país. Y por lo todo sucedido,
Trujillo ha sido una víctima más de ello.
Ahora ya hablan de prevención, pues ya hay bastante
presión ciudadana, la cual espero que no se disperse o se relaje una vez pasada
esta situación de catástrofe. Los ciudadanos deben de tener el poder para
exigir a las personas responsables para llamar a los expertos y personas
competentes a trabajar en eso: planificación holística. Para eso los elegimos.
En la antigüedad, los moche
sacrificaron a varios jóvenes para aplacar la ira de un Mega Niño. En otras
circunstancias, la zona era arrasada como Túcume, pues sus dioses no
“funcionaron” o la ciudad era abandonada como fue el caso de Zaña, pese a que
las iglesias se plagaron de feligreses para pedir perdón. Ambas son medidas
extremas, pero el hecho de pedir destitución de tal o cual autoridad no deja de
tener un tufillo histórico. Ahora tenemos la palabra y la oportunidad para una
verdadera cultura de la prevención
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