39 años. Aproximadamente 3 de la tarde y media (15.23 según los datos oficiales). Un domingo apacible para todos los peruanos, muchos de los cuales habían disfrutado del partido de fútbol inaugural del Campeonato Mundial de Fútbol México 70. Era el primer campeonato que se proyectaba vía satélite y había visto la bonita ceremonia que se hizo en el Estadio Azteca, lugar en el cual se le celebraron muchos de los juegos olímpicos en 1968. Por esos años vivía en Arequipa, una ciudad altamente sísmica por hallarse en las faldas de tres volcanes (no sólo uno, sino tres), pero no nos pasó nada. Sin embargo, el terremoto llegó al norte de nuestro país sin avisar a nadie, como suele llegar la muerte artera, la que llega sin estar preparados. ¿Preparados? ¿Cuándo estamos preparados? ¿Lo estamos?
Viví en Arequipa por casi 12 años; en ese lapso, viví temblores, nunca terremotos. Reconozco mi inconsciencia al respecto, pero es que nadie me enseñó y luego algo aprendí. Mi padre se hallaba en Lima, ciudad que fue también parcialmente afectada. Como centralista que es nuestro país, todo el mundo decía que en Lima había habido una catástrofe; recuerdo que veíamos un programa en vivo y que la animadora del mismo, cada vez que salía al aire para presentar un nuevo show (era un programa infantil), ella comunicaba algunas cifras cada vez más alarmantes de muertos y heridos en Lima y Callao. Del resto no sabíamos nada. Mi madre se alertó, puesto que mi padre estaba en la capital para ver unos asuntos de la empresa para la cual trabajaba. La comunicación era imposible y dependíamos de las noticias de la televisión, las cuales eran esporádicas pero alarmantes.
Mi padre retornó un día después; cuando llegó, su semblante fue terrible: había estado en casa de unos señores en el centro de Lima para ver el partido de fútbol; la casa era antigua, de adobe y estaban en un segundo piso; al comenzar el terremoto, todos se fueron y él se quedó con un señor muy anciano y una señora muy obesa; los familiares directos los ignoraron y mi padre se hizo cargo de ellos; pero una casa vieja con escaleras que crujían doblaron la serenidad de mi padre. Nosotros en Arequipa no sentimos nada.
Dos días después Perú vencía a Bulgaria en un partido que vimos por la noche; recuerdo la caravana de autos que salió vitoreando el triunfo. Vivíamos en el centro de la ciudad y Arequipa se volcó a las calles; perdíamos 0-2 y terminamos ganando 3-2, recuerdo que los jugadores salieron con un crespón negro. Ya las noticias de Chimbote y Trujillo eran espeluznantes. Las casas hundidas por el colapso de la napa freática en Chimbote eran portada de nuestros diarios. Al día siguiente del triunfo peruano fuimos contentos al colegio, era el comentario general. De pronto el Hermano supervisor (Hermanos de la Salle) apareció en la puerta de nuestra aula e hizo el comentario del fútbol; todos reaccionamos con alegría, no era para menos. No sé si el Hermano hizo lo que hizo por sadismo o por darnos una fuerte lección, prefiero pensar lo segundo; como habíamos ido temprano al colegio, no habíamos visto algún diario.Era imposible, nuestra cabeza estaba en el partido, estaba en México. De pronto, él desplegó el diario El Pueblo (de tabloide grande) y mostró una portada con un titular que nos aplastó a todos: 70 MIL SON NUESTROS MUERTOS que acompañaba a una inmensa foto aérea impresionante que mostraba el terrible paso del alud sobre Yungay. Nos cayó un duelo inmenso. Mis padres ya habían hablado con toda la familia en Chiclayo (ahí vive casi toda ella, por ambos padres) y les habían narrado cosas impresionantes.
El golpe que ese terremoto significó para cada uno de nosotros quedó en mi generación; además desnudó lo poco articulado que nuestro país estaba; la gente se moría, porque no llegaba la ayuda. Todos tenían necesidad de algo, no tenían casa, comida, cariño. Conocí años después a una señora que había sobrevivido en Yungay, quedó huérfana de todo (murieron sus hermanos, padres, tíos, abuelos, mucho dolor).
Pero no estábamos organizados; ni siquiera teníamos la organización para recibir la ayuda que nos llegó de la manera más impresionante (sea el tinte político que se la quiera dar; pero sí llegó ayuda, incluso algunos murieron cuando cayeron sus helicópteros u otros medios de comunicación). Luego de este terrible desastre, apareció DEFENSA CIVIL.
Ese terremoto debió cambiarnos el rostro de lo que somos en prevención, de desarrollar en nosotros una cultura de la supervivencia organizada y la del manejo de la información para saber cómo responder ante las circunstancias.
Sin embargo y a pesar de ese entonces, seguimos siendo un pueblo que le da la espalda a lo que somos como realidad geográfica. He visto pasar más terremotos (no directamente), dos fenómenos de El Niño (terrible el de 1982, por no hacer caso a los expertos) y ver cada día cómo nuestro territorio se vuelve en la zona más vulnerable que va a terminar por tirar al suelo nuestra casa. Los de DEFENSA CIVIL han sugerido permanentemente muchas acciones que chocan contra intereses económicos inmediatos, cuya preocupación por los ciudadanos es escasa o nula, salvo que seamos clientes (palabra clave para el modo de pensar de estupidocracia mundial): no construir edificios en tales zonas, no permitir el ingreso de mayor número de personas en tal local, cerrar tal o cual negocio, sancionar a trasgresores de la seguridad fisica. No, no se acata.
Se ha determinado planes educativos para ser efectivos en todos los locales de gran afluencia, sean públicos o privados. Pero diversas circunstancias, desidias, olvidos voluntarios o intereses egoístas hacen que estos planes no sean efectivos. Una vez me senté con todos mis alumnos y figuré con ellos cómo sería un terremoto con el reloj, el de Ancash duró casi un minuto y hubo 70 mil muertos. Mientras veían el reloj les narraba el movimiento como leí en una crónica. Muchos quedaron impactados; el ensayo lo hicieron con más conciencia. El miedo a veces funciona.
Ahora nuestro país enfrenta otra catástrofe. Un terrible friaje, efecto de otra acción depredatoria de los humanos: calentamiento global. Ya van casi 140 niños muertos (sólo niños) y veo con mucha tristeza y frustración que la organización para ayudar a la gente de esa zona es desarticulada y por lo tanto inefectiva. Sólo ha sido efectiva la alarmante propaganda para una gripe que tiene 40 contagiados y ni un muerto. Bueno, lo que pasa es que los muertos son indigentes (ya que ahora hablan de cifras y puntos de escala de pobreza, para esta gente muerta eso ya no tiene mucho qué significar).
Todo esto va amarrado con el criterio de justicia social, que viene tanto del gobierno como de la empresa privada; esta última ha sido promotora del crecimiento económico, pero no se ve eso en el crecimiento social justo. En realidad, todo eso lo ven desde Lima, delante de una mullida computadora y mundo virtual que ha facilitado el total aislamiento de las personas. Leo en el diario de mi ciudad otra noticia espeluznante: PROVINCIAS AGROEXPORTADORAS CON MÁS ALTO ÍNDICE DE TBC. Así son las cosas, debemos reflexionar y ejecutar acciones.
Para recapitular, un fuerte terremoto, TBC y friaje no son hechos aislados; son hechos que relacionan lo humano con su espacio y el dominio de éste. Lo humano, en su inteligencia y capacidad de resolver los problemas, exige un profundo cambio de actitudes y acciones (como consecuencia) que incluye educación, economía, salud,seguridad y justicia, pilares de una sociedad. Estos cinco pilares de una sociedad, de no estar articulados, no podrán ser efectivos para poder construir una sociedad mejor, con cultura de prevención , acción y construcción; de trabajo conjunto entre todos los órganos de la sociedad, para trabajar sin mezquindades por un verdadero bien común.
Hoy día vi en televisión un documental alemán sobre lo que está pasando en Holanda y el posible hundimiento de varias parte de su territorio por la crecida de las aguas. Se ve inevitable. Los europeos conscientes de los desastres que han solido causar cerraron este documental con una frase muy inteligente que debería ser el norte de cada uno de nosotros: nada se puede hacer con la naturaleza, es sólo saber convivir con ella de manera inteligente y evitar su acelerado deterioro. Ojalá que las autoridades y todas las personas que toman decisiones en nuestra ciudad, región, país y mundo hicieran suya esta frase. Conocer la naturaleza y hacerla partícipe a todos para saber tomar decisiones correctas para no lamentarnos después.
Cuando fui por primera vez a Sechín, me encontré con una piedra, cuyo diseño de relieve fue empleado para una estampilla (soy filatélico) de una colección en homenaje a todas las personas, instituciones y países que nos habían ayudado durante la catástrofe de Ancash. Había ido con unos amigos, me conmoví y lloré recordando todo esa parte de nuestra historia. Igual me pasó cuando fui a Yungay por primera vez; al ver el obelisco que un policía había mandado a construir para honrar la memoria de su esposa y de sus cuatros hijos en lo que fue su casa, me quebró. Espero que estos terribles sacrificios sigan golpeando en la memoria de todos para hacer el cambio.
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