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Trujillo, La Libertad, Peru
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domingo, 1 de marzo de 2009

VALLE DEL COLCA, GARGANTA DE LOS ANDES

La reciente visita de unos amigos de Arequipa a mi casa me hizo rememorar uno de los viajes más bello que haya hecho en mi vida, no sólo por las experiencias humanas que puede encontrarse ahí, sino por el impresionante paisaje que ha dejado, deja y dejará abrumado a todo viajero que lo visite. Pese a que había vivido por 11 años en dicha ciudad, la difusión de esta belleza era aún escasa y los medios para llegar a éste eran rudimentarios. Mi primer viaje a esta increíble zona fue en 1985. Ya el Cañón sonaba por los medios turísticos y ya muchas agencias lo promocionaban como una de las maravillas de nuestro país; y no les faltaba razón. Mi primer viaje fue de un solo día, un poco agotador; pero bien valió el trote. Salimos a las 6 de la mañana aproximadamente para poder aprovechar el día al máximo. Con Nancy y su esposo, más otros pasajeros fuimos en un combi manejada por un señor que resultó ser amigo de mi padre.El viaje es de por sí extraordinario y la ruta que tomamos no la volví a hacer en la segunda oportunidad que fui. El auto tomó una carretera de grava que iba entre los volcanes Misti y Picchu Picchu; cuando uno está en medio de estos dos gigantes, uno ve un cráter lateral del Misti que siempre emite humo (las llamamos fumarolas). La majestuosidad de estos volcanes conmueven y nos va preparando para lo que vendría después: Pampa Cañahuas.



Antes de ingresar a Cañahuas, pasamos por dos grandes peñascos como si fueran celadores del ingreso a esta extensa pampa poblada por cientos de auquénidos. Me dicen que en verano se suele cubrir de hielo (noches de helada) y algunas veces de nieve. En el camino pude contemplar cascadas de agua congeladas. Impresionante. Pero lo más bello es ver alpacas (como si fuesen pelotas de pura lana) y las gráciles vicuñas corriendo libres por la inmensa pampa; algunas corrían cerca al vehículo y las podías fotograriar con calma. Extraordinario.


Llegamos a Chivay, la capital de la provincia que tiene por nombre mi apellido, Caylloma. Hicimos un alto breve para dirigirnos a ver dos momentos impresionantes de este lugar. En mi segundo viaje, nos quedamos a pernoctar en Chivay, era mejor y además te permite aclimatarte con cierta facilidad, si no tienes la costumbre de caminar más allá de los tres mil metros de altura.


Seguimos camino a un bello paraje desde el cual vislumbras un sistema de andenería impresionante; algunos son de origen preinca (Pueblo Colla) y que los pobladores los siguen manteniendo. Sacan de ahí, papa, oca, ollucos, muña y otras variedades de vegetales, sobre todo tubérculos. En este lugar, vimos una piedra que asemejaba a una maqueta, pues mostraba en pequeño lo que veíamos delante de nosotros: todo el sistema de andenes. Girando y mirando hacia la parte superior había una construcciones que se usaban tanto como tambo (para guardar sobre todo granos) o como tumbas. Nos contaba el guía que se generaba una suerte de microclima que permitía la preservación de alimentos por largo tiempo. Era del pueblo Colla y fueron empleados por los incas como una estrategia en la expansión de su ejército. Interesante, ya que algunas tumbas que vimos en Cajamarca, tanto en Otuzco y sobre todo Combayo, se asemejaba a esta técnica. La vi también en Macro y Rejía en Chachapoyas.


Nuestro destino final era La Cruz del Cóndor, lugar estratégico desde el cual puedes ver volar a los cóndores. El primer viaje no me dio ese placer, pero el segundo (por la pernoctada en Chivay) sí vimos a varios volar. Lo que sucede es que estas tímidas aves salen muy temprano a volar. Por eso es que estuvimos en pie a las 5 de la mañana. Ver planear a estas aves es un placer visual. Otra ave que tiene elegancia para volar es el pelícano, aunque su caminar por tierra sea penoso y desgarbado. Nada es perfecto.


Mi retorno del primer viaje no lo tengo en el recuerdo, ya que caí en un profundo sueño. Del segundo, sí: teníamos una luna llena que iluminaba los cerros dándoles un color plateado, cruzando Cañahua por la noche, pensabas atravesar un lago; acompañado de la música de Rubaja y Hernández, ese retorno se volvió en un sueño.


Colca es lo máximo. Voy a ir otra vez.




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