El día de ayer, sábado 28 de marzo, la humanidad entera, creo, participó en un evento con el fin de apaciguar su traumada conciencia sobre algo que no venimos haciendo hace siglos: respetar el medio ambiente. Esta acción es el producto de varias personas cuyo fin es alertar a la humanidad sobre la eminente catástrofe que los humanos estamos haciendo (es una catástrofe gradual, eso está claro) con nuestro planeta.
El gesto es simpático, pero tal como se ven las cosas es como haber lanzado un perdigón contra una ola incontenible de la problemática actual; esta ola está gestada desde la gran revolución industrial del siglo XIX, que acompaña al reciclamiento del capitalismo mundial de los últimos años y el grave sobrepoblamiento del planeta.
Vamos por partes:
Desde el siglo XIX, la revolución industrial europea no sólo cambió la faz social del planeta, sino que generó el acentuado consumo de energía para la producción. La creatividad e investigación, incipientes en ese entonces, se centró en cómo conseguir combustibles más efectivos y más baratos. La maquinización de la sociedad acentuó este proceso y el abaratamiento de dichas máquinas generó su difusión geométrica y éstas se hicieron cada vez más sofisticadas en el consumo de energía. Aquí entra a tallar las grandes empresas de energía, sobre todo la fósil (petróleo), quienes aseguraron un monopolio de consumo haciendo diversos boycots contra las energías alternativas más económicas y limpias (por ejemplo, la solar). La expansión de la máquina hizo que la extracción, producción y consumo de este combustible haya generado la locura de estas empresas de buscar en los más recónditos del planeta, así como un desarrollo sofisticado de la tecnología de esta industria extractiva. Así surgieron ciudades de la noche a la mañana que, una vez agotado el recurso, eran abandonadas, caso Lobitos en Tumbes. La maquinaria económica en torno a las famosas empresas hermanas (Mobil, Exxon, Schell, Texaco, Chevron) ha hecho que haya generado terribles casos de corrupción no sólo en países pobres o del Tercer Mundo, sino en sus mismas sociedades. USA puso a un presidente fatídico en su gobierno e hizo campañas guerreras (como Afganistán) para asegurar los bienes de las empresas que representó.
El segundo punto es mucho más grave y está ligado a los hábitos de consumo desarrollado en las últimas décadas. La sociedad nuestra genera toneladas de basura, mucho más en países ricos en los cuales la idea del reciclaje les ha venido en los 60, pese a las guerras mundiales que vivieron y pasaron penurias. Las ciudades generan ingente cantidad de basura, mucha de ella no biodegradable. Los rellenos sanitarios se saturan o, en el más terrible de las casos como Trujillo, no existe dicho relleno, ya que no se había previsto. Las zonas en las que se tira la basura crecen por doquier y son un interesante muestrario de lo que la sociedad es. El mundo es el lugar ideal para la basura. Nuestro río está muerto, gracias no sólo a lo que las "preocupadas" compañías mineras lanzan a los ríos, sino lo que los ciudadanos hacemos con ellos, los ríos. Vemos botellas, bolsas, cadáveres de animales, e incluso artefactos eléctricos malogrados en sus orillas e incluso en el agua. Peor aún con esta idea de lo descartable: los objetos no se hacen para durar y nuestro concepto mental del uso y duración se ha modificado gracias a los objetivos de nuestra sociedad competitiva, rápida y movida por la publicidad. Una camisa en un año ya es "moda antigua" Las computadoras en menos de 6 meses son objetos casi inservibles gracias a los nuevos modelos compactos que llevan más chucherías, muchas de las cuales nunca las vas a usar. El peor y más patético es el de los celulares, cada más circenses y con funcionalidades que muchos de nosotros jamás usaremos. El celular que tuve hace un año, además ya no sirve, ya que su duración es para ese lapso. Hasta la fecha no sale ni un comunicado en el que las empresas anuncien claramente qué es lo que hacen con las terribles baterías que llevan los dichosos aparatitos. Bueno, si ya pasó la garantía, ya no es problema de ellos, sino nuestro ¿verdad?
Y por último, la población crece desmedidamente, porque el sistema lo quiere. Cada niño que nace, así sea pobre, se vuelve en un futuro cliente, sea para el estado (jubilaciones de los otros), sea para las empresas. Al nacer, ya estás consumiendo; por eso, las empresas de productos lácteos ven en la madre la primera competencia desleal. Las fábricas de pañales desechables alucinan con los babyboom. Los colegios se frotan las manos con los futuros clientes, así como las religiones deliran con los nuevos feligreses que han de engrosar sus arcas. Es interesante la presión social que se ejerce sobre los jóvenes: mujer sin hijos no es mujer; familia sin hijos no lo es tal. Los entes religiosos están en contra del aborto o la planificación familiar o los métodos de control de la natalidad, por razones obvias. Interesante es, además, la maquinaria que hay ahora para la fertilidad, es todo un nuevo rubro para traer más gente al planeta. Cada uno de nosotros genera una ingente cantidad de basura durante nuestra vida; agreguémosle los 5 mil millones que somos ahora ¿o más? Peor aún con los hábitos de consumo que se han promovido en los últimos tiempos.
Valdría la pena ver un film que aunque fatalista, puede ser muy educativo: CUANDO EL DESTINO NOS ALCANCE (en inglés, SOYLENT GREEN).
Entonces, el hecho de apagar la luz una hora, ¿será la solución para el planeta?
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