El último día del año pasado,
un amigo me invitó a una entrevista radial sobre el retorno a aulas de manera semipresencial.
En la entrevista le comentaba mis inquietudes, ya no sólo las logísticas (que
son muchas) o sociopolíticas (incertidumbre política, clima de guerra), sino
las nuevas relaciones que vamos a establecer dentro de nuevos escenarios con
diversas coyunturas que generan dudas, temores y esperanzas. Uno de los
principales aspectos a tomar en cuenta es el paulatino cambio de hábitos que
vamos a tener como sociedad dentro de aquellos centros que retornen a la
semipresencialidad. Previamente, todos nosotros hemos tenido una serie de
modificaciones de conducta empujadas por el ambiente de pandemia y la mortalidad
que asoló a muchas familias. Muy difícil que a estas alturas no haya hogar
peruano que no haya tenido casos de contagio o, más extremo, de mortalidad. El
temor nos encerró y muchas personas se vieron forzadas a convivir en espacios
reducidos no sólo por horas, sino por meses. Varios hogares forzaron una
convivencia que, en algunos casos, terminaron en disputas. Padres e hijos
vivieron esta situación anómala como pudieron, fuera del permanente temor
económico y sanitario. La casa se volvió el lugar de trabajo y el salón de
clases. La intimidad se vio reducida buscando lugares dónde no ser invadido por
la virtualidad laboral o estudiantil, u otras circunstancias.
Pero veamos qué pasará ya en
el meollo de la educación en sí. Fuera del hecho de que nuestro país fue uno de
los pocos que aisló a la mayoría de sus alumnos en sus hogares, hay que tomar
en cuenta algunas cosas muy puntuales leídas en el artículo El sueño de
la razón de Juan Villoro el cual destaca el libro Los siete saberes
necesarios para la educación del futuro del sociólogo francés Edgar
Morin; en este artículo, Villoro destaca la necesidad de desarrollar el
pensamiento crítico no como una pose, sino como urgencia. Ante un mundo virtual
construido por una rapidez informativa y acentuado en estos dos últimos años,
casi no hay tiempo para reflexionar y se construye una verdad que viene de
afuera nada tamizada y en la cual nuestra parte emotiva juega un rol importante;
construimos una verdad en base a emociones que contornean nuestra percepción. A
esto hay que agregar el hecho de que los humanos nos hemos vuelto dependientes
de aparatos que almacenan nuestra memoria; estos determinan nuestra vida,
literalmente. El texto es muy interesante; con una investigación cuantitativa enuncia
que la capacidad de raciocinio de la humanidad ha descendido a partir de los 70
cuando irrumpen las máquinas en proceso más íntimos entre los hombres. Es una
realidad latente en nuestros estudiantes para tomarse en cuenta en el marco del
retorno gradual a aulas. Algunas decisiones tomadas en los últimos años para
salvar la situación educativa en pandemia deberán ser motivo de otros artículos
pertinentes de un antes y un después desde marzo.