Las dos últimas semanas han
sido luctuosas para La Libertad, epicentro peruano del COVID-19, compartido con
Lambayeque, Piura, Lima y Loreto. Hombres y mujeres, profesionales y aspirantes
han ido cayendo en esta lucha sin cuartel contra esta pandemia. Personas que, lastimosamente
a pesar de su sacrificio, pronto van a pasar al olvido en una epidemia en la
que, como la guerra, la muerte pierde todo ese rito de recordación y homenaje
que solemos respetar en tiempos relativamente normales. Así vamos viendo, cada
día, caer policías, militares, brigadistas, enfermeras, voluntarios. Personas
valiosas y valerosas que han enfrentado con pocas herramientas y muchas
carencias una de las más grandes catástrofes de estas últimas décadas que aún
estamos sufriendo. No solo han tenido que pelear contra la escasez de recursos
y la premura de la situación, sino contra la indolencia de personas
irrespetuosas, díscolas e, incluso, agresivas que atentan contra su labor e
integridad; la ignorancia perniciosa que cunde cada vez más en espacios
caóticos; la corrupción hasta de las mismas autoridades que presiden tal o cual
institución (como los sonados casos de la policía); el acaparamiento de
material indispensable por parte de personas inescrupulosas e insensibles (incluso
médicos) para poder hacer su riesgosa labor. Y todo para que al final se
conviertan en cifras más o cifras menos en medio de esta locura. No habrá
tiempo para el luto, pues las exigencias y la competencia serán los nuevos
faros de la vida que queremos restablecer a la normalidad.
La muerte de César Flórez
Corbera, subgerente de Defensa Civil, el reciente 11 de junio, ha puesto un
rostro visible a las víctimas de la pandemia. Hombre comprometido con su labor,
le tocó atacar uno de los mayores focos de contagio: los mercados. Se enfrentó
a esos espacios en los cuales la desgracia va desnudando más ese sueño
inconsistente que los peruanos hemos vivido por casi tres décadas. Sueño en el
que se permitió que la brecha entre un país idealizado se alejaba del país
real. El rostro de Flórez Corbera, como el de otros cientos de peruanos, debe
de quedar en el inconsciente colectivo para cuestionarse y replantear nuestra
sociedad una vez culminada esta pesadilla. Pero me temo que esos héroes
anónimos y conocidos se les olvidará para seguir con la rutina de un estilo de
vida, ese que nos exige trabajar por metas prescindiendo lentamente de todo el
entorno social que nos rodea y mantener una suerte de burbuja para negar lo
demás; ese que ha venido siendo desnudado por críticos nacionales y
extranjeros, por periodistas de opinión que han cortado fino la burbuja
peruana.
Crónica de un suicidio
anunciado. Así es como quería llamar a este artículo de opinión. Hubiera sido
más justo para la triste realidad de la que somos asombrados y atemorizados testigos.
Y, quizás, como cómplices, nos olvidemos de ellos. Espero que no.
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