La posibilidad de tener un
monopolio en una de las áreas más sensibles de la sociedad humana como es la
salud debería de exigir nuestra severa observación del riesgo al que se
enfrenta diversos sectores de la población peruana. A raíz de esta situación ha
vuelto a salir a la luz la necesidad de una ley antimonopolio en un país, como
el nuestro, que tenía algunos servicios y bienes que reúnen esas
características que contradicen la ley del mercado libre, la que promueven y
promueven todos los partidos, y por la que muchos peruanos se sienten atraídos.
Actualmente el Perú es uno de los poquísimos países en América Latina que no
cuenta con una ley antimonopolios; solo existe reglamentación al respecto
únicamente para tres sectores específicos: radio, prensa y comunicación;
energía; y telecomunicaciones como sistema. De este último es de ingrata
recordación la monopolización que tuvo Telefónica en los 90 gracias a la
privatización concedida por el gobierno de Alberto Fujimori que, por un lado
nos permitió modernizar el sistema de telecomunicaciones, pero por otro hizo
que el Perú tuviese uno de los servicios internet y telefonía celular más caros
del mundo (aún lo es) y la capacidad de penetración de los mismos no haya sido
óptima por un buen tiempo, pues no tenía competencia alguna en el mercado de
este rubro. Los intentos de emitir una Ley Antimonopolio han encontrado muchos
escollos tanto en el MEF como en nuestro Congreso, campo de pesados lobbies
donde se compran descaradamente conciencias y votos.
En el Perú hay evidencias de
un casi monopolio de producción (no comercialización) como es el caso del
mercado de cervezas peruanas, cuyas marcas iniciales se han ido fusionando por
décadas hasta quedar, en el 2015, con el 95 % de la producción de las mismas con
la fusión SABMiller/ABInBev, convirtiendo a Backus en su subsidiaria. Lo que
actualmente consumimos las cervezas Pilsen, Cristal, Cuzqueña u otras de ese
paraguas (Pilsen Trujillo, Arequipeña, Dorada) de su preferencia son producidas
en cinco fábricas distribuidas por el Perú: Lima, Motupe, Arequipa (una de las
fábricas más eficientes del mundo, según sus propios reportes), Cuzco y
Pucallpa. Pilsen Trujillo es solo una marca, un recuerdo. La optimización de la
producción hizo cerrar fábricas, concesionarios, distribuidores. La aparición
de varias marcas de cervezas artesanales en lugares como Huaraz, rompe este
monopolio de producción, pero es insignificante. Y nada qué decir de los
precios. Este monopolio tampoco impide la importación de cervezas a nuestro
mercado.
Indecopi poco puede hacer para
evitar la formación de estas asociaciones que optimizan gastos (reducción de
personal, generalmente, de la empresa fusionada) y mejoran su rentabilidad. Es
aquí donde Indecopi debe de entrar a tallar. Los juegos de estas empresas
fusionadas pueden presionar en precios. Este sea quizá el peligro de lo que
pueda suceder tras la anunciada fusión de InkaFarma con MiFarma. Su presencia
en el mercado de medicamentos y su distribución es del casi 96 %; una cifra
peligrosa que puede condicionar el precio de las mismas, la oferta que ofrecen
los médicos (así como los seguros de salud privados) y la postergación de la
producción y distribución de genéricos para una población a la que el
enfermarse puede significar la quiebra económica de la persona e incluso su entorno
familiar.
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