Domingo 17. Luego de una noche movida, nos levantamos un poco
tarde. Salvo Orietta, todos habíamos llegado un poquito tarde a casa. Pese a
todo, nuestros cuerpos se levantaron y, luego de una ducha refrescante,
decidimos ir a tomar desayuno casi almuerzo a Surquillo a un restaurante de
comida francesa: Le P´tite France. Simpático lugar, buena comida, delicioso
café para despercudir la cabeza y comenzar el corto día que teníamos por
delante. Ese día retornábamos a Trujillo. Luego del suculento desayuno
decidimos ir a tomar el Metropolitano. Valgan verdades, hasta la fecha nunca he
tomado ni el Metropolitano, ni el Metro. Así que ya bien apertrechados, salimos
camino a la Vía Expresa. Estábamos no muy lejos del puente de Angamos. Descendimos
para tomar uno de los buses. Lastimosamente, por ser domingo, había menos
unidades e iban repletas. Orietta estaba un poco fastidiada, así que decidimos
tomar un taxi que nos lleve al MALI. Esta vez no quería perdérmelo. La primera
vez que vine a este museo fue en 1966 que mi padre me llevó. Vinimos a Lima
desde Arequipa y permanecimos no mucho tiempo. La visita en aquella vez me
impactó por su notable colección de pintura virreinal (en ese entonces no tenía
aún el conocimiento ni las herramientas para identificarla como tal) y de esta,
había dos pinturas que me llamaron mucho la atención, la interpretación en la
escuela cuzqueña (barroco indígena) que se hacía de la trinidad cristiana. El
local siempre me pareció interesante. Hubo una serie de relatos como que quiso
ser trasladado como trofeo de guerra a Chile. Lo que sí recuerdo era que el
cuadro de Montero Los funerales del inca Atahualpa era expuesto como uno de los
pocos objetos que no fueron expoliados en esa guerra. Aquí un poco de historia
del lugar (http://www.mali.pe/historia.php#1).
Ese edificio fue sede de un cine club en el cual vi tantos ciclos de cine como
el del Expresionismo alemán o cine mudo sueco, que son los que más recuerdo con
agrado. Además algunos ambientes del primer piso se usaron como sala de teatro;
así pude ver Ubu Presidente (una versión latinoamericana para nuestras
repúblicas bananeras, la dirigió Ísola), La vida es sueño (con Haydée Cáceres
como Segismundo), Las troyanas y Ahí viene Pancho Villa. Esos años. En los 80,
el Museo estaba muy maltratado. El espacio se ha replanteado en su uso y ahora
hay un Patronato que vela por su estabilidad. Hay exposiciones maravillosas,
muchas de las cuales quise ver, pero siempre se interponía algún suceso. Pero
pude ver la exposición temporal de Jorge Eielson, algunas de cuyas obras
estuvieron en nuestras bienales en Trujillo. Aunque la exposición de arte
precolombino es interesante, he visto piezas más interesantes. No es su fuerte,
por algún decir, pese a que la Sala de Textiles está notable. Pero la colección
de pintura y escultura virreinal sí es notable. Y la colección de acuarelas de
Pancho Fierro es el retrato de la sociedad limeña de los inicios de la
república, aquella que objeto de escarnio de Felipe Pardo y Aliaga, y que tenía
mirada casi benevolente de Manuel Ascensio Segura. Ña Catita se puede ver en
esas acuarelas de viejas chismosas y falsas beatas. Y la pintura de Teófilo
Castillo, como Ignacio Merino, Lizardo Montero y Baca Flor. Y los inicios del
siglo XX con Sabino Springet entre otros. Lo que sí no he visto más cuadros de
arte moderno. Supongo que toda la colección habrá ido al Museo de Arte Moderno
en Barranco. Me queda ese pendiente. Lo que sí me pareció interesante es el
rescate de la fotografía, arte nueva y en ebullición en nuestro país: ver a los
hermanas Vargas, a Chambi, a Courret; es la historia visual del Perú de fines
del siglo XIX, el XX y los inicios del XXI.
Terminada mi rápida visita al Museo
(María, Alonso y Orietta estaban ya fuera) no podía pasar por alto un vistazo a
la exposición de Eielson. Aquí queda este dato (http://www.mali.pe/)
Del MALI nos fuimos a almorzar al Cordano; la Plaza de Armas
tenía el tránsito restringido, además para nuestros males había una celebración
ruidosa por el día del Papa con un concierto estridente que reventaba los
tímpanos. Nos fuimos al Cordano, un almuerzo rápido. Fuimos a la Casa de la
Literatura Peruana. El espacio ha sido rescatado al mismo estilo del Museo
Orsey de París que recuperó esa bella estación para hacerlo museo con el éxito
que eso significó. Todo el Jeu de Paume se trasladó ahí y tienes una colección
notable de impresionistas. En Lima se habilitó para hacer la Casa de la Literatura, un espacio para el libro.
Había una exposición temporal de la Revista Amauta y su contexto. Luego salimos
en dirección de la Iglesia de San Francisco. Lima está recuperando su historia,
la cual fue muy postergada y gracias a Andrade se comenzó a rescatar el Centro Histórico.
Algo que debe de hacer Trujillo. Arequipa ya lo está haciendo. Lima aún no es
capaz de convertir más calles en peatonales. Arequipa convirtió la calle
Mercaderes en peatonal como lo es Jirón de la Unión. En vez de ir a la iglesia
franciscana, nos fuimos al Parque de la Muralla para ver la estatua de Pizarro,
la que recuerdo que se hallaba en la esquina de la Plaza de Armas. Creo que
está ubicada en el lugar correcto. La intensa actividad que había, acompañada de un ruido incesante,
nos hizo partir a casa para preparar todo y regresar a Trujillo.
Así culminó mi visita a Lima
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