En febrero de este año, se
posteó un interesante artículo de Juan M. Blanco, profesor español de economía
y columnista. En este él describe, críticamente, la sociedad moderna en general
(https://benegasyblanco.com/2017/02/28/la-imparable-infantilizacion-de-occidente/).
Esta tiende a infantilizarse en desmedro del intelecto y el raciocinio, de la cordura
y la reflexión, tan necesarios para realizar acciones maduras y tomar
decisiones coherentes. En su aguda crítica, ve la política como una acción
guiada por impulsos y vehemencias, más que por actos maduros y reflexivos.
Blanco llega a enunciar lo siguiente: “El
discurso político se simplifica, dogmatiza, se agota en sí mismo, se limita a
meras consignas, sencillas estampas. Pierde la complejidad que correspondería a
un electorado adulto. En concordancia con la visión adolescente del mundo, no
se exige en los líderes políticos ideas, capacidad de elaboración[..]”. Esta
triste realidad es la que puebla la política mundial (digno ejemplo es el mundo
político de Donald Trump); la nuestra no está exenta de esta corriente de
salvajismo juvenil aplaudido por gente que admira a patanes, bravucones o con
poca formación académica. Un libro interesante para entender aún más el
comportamiento de una sociedad que se refleja en sus políticos es El III Reich
en el poder de Richard Evans; este libro describe el contexto histórico de una
comunidad que cede su inteligencia a una camarilla de matones, mafiosos y fanfarrones
de su escasa inteligencia. Aunque tomemos distancia, nuestra capacidad de crear
analogías y extrapolar situaciones puede utilizar estas referencias para identificar
claramente muchas de las acciones que suceden en nuestro país y a los
personajes que las realizan. Un periodista patán o un congresista mediocre que
actúan bravuconamente encajan a la perfección en las investigaciones sociales expuestas
por los dos intelectuales previamente mencionados.
Nuestro tejido social se ve
debilitado por personajes cuestionables que articulan a personas en torno a
ideas lamentables y descabelladas, o que integran partidos políticos cuya razón
de ser es actuar reactivamente, sin construir nada. El comportamiento de un
partido político movido por la venganza es como ver a un niño que no puede
jugar un partido de fútbol y quiere adueñarse de la pelota; o el del periodista
que alimenta odios y discriminaciones para mover a un populacho hambriento de
espectáculo digno de su “altura”. Tal para cual. Estas actitudes se extienden
en todos los campos del quehacer en los que se está privilegiando el accionar
light y rápido que el meditado. En muchos casos obedece a consignas de evitar
el pensar para dar paso al actuar. Así podemos entender por qué nuestra
sociedad vota por mediocres personajes cuestionables o se vuelven fieles
seguidores de vendedores de cebo de culebra. Están reflejando la necedad colectiva, la de nuestra sociedad, que después termina lamentado sus acciones.
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