Que la educación es un negocio redondo, nadie lo puede negar.
Que el estudiante es un cliente, es un enunciado conocido y dicho por todos los
estamentos de una institución educativa superior desde la implementación de la
Ley 26549 que liberaliza y estimula la inversión en la educación universitaria en
el sector privado. Y bajo ese espíritu liberal apareció una palabra que va a
decidir el rumbo de muchas universidades: rentabilidad. Otras palabras fueron
acompañando a estas nuevas instituciones como lo son calidad, accesibilidad,
acreditación, entre otras; algunas se fueron quedando por diversas razones en
el camino en muchas de las más de ciento cuarenta universidades que funcionan
en nuestro país. Desde el 2014 el Estado se propone, con Jaime Saavedra a la
cabeza, enmendar esta distorsión que atenta en contra de la educación peruana.
La rentabilidad y la calidad se fueron distanciando por la
priorización de la primera, a tal grado que en la actualidad hay universidades
que funcionan en condiciones precarias otorgando títulos a nombre de la Nación a
personas que han sido engañadas y estafadas al haberles confiado su educación
superior. Con el fin de incrementar el lucro, se sujetaron al concepto de
mercado y bajo su nombre se engendraron propuestas poco académicas y más
ligadas al marketing: la aparición de nuevas carreras con títulos rimbombantes
obedece más a la creación de un concepto de mercado que a un estudio real y
académico de su propia creación. Se han creado carreras que tenían un nombre y
no un plan de estudio para satisfacer un reducido mercado laboral altamente
volátil. Las universidades se han dejado ganar por el sentido de la oportunidad
que por la proyección de una necesidad en el tiempo y en su espacio físico. El
sentido de lucro llega a distorsionar todo el quehacer universitario:
sobrecarga laboral; inestabilidad académica; escasa o nula investigación o
publicación; reducción de cursos más con criterios financieros que académicos;
abundancia de cursos masivos virtuales; redefinición del pensamiento crítico;
estandarización silábica con la anulación de cátedra docente; reducción
sistemática de la desaprobación de estudiantes no aptos para la vida
universitaria. Estos son los principales síntomas que evidencian el deterioro
de una universidad para convertirla en una máquina generadora de títulos con el
fin de satisfacer a los clientes que pueblan sus aulas. En muchos casos es
mejor tener a un graduado de un instituto más efectivo en procesos sencillos
que uno universitario de dudosa procedencia.
Es todo un logro el haber cancelado las propuestas académicas
universitarias de querer licenciar a personas en solo tres años. Pero los
congresistas otorongos que protegen sus predios de mediocridad y los comprables
quieren eliminar la Ley del 2014 y censurar a su principal gestor. Esperemos
que la sensatez y el compromiso por el bien nacional sean el verdadero
derrotero de la mayoría.
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