El sábado 29 de octubre hice realidad uno de mis anhelos:
visitar Jalca Grande. Desde la primera vez que fui a Chachapoyas en 1999, en
una visita solitaria y con varios estudiantes míos universitarios que me
esperaron, tuve la intención de conocer más de esta zona fascinante. En esta
oportunidad me encontré con Leonardo Rojas con quien pudimos hablar un poco
este último día antes de retornar a Trujillo. Un día antes, gracias a César
Alva, había logrado contactarse con un
amigo suyo quien me iba a alcanzar datos de una empresa que hacía viajes
particulares a la zona. La Jalca o Jalca Grande es una pequeña ciudad que se
halla casi 3 mil metros de altura (2, 891 para ser más exactos) y está a unas
dos horas de viaje en auto. Salimos temprano para ganar el día, que se veía
esplendoroso (la lluvia se alejó); es el mismo trayecto que se toma para ir a
Kuélap o Leimebamba. Vas yendo hacia el sur en paralelo al río Utcubamba que se
hallaba bastante cargado. Un poco más allá del desvío para Tingo y Kuélap, nos
detuvimos para ver Macro con un poco más de paciencia. Una visita pendiente y,
según el chofer, de relativo fácil acceso. Del desvío hasta el pueblo de Ubilón
se toma una media hora aproximadamente. Luego ingresas por este pueblo y
comienza el ascenso hacia Jalca Grande, que te toma una hora aproximadamente.
El camino es carrozable, bastante bien afirmado; pero no imagino cómo será con
lluvias pues se ven trazas de deslizamiento. En el tramo entre Tingo y Ubilón,
poco antes de llegar fuimos testigos de un pequeño derrumbe sobre la carretera.
El auto sube pausadamente, pues hay algunas curvas cerradas que debemos de
pasar con precaución. Pero el paisaje es gratificante, puedes distinguir los
pueblos sobre las laderas de la otra orilla del río. Esta zona, a pesar de no
ser tan alta como en los Andes sureños, tiene unos paisajes espectaculares por
la verdura que puebla sus laderas. Eso es lo impresionante de la zona, una zona
intermedia entre la montaña y la selva; además de la cantidad notable de
lugares arqueológicos. Es el Cuzco del Norte. Un poco antes de llegar a Jalca
Grande nos topamos con Óllape, lugar que visitaríamos después de nuestra ronda
por la pequeña ciudad. El paisaje urbano desde lejos es interesante por la gran
torre de la iglesia que íbamos a visitar. Al llegar al poblado de unas dos mil
personas sorprende la cantidad de ropa abrigada en la gente bajo un sol
radiante. Como íbamos en el interior de un vehículo no nos percatamos del frío
que hace en esta zona. Jalca Grande es una región con mucha historia, incluso
preinca. Por aquí llegaron los españoles un poco después de la derrota inca,
imperio que había asimilado a los chachapoya un poco antes.
El adelantado
español Alonso de Alvarado llegó por estos lares y fundó Jalca Grande. Se
edificó esa interesante iglesia que se distingue desde lejos por su alta torre:
Nuestra Señora de las Mercedes. Parece ser que el frío hizo que los
conquistadores de movieran hacia Levanto y luego a Chachapoyas, que sigue
siendo un lugar pequeño y agradable para vivir. La iglesia, parece ser, es la
más antigua de la región (se remonta al siglo XVI en 1540) y fue edificada con las piedras de las ruinas
se encuentran cerca de la ciudad. En el exterior se ven detalles que uno puede
ver en Kuélap o en Óllape, las ruinas cercanas. En interior tiene pequeños
retablos con imaginería indígena. Es una iglesia que necesita un urgente
mantenimiento y que debe de ser incorporado a un circuito turístico de personas
interesadas en historia y arqueología (cerca está Óllape). Para abrir el
convento fuimos el chofer y yo a buscar a una vecina quien se encarga de las
llaves del portón. Las mujeres suelen llevar un paño en la cabeza tanto como
protección como para cargar cosas. Pero sí que hace frío. La gente tiene un
poco cuarteada la piel, imagino por el sol y las heladas que debe de haber en
julio y agosto. La visita fue interesante; una vez concluida nuestra respectiva
sesión de fotos, dejamos propina a la señora que amablemente nos abrió la
puerta. Las calles tienen una marcada pendiente. Incluso hay una gran hoya a la
entrada-salida del pueblo. No pudimos visitar el museo de sitio.
De ahí nos dirigimos a Óllape, otra agradable sorpresa. Es un
conjunto de ruinas chachapoya (igual diseño en la construcción y el uso de la
piedra) que se halla cubierto de vegetación. Dejamos el auto al pie de la ruta
y subimos un buen tramo. Nuestro guía chofer nos quiso llevar por una ruta más
breve, según él, pero estaba bloqueada. La zona tiene diversos propietarios,
campesinos de la zona. Sin embargo, llegar al conjunto arqueológico no es
complicado y no se paga. Hay un pequeño grupo de construcciones cubiertas de
maleza e, incluso, por árboles. Según nuestro guía es posible que lo visto sea
una pequeña muestra de un conjunto mayor que falta por desenterrar: una
aventura.
Así culminada nuestra visita a la zona, nos enrumbamos a
Magdalena para almorzar una buena sopa serrana (son buenas) y compartir una
buena conversación. Una vez concluida nuestra sobremesa, hablé con el guía y le
pedí que nos llevase a Huancas, donde se encuentra el cañón de Sonches que
había visitado en el 2009. Así nos enrumbamos hacia Chachapoyas para lograr
alcanzar aún luz solar. El tramo desde
Chacha al lugar toma unos veinte minutos (hay que ascender y no está asfaltada
la ruta). Y el trote bien valió la misa. Llegamos al pueblo de Huancas que
ahora se encuentra más organizado que la primera vez que visité. Hay una
producción artesanal en barro interesante. La iglesia es pequeña y que su
interior es interesante. Pero como la vez pasada, estaba cerrada. No lejos de
allí está el cañón. Ahora han marcado unos senderos de piedra que los
caminantes pueden tomar para no extraviarse para su destino final. Y ya en el
lugar, hay un amplio mirador y una atalaya en cuya parte inferior te venden
artesanía. El espectáculo es impresionante; pese a que no llegar ser tan hondo
como el Colca, sí es destacable el paisaje, cielo y nubes que acompañan estas
honduras. Y comentan que van a hacer un mirador más alto para poder ver desde
ahí las cataratas de Gocta, puesto que en dirección oeste se puede ver la zona
en un día despejado. Quizá hagan una ruta que una estos dos lugares geográficamente
impresionantes.
Ya de retorno a Chacha, en vez de ir al Criadero de Orquídeas
que pertenecen a la familia de una exalumna mía de la UPN, fuimos a la casa de
la tía de nuestro guía y nos encontramos con un pequeño festival de orquídeas:
María se compró tres y yo, un par. Las embalaron bien, ya que se iban hasta
Trujillo. Nos dieron todos los detalles para su cuidado. Aún están en mi
jardín.
Ya de regreso a nuestro hotel, me encontré con Leonardo
Rojas, luego de tantos años y ya residente en esta ciudad. Cosas de la vida;
justo cuando hablaba con él vimos pasar a otro exalumno mío de antaño. Grato
reencuentro.
Como quedaba tiempo aún, nos tomamos un duchazo. Soraia había
tomado en Cuzco una sopa a la minuta, como un chupe. Le dije que en un
restaurante central (Plaza de armas) preparan esta sopa. Fue tanta su alegría
que mandó a llamar a los cocineros para que le digan cómo se hacía la sopa.
Demás está decir que la terminó toda y nos fuimos a nuestro hotel a recoger las
cosas. Barriga llena y corazón contento. Chachapoyas se volvió a portar bien.
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