En medio de la latente amenaza
del COVID que está enviando al encierro a millones de personas en otras
latitudes y de los tambores de guerra cuyas consecuencias nos está pasando una
dura factura que son parte del grave problema de una huelga de transporte que
tiende a agravarse; el retorno a aulas sigue siendo un reto en el que todos
debemos de hilar fino. La naturaleza de las clases virtuales del mundo escolar
de estos dos últimos años ha generado cambios actitudinales que aparecen como
una suerte de fractura insospechada que se está manifestando en las nuevas
relaciones. El “restablecimiento” de estas relaciones de niños y adolescentes
en sus salones de clases ha provocado ciertos comportamientos que hay que
observar atentamente. El ansiado momento presencial está generando algo de
desencanto y un complicado reacomodo entre todos los actores de la tríada
educativa: alumnos, profesores y padres de familia. Siendo una de las pocas
sociedades sin clases presenciales por dos años, los peruanos estamos en un
lento proceso de aprendizaje en el que vemos muchos bemoles por los cuales
debemos de estar alerta. Tanto la educación pública como privada están, pues, aprendiendo
en el camino y con pautas que iremos entiendo, pues no existen referentes en
otras sociedades.
Durante la primera semana en
la que empezaron las clases presenciales en muchos colegios públicos, una niña
declaró, muy sincera ella, a un entrevistador televisivo su desasosiego por
retornar a aulas: el hecho de tener que lidiar con compañeros de clases que no
“le caen bien” o estar en una clase aburrida se volvían momentos desagradables
para esta alumna que añora la virtualidad. Me contaban diversos amigos que
trabajan o tienen hijos en educación inicial ese duro proceso de socialización
para niños que habían vivido prácticamente aislados o con escaso contacto con
otros niños de su edad, pese a haber estado regularmente en sus momentos
virtuales. Compartir un juguete u otro objeto para estos niños no es de su
agrado y estos reaccionan negativamente a la socialización; esto exige a muchos
docentes creatividad y perseverancia para crear en el niño la necesidad de compartir
y aprender a convivir con los demás. Interesante panorama que para muchas
personas ha pasado desapercibido. Y esta evolución no está exenta de varios
momentos reactivos que generan malestar y frustración no sólo a los niños, sino
a los profesores y a muchos padres desconcertados. Los colegios están viviendo
toda una ebullición social en la que se ven muchas reglas quebrantadas,
conflictos de convivencia y cuestionamientos ante el nuevo contexto. El retorno
es para muchos también un espacio de expresión de tensiones vividas en sus
hogares y en el mundo familiar, algunos incluso arrastrando duelos de personas
queridas que partieron a la distancia. Es, pues, una realidad que exige la colaboración
de todos para restañar las brechas emocionales, mentales y sociales.