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Trujillo, La Libertad, Peru
Un espacio para mostrar ideas y puntos de vista ligados al arte, a la cultura y la vida de una sociedad tanto peruana como universal
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martes, 23 de diciembre de 2014

CRÓNICAS PIURANAS II: EL ETERNO SOL


























03 de mayo sábado. Tomamos la ruta playera norte. Lorena, una de las compañeras de viaje nos había comentado sobre algunas playas paradisíacas con buenas instalaciones cerca de Máncora. Allí fui hace 5 años aproximadamente. En realidad, no me gustan mucho las zonas bulliciosas, llena de todo tipo de servicios para gente de alta rotación. Los residentes, como pasa en otros lugares como Huanchaco, prefieren ir a playas aledañas para evitar la muchedumbre que puede convertir tu día de solaz esparcimiento en un pesadilla inolvidable. Luego de premunirnos de todas las vituallas necesarias para no detenernos a almorzar, nos enrumbamos hacia Máncora como “frontera” de nuestro viaje y de ahí retornar deteniéndonos para disfrutar diversos atractivos. El sistema vial piurano, recalco, no es nada malo y espero sobreviva al siguiente año que amenaza la llegada de un Niño. La autopista que une Piura con Sullana es un ejemplo de lo que será la ansiada Autopista del Sol. Pero la construcción es lenta. Espero viva el día de su inauguración. Otra de las ideas es la un tren rápido que una Lima con Sullana. Eso sí sería ideal, viajar en tren sin cortes ni demoras por el absurdo tráfico que uno haya en la Panamericana. Sueños que espero alcanzar a ver.
Cruzamos Sullana y nos dirigimos al norte. En Marcavelica se hizo la primera pausa obligada: compramos pipas de coco con su jugo helado. Delicia norteña. María compró bastante pulpa de coco y jugo por separado, puesto que iba a preparar posteriormente al viaje (como lo hizo) comida a base de coco y mariscos, oriunda de su tierra, Portugal. De ahí nos dirigimos a Máncora. Esta zona estaba, como siempre, muy movida. Es una suerte que hasta la fecha no haya habido accidentes, puesto que varios hoteles, restaurantes y otros servicios están en la misma Panamericana por la que transitan camiones, buses y todo tipo de vehículos. Este lugar, por ejemplo, está prohibida como visita privada por parte de instituciones de intercambio estudiantil. Se ha ganado mala fama. Para iniciar el retorno tomamos previamente un café y vimos algo de sus playas como sus puestos de ventas de todo tipo de artesanías u objetos playeros (lentes, ropas de baño, sandalias, pareos, etc.); otra cosa que intrigó a María (es arquitecta) las formas riesgosas de construcción de algunas viviendas. Se han construido bonitas viviendas en zonas de deslizamientos e incluso vimos una al borde de un cerro. Como vista panorámica es interesante, pero pareciera que no se respetara medidas de seguridad en la construcción sobre estos tipos de terrenos. Una fuerte lluvia comprometería los cimientos de varias de estas edificaciones.  Y lo peor de todo es que son hoteles. Nos fuimos de Máncora, con cierta desazón, para dirigirnos a Los Órganos, gracias a las recomendaciones de un buen amigo, Raúl Silva, su asiduo visitante.
Nos fuimos a Punta Veleros, lugar que ofrece  diversas atracciones y que sería digno de gozar si hubiéramos decidido quedarnos más días en la zona. Las casas y hoteles presentan más medidas de seguridad, hay una franja arenera más amplia y cuenta con instalaciones más espaciosas y menos “invadidas”. Pero éramos “aves de paso”. Previamente, habíamos ingresado a un cerro llamado El Encanto, el cual ya está todo lotizado y tiene ya varias edificaciones de todo tipo. Muchas tratan de preservar el paisaje. Pero todos estos terrenos ya tienen un propietario, no solo entre peruanos, sino ecuatorianos quienes han visto esta zona con un potencial turístico por hacer.

Terminada nuestra visita, nos dirigimos hacia el sur para ir a Colán, nuestro siguiente objetivo. Las demás zonas costeras las íbamos a recorrer en julio, como así lo hicimos. El camino de retorno fue tranquilo, hicimos una nueva pausa en Mallares. Llegados al óvalo de Sullana, volteamos hacia la derecha para tomar el camino hacia Sojo, La Huaca, Colán y Paita. En la ruta hacia este balneario, nos topamos con la casa Sojo. La casa hacienda derruida se ve a lo lejos; perteneció a la familia Checa, familia que tuvo muchos intelectuales ligados al derecho y al periodismo, como el caso Genaro Carnero Checa. Recuerdo que algunos estudiantes piuranos de arquitectura de la Universidad en la que trabajo presentaban esta inmensa construcción como una propuesta de hotel-hacienda. Pero hay varios problemas que hay que sanear. Cuando colgué la foto de este en Facebook hubo una gran cantidad de personas que querían movilizar planes de rescate y darle el valor que merece. Ojalá. Nos acercamos María y yo lo más que pudimos. El estado de la misma es deplorable y espero que pronto los herederos tomen una sana decisión para sacarla del olvido. Cruzamos diversos caseríos de la zona, recuerdo cuando recorrí estos lugares en 1999.
La pista está bien tenida, es una ruta que va en paralelo al cauce del río Chira. Entramos por “accidente” al Pueblo Nuevo de Colán, pequeño caserío que tiene el cementerio con la vista más bella que haya visto: el estuario del Chira.  Dejamos el pueblo y nos fuimos al viejo Colán. Tuvimos gran suerte, puesto que la antigua iglesia, la más vieja del Perú, estaba abierta para un matrimonio. Los cuatro tuvimos el tiempo necesario para visitarla, disfrutarla, verla en sus detalles. Bien. Dejamos la iglesia para llevar a las chicas a ver las construcciones de palafito de las casas que están a orillas del mar. Como era mayo, la temporada había acabado por lo que todo se hallaba cerrado. Nos las ingeniamos para ver algo de su litoral, ver su mar, la puesta del sol y distinguir a lo lejos Paita, nuestro siguiente y último objetivo.

A Paita llegamos ya con la noche, les dejé el “gusanito” de la curiosidad por este centenario puerto. Aquí murió Manuela Sáenz, la amante ecuatoriana de Simón Bolívar; además, cerca de este lugar y siempre ligado a Bolívar, en Amotape está enterrado el que fue su gran maestro e ideólogo, Simón Rodríguez. Lo poco que pudimos ver de noche nos permitió entender que Paita tuvo su época de gloria y que promete volver a tenerla (siempre y cuando arregle su caótica organización), vimos la fachada del Club Liberal, antaño bello e imponente, ahora deslucido. Y nos dirigimos a su Plaza de Armas para ver su iglesia matriz. Estaban en misa.


Salimos, pues, ya tarde de Paita para ir a cenar a Piura y cerrar nuestra última noche en la ciudad del sol. Nos fuimos a la Santitos a zambullirnos en sabores norteños. 

lunes, 22 de diciembre de 2014

CRÓNICAS PIURANAS: EN BÚSQUEDA DE TESOROS

Este año he sido un asiduo visitante de mi ciudad de nacimiento. Dos veces realicé buenos periplos con amigas que han sido simpáticas compañías en ambas ocasiones. Estos viajes me han permitido conocer varios lugares que por una u otra razón tenía postergado, sobre todo lugares de la costa. En realidad no soy muy afecto a las cosas del mar, pero la costa ofrece bellos lugares para visitar y también para descansar (cuando no hay una gran cantidad de personas que buscan “la paz” en lugares como Máncora. Ya había estado en Zorritos hace unos años y hacía tiempo que la brisa marina de otros lares no me refrescaba como lo suele hacer en días calurosos. Piura es un departamento de amplio frente costero y disfruta de calor y sol casi todo el año. Y así fue. Mayo y julio fueron los meses que partimos hacia la tierra del sol. En ambas oportunidades alquilamos un auto para poder desplazarnos mejor y tener la independencia que te puede dar un vehículo para entrar a los lugares más insospechados como así lo hicimos. Había estado revisando diversas guías de viaje, como la de Rafo León y armé extensos y organizados planes de ruta.
En el primer viaje, fuimos Isabelle, Lorena y María; salimos la noche del miércoles 30 de abril para llegar a Piura el 1 de mayo, día del trabajo. Gracias a una amiga de nuestro centro laboral, habíamos coordinado previamente un hotel (aunque este se hallaba relativamente lejos del centro de la ciudad) y hecho contacto para el alquiler del vehículo. Decidimos ir a dar una vuelta por la plaza de armas, la catedral y el museo arqueológico del Banco Central de Reserva (un espacio que podría ser más atractivo) para un rápido reconocimiento,  luego hallamos un hotel más céntrico y con las mismas nos mudamos a nuestro nuevo aposento. Con el fin de coordinar todo, ya que al día siguiente íbamos a tener el auto para nosotros, decidimos ir a almorzar a Catacaos y luego hacer algunas compras de joyas. Catacaos ofrece muchas cosas de plata y algunos tesoritos antiguos que puedes hallar si hurgas en algunos puestos. Regresamos a Piura para descansar luego del periplo y salimos a cenar a un lugar de buena comida llamado Cappuccino. Tras la cena, nos fuimos a buscar un helado y ver los últimos rincones de la vieja Piura central.  

























Al día siguiente, fuimos a recoger el auto para dirigirnos hacia las playas del sur: la idea era visitar Sechura y su bella iglesia; y luego bajar hasta Parachique. Sechura tuvo un sismo en marzo de este año, que provocó daños en su bella iglesia. Esta la había visitado por primera vez en 1984, y luego en el 2008. Ya había pasado, pues, un buen tiempo y en verdad el paisaje natural y urbano han cambiado mucho. El sistema vial ha mejorado considerablemente en el Dpto. (como lo constatamos en ambos viajes) y hay algunas vías alternativas que conectan pueblos y ciudades. Sin embargo, la ciudad de Piura sí estaba en problemas debido al cambio de las redes de agua potable y desagüe o por la reparación de sus calles. Pese a todos estos obstáculos en las rutas de la salida de la ciudad hacia el sur,  salimos airosos y nos dirigimos hacia Sechura. 
En el camino decidimos cortar por una carretera asfaltada con el fin de evitar los diversos poblados como La Arena entre otros; casi nos perdimos, ya que hay carencia de señalización en las rutas alternas. Llegamos a nuestra meta final. Anteriormente, la iglesia de Sechura era perceptible como una gran atalaya solitaria en el desierto; ahora, la ciudad ha crecido y cuenta con varios servicios y algunos edificios. Sechura cuenta con un gran movimiento comercial y se ha expandido gracias al comercio y agricultura; además cerca de Sechura, en Bayóvar, hay una gran fábrica de fosfatos y la nueva planta de cemento Pacasmayo. Esta planta irá paulatinamente reemplazado la de la ciudad de Pacasmayo, puesto que ya se está siendo rodeada por la ciudad misma. Esto va  en desmedro de la economía laboral de la Región La Libertad y va convirtiendo a la Región Piura en uno de los más ricos del Perú.
El ingreso a la inmensa iglesia sechurana está prohibido; los daños se pueden percibir, sobre todo en una de sus torres (la de la izquierda). En visita que hice en el 2008 ingresé a sus instalaciones e, incluso, subí a sus campanarios. Una vez culminada nuestra mirada al monumento, decidimos enrumbarnos hacia Parachique. En el trayecto, vimos varias filtraciones de agua que parecían lagunas de escasa profundidad; y lo más interesante, pobladas de parihuanas (flamenco). Parachique es un puerto relativamente grande, zona de pesca intensiva en la que hallas todo tipo de embarcaciones, lanchas, bolicheras; toda la población vive de ello. No sé si habrá existido veda alguna aquí; pero, de existir, afectaría profundamente la economía de la población. Sin embargo, el mar piurano es generoso y eso lo constatamos con sus suculentos productos que apreciamos en sus fascinantes platos. Culminada nuestra breve visita al lugar, ahora nos dirigimos hacia un lugar que
no pensaba hallar: los manglares de San Pedro. A través de una carretera bastante bien pavimentada alternativa hacia Catacaos (ya no entras en Sechura) llegas a un cartel que señala su entrada de trocha. Esta está bastante cimentada y es muy accesible. La visita es fascinante. Ves diversas aves que utilizan este lugar como zona de reposo y alimentación; en realidad es un estuario de un extinto río, pero que conserva sus aguas y mangles. Las aves pasan en todas direcciones y hay abundantes cangrejos de mangles. Hay una abandonada construcción que alguna vez se usó, creo, para albergar a los guardianes de este bello parque natural. Es el último manglar en la costa peruana y no habrá otro espacio natural de gran vegetación hasta las costas sureñas de Chile. Es, pues, el último manglar austral americano. Ahora es una zona protegida. La pregunta es cuánto durará en este mundo tan depredador como en el que vivimos ahora.

Culminamos así nuestro primeros días en Piura, la tierra del sol.




lunes, 18 de agosto de 2014

PRESENTACIÓN DEL LIBRO LEGADO DE LUZ EDITH DE LA CRUZ CUZCANO OP

Ante todo, quiero agradecer a José Luis Mendoza y a la congregación Dominica por esta oportunidad de poder exponer sobre la obra de una mujer cuya actividad literaria le permitió hacer la labor propia de su vocación. Antes de empezar a hablar sobre la obra de nuestra artista, haré una presentación general muy breve del trabajo realizado en el mundo de la literatura por mujeres religiosas que tomaron los hábitos para contextualizar el trabajo por Edith de la Cruz y en la segunda, hablaré de la obra realizada por la autora.
Estuve revisando la labor literaria femenina monacal. Hallé personajes notables medievales como la poeta alemana Hrovist, llamada Rodeswinda; a Santa Hildegarda de Bingen o las abadesas místicas de monasterio de Helfta, como Santa Gertrudis, la Grande, o Santa Mectildis de Magdeburgo que escribía en alemán. Todas reunidas en el trabajo Escritoras alemanas en la literatura religiosa medieval de Elizabeth Reindhart [1]. O en los ensayos de Martina Vinatea Recoba (Mujeres escritoras en el virreinato peruano durante el siglo XVI y XVII)[2] o el de Patricia Martínez y Álvarez (Mujeres religiosas en el Perú del siglo XVII: notas sobre la herencia europea y el impacto de los proyectos coloniales en ellas)[3]. Demás está decir de la obra notable de dos grandes escritoras de hábitos: Sor Juana Inés de la Cruz, jerónima mexicana del siglo XVII y XVIII, y la doctora en mística, Santa Teresa de Jesús. Incluso, algunas mujeres de credo protestante usaron la literatura para enfrentar la marginación como lo estudió Antonia Sagredo[4] en su ensayo Mujeres marginadas y perseguidas por sus creencias religiosas en el periodo colonial norteamericano. Juana de Asbaje usó los hábitos para su independencia como mujer intelectual; no así Santa Teresa. Esta última es la senda de la Hna. Edith.
La obra de Edith de la Cruz[5] debe tener como referentes su vida personal, su familia y su espacio geográfico. Nelsa Edith de la Cruz Cuzcano nace un 25 de julio de 1957 (estaría cumpliendo 57 años este mes) en Paullo, cerca en Lunahuaná. Por la propia autora, tenemos una sucinta descripción  de del árbol genealógico de sus padres y el suyo: sus padres fueron Oswaldo Ferrer de la Cruz Llanos y Dalila Victoria Cuzcano Casas. Tuvo diez hermanos: Venerando (lleva el nombre del abuelo paterno), Oswaldo, Susana Dalila, Percy, Elmer, Javier, Elva Milena, Teodoro Walter y Teresa Haydée. De los once hermanos, Edith es la tercera hija y la hermana mayor de esta vasta prole. Según la explicación que nos alcanza la autora en su autobiografía de las páginas 25 a la 28, el padre perdió a su madre de temprana edad y esto quizá haya motivado a que haya decidido tener una numerosa familia.  La bucólica naturaleza que rodeó la niñez de Edith fue decisiva, ya que va a ser un recurrente leit-motiv a lo largo de su obra poética. Solo basta indicar que en su primer poemario Estación del Silencio, la poeta hace alusión a la tierra (hiperónimo) y todos los elementos terrestres vegetales, 48 veces; en su segundo poemario, 164 veces. Incluso en dos poemas esencialmente teológicos, los elementos terráqueos son nombrados dos veces y doce veces en sus poemas no clasificados que son reunidos bajo el título de Líneas sueltas.  Además recuerda frecuentemente tanto su lugar de origen, como lo fue Paullo y Lunahuaná, como Sullana y el valle del Chira, la ciudad y la geografía que la cobijó en su adolescencia y que será tema central de su segundo poemario. Su familia de gran raigambre rural se mudó de Lunahuaná al cálido valle del Chira, donde realizará sus estudios primarios en el Colegio 1041 de Malingas, zona que corresponde a una ex hacienda y poblada por más de 1500 habitantes, muchos de ellos ligados a la agricultura, ganadería y la apicultura; los estudios secundarios los realizó en el colegio Las Capullanas en la ciudad de Sullana, colegio que pasó por épocas difíciles y tuvo cambios constantes de directoras y hasta la designación de una Supervisora interina enviada, desde Lima, por el Ministerio de Educación, la Sra. Consuelo Monroy,  hasta  que un 15 de agosto de l968 llegan a Sullana las Madres Dominicas de la Inmaculada Concepción. El pequeño grupo estaba presidido por la Madre Provincial, en aquellos momentos, Madre María Cristina Rodríguez, quien encargó la dirección del colegio a Sor Paulina Espinoza Barba[6]. La congregación va a regentar el colegio hasta la actualidad. Ella va a realizar sus estudios secundarios entre 1970 y 1974, y el espíritu dominico va a influir en su vocación. Según los datos biográficos ofrecidos por su hermano Teodoro, Edith realiza estudios de administración por tres años y luego, por su fuerte vocación, se enrumba hacia nuestra ciudad para ingresar al Noviciado de las Dominicas de la Inmaculada Concepción en 1978. Estuvo en labores religiosas en Chincha, Arequipa, Trujillo y Lima. Falleció el 31 de enero del 2013.
El libro está dividido en tres partes:
1)    La primera parte contiene dos dedicatorias, una anónima y una segunda ofrecida por la poeta sullanense Luz del Carmen Arrese Pacherres, poeta autora de dos poemarios, Retorno de los latidos y Canicas de Papel[7]. Las reflexiones de una escritora, a las cuales llama Auscultando las huellas de la luz, nos acerca a la visión íntima de una escritora que utiliza el lenguaje para evidenciar una fe, principio que rige a todo hombre y mujer religiosos. Tomando las palabras de Carmen Arrese, el contenido del libro es “[...] una doble convicción, producto de una percepción paralela, la del alma y la del cuerpo [...]”. En esta primera parte, además leemos un poema SUEÑOS en los que la poeta rinde homenaje a la Congregación Dominica. Y para culminar con la primera parte del libro, tenemos dos biografías y una autobiografía. La primera, bastante escueta, es la narración puntual del hermano menor y penúltimo de la vasta fraternidad. La segunda biografía es hecha por la Hna. Elfi de María Pozo Aguilar a quien le dedica una copla que hallamos en el libro entre las páginas 115 a la 117. La Hna. Elfi ofrece más un testimonio del intenso vínculo que hubo entre ambas y nos da una propia visión del trabajo realizado por la Hna. Edith.  Y por último, una autobiografía, que en realidad es una generosa descripción de los orígenes de su familia, remontándose al árbol genealógico de ambos padres. Así nos nombra a sus abuelos y tíos paternos y maternos. Asimismo nos transmite ese amor que tiene nuestra artista por la naturaleza, que como ya comenté líneas arriba, se vuelve en un referente obligado para expresar su mundo interior. Además nos narra sucintamente de una los restos arqueológicos más olvidados de nuestro país: Incawasi, ruinas incaicas  cerca de Lunahuaná. De manera indirecta, nos menciona ese campo de oportunidades que significó la creación de la represa de San Lorenzo en el Chira.
2)    La segunda parte es la parte poética. Su poesía es escrita en verso libre, tanto en métrica como en rima, igual en su cadencia acentual. Esta encierra dos grandes poemarios en sí por su unidad estructural: Estación del Silencio y Alma de Algarrobo. El primer poemario cuenta con 25 poemas, por ella misma numerados. Es un poemario muy personal, elegíaco, escrito en el proceso de asimilar la muerte de su madre. Desconozco la fecha de este lamentable suceso, y los poemas carecen de las mismas también. Influida por tan duro evento, advierte a los lectores en la página 37 con una introducción Antes de avanzar. En el último párrafo del mismo dice: “Si has vivido la Estación del Silencio, comprenderás el silencio de mi estación […]” y termina con una frase conmovedora: “Entra con los pies descalzos al santuario de mi alma que está abierto para ti”. Los poemas podríamos distribuirlos entre íntimos, referentes al alma, como los poemas I, VIII, XIII, XIV y XIX; y aquellos que se refieren a los elementos prestados de su entorno, sobre todo la naturaleza. Así evoca su casa, los brazos de su madre, los olores que la recuerdan, las aves, el agua, los elementos naturales que la acompañaron en su niñez y juventud, sobre todo en el poema III. El poema XXV es su Ars Poética, es su testamento como mujer escritora. El poema XII, uno de los más interesantes de su primer poemario, tiene fuertes evocaciones del poema “A mi hermano Miguel”[8]. Incluso el poema V está teñido de un impresionismo realista por la forma cómo describe el paisaje. Esta actitud también la vemos en el segundo poemario, Alma de algarrobo, el cual está constituido por 16 poemas. Es un canto a Sullana; hace descripciones impresionistas de los elementos naturales vivos del paisaje sullanense: los algarrobos, el chilalo, el cuculí, los cocoteros (el cual recibe dos poemas) y sus frutos, el chivillo (ave de plumaje muy negro), el famoso Piajeno, a quien describe, como Juan Ramón Jiménez en Platero y yo, con mucha ternura como el caso del poema L2. Hay dos poemas, uno de carácter histórico: Alma de capullana, homenaje a la mujer de Sullana; y el bello poema El churre de ayer. Encierra vocablos típicos de Piura. Cierra este poemario con Tu nombre hermoso, Sullana, que condensa la toponimia con sus memorias de la ciudad de su vida. 
Concluye este bloque con dos poemas teológicos, un bloque de 8 poemas reunidos bajo el nombre de Líneas sueltas y las coplas dedicadas a la Hna. Elfi por sus bodas de plata.
3)    La obra en prosa está dividida en dos partes: la primera consta de diversas obras narrativas entre crónicas de viaje (Misión Atahualpa), impresiones de actividades realizadas en su misión religiosa, unos reportajes escritos por su actividad en el Capítulo Provincial, reunión de la congregación, realizada en Lima en el 2008. En esa oportunidad, se hace pasar como una reportera que escribe bajo el seudónimo de DIC. Además, escribe una breve pieza de teatro en homenaje a Rosa de Oliva, Santa Rosa de Lima. La segunda parte es un estudio detallado de la fundadora de orden  de las Hermanas Dominicas de la Inmaculada Concepción, Eduviges Portalet. Ella fundó la orden en 1884. Fue una religiosa muy activa y tuvo presencia en suelo americano en 1889, en Ecuador. Luego sus religiosas llegarán al Perú, fundando en 1898 el Colegio Santa Rosa en Trujillo.[9] Su obra narrativa tiene momentos hilarantes y de buen humor, como la descripción que hace de su viaje a Bambamarca (pág. 128) o el manual para los sullaneros (pág. 131)
Fue una mujer que usó la palabra para hallar la luz en la vida y se las otorgó a muchos más.
Muchas gracias.





[5] DE LA CRUZ CUZCANO, EDITH. Legado de Luz. Palabra y obra para la eternidad. ENFOKO, Lima, 2014.
[7] CABEL, JESÚS; MURAL BIBLIOGRÁFICO DE LA POESÍA PERUANA SIGLO XX, Asamblea Nacional de Rectores, Lima, 2009

martes, 1 de noviembre de 2011

TRUJILLO, ¿UNA GASTRONOMÍA PARA EL FUTURO?

En los últimos años nuestro país ha venido experimentando toda una revolución en la gastronomía, la cual ha sido aprovechada por muchas personas tanto en lo cultural como en lo económico. Esta “revolución” ha tratado de ser inclusiva, ya que, a diferencia del chorreo macroeconómico, ésta ha logrado llegar a más gente de todos los estratos sociales y culturales de nuestro país, así como a generar una revaloración de elementos culturales de varias zonas, muchas veces postergadas, ahora puestas en valor por los diversos elementos gastronómicos que aportan a la identidad alimenticia, si cabe el término. Así la sierra, muchas veces olvidada y lejana a los ojos de los ciudadanos costeños, es rememorada por ser el banco ancestral genético de nuestro país. Si comparamos lo dado por la costa frente a lo de la sierra, lo del primero es una mera sombra frente al bagaje rico que los Andes han dado no sólo al país, sino al mundo entero: diversos tubérculos (destacando la papa y sus más de 3,000 variedades), diversos tipos de maíz (choclo o sara, 35 en total), carnes, matices de ajíes y hierbas aromáticas, con las variantes de las oriundas traídas por los españoles u otros foráneos. Con tanta variedad, son algunas ciudades estratégicas que han hallado un interesante desarrollo gastronómico en nuestro país, mucho antes de esta revaloración liderada por Gastón Acurio entre otros.

En verdad, es meritorio reconocer algunas gastronomías como la arequipeña, la cual es una de las más ricas de nuestro territorio, por la variedad de platos, especies, carnes y combinaciones empleadas. Frente a un rocoto relleno, un chupe de camarones o un pastel de papas con anís con su queso fundido serrano, hasta el paladar más exigente se rinde para dar paso al buen momento gourmet. Recuerdo mis años de infancia por esos lares y haber degustado tan variada calidad de nutrientes ricos, deseables; recuerdo la chicha sara, sus grandes granos dulces; el polvo de cañihuaco, parecido al chocolate en polvo, que era todo un vicio para nosotros. Y las diversas calidades de habas, como nunca en otro lugar he visto.

Otro lugar impresionante en la culinaria es Chiclayo, una ciudad en la que quedas sorprendido por la ancestral cocina que preserva y que, espero yo, siga manteniendo vigencia sobre otras propuestas descabelladas. Un delicioso espesado con arroz con loche, acompañado de chinguirito, experiencia fuerte que algunos no terminan por asimilar, son platos fuertes “de bandera” de la culinaria chiclayana, con su tradicional arroz con pato, rellenas, lifes, tacu tacu de olla, u otras delicias, que la hacen una cocina de fuerte personalidad y de fama en nuestro país. Algunas guías de viajeros europeas y norteamericanas sugieren ambas culinarias, la chiclayana y la arequipeña. Recuerdo la guía de Steven Birbaum, que sugería pedir platos preparados “a la chiclayana”.

Otro departamento que ofrece una gran variedad de carnes es Piura. No sólo por lo que ofrece de animales de corral, sino por el vasto océano que baña sus costas que presencian el choque de dos corrientes (la Fría y la Caliente) ofreciendo a sus habitantes toda una fauna ictiológica que te permite preparar la más amplia variedad de cebiches, gracias a sus carnes más los prodigiosos limones de Tambogrande.
Otras culinarias están en vías de descubrirse y son un reto para nuestra imaginación y la aceptación, como lo es la de la selva y sus carnes y frutos desconocidos a la mayoría de peruanos: difícil hallar muchos compatriotas que hayan comido paujil, paiche, chonta, pijuayo, umarí, mango verde con sal, juanes de yuca; muchos más, los suris. Así como los caldos tradicionales de la sierra como el puchero cuzqueño, el caldo de manzana, los locros u otros. Así como no hemos viajado a muchas partes de nuestro país, no hemos viajado a sus honduras gastronómicas. Hay un largo camino por recorrer.
¿Y Trujillo? ¿Dónde estamos? ¿Adónde vamos? Cierto es que hay una tradición culinaria vieja, es la solidez lograda por el hecho de ser un espacio ocupado por más de mil años. Pero es una ciudad un poco rara que le da la espalda a los productos que generosamente la naturaleza le ha estado regalando a su población. Y aunque muchas de sus delicias son de origen serrano, pareciera que aún la ciudad sigue dando las espaldas a las delicias que están delante de uno. El Shámbar se ha revalorado y, de pronto, aparece una ola de consumo. Pero, en los últimos 15 años, la naturaleza verde comenzó a rodear a Trujillo por un proyecto que tiene sus sostenidos como sus fuertes bemoles: Chavimochic. Este proyecto le ha dado una gran variedad de frutos, verduras y hortalizas que todavía no ingresan al imaginario gastronómico, salvo honrosas excepciones. La crisis del 2008 marcó un intento por parte del empresariado del espárrago de desarrollar un mercado de consumo interno para su aceptación. Pero faltó la creatividad para “hacerlo nuestro”. Se usa el espárrago para crear duplicaciones de la cocina francesa como el soufflé. El piquillo o la alcachofa no terminan de ser asumidas de manera popular y masiva como lo ha sido el arroz, un alimento cuya masificación no pasa más allá de los 100 años. Los peruanos hemos hecho del arroz ya un aditamento peruano y hay muchas culinarias actuales que no lo conciben fuera de sus platos fuertes. ¿Llegarán la berenjena, el espárrago, la alcachofa ser parte integrantes de platos de consumo diario? Había sugerido esto en un taller en la zona de Miramar y hubo chispazos interesantes. Quizá Trujillo pueda buscar nuevos derroteros en este novísimo campo ancestral (vale la contradicción). Un desafío para chefs, escuelas de cocinas, restaurantes, vivanderas o simples amas de casa.

Publicado en el primer número de la revista trujillana CÍRCULO SOCIAL

viernes, 12 de diciembre de 2008

HUARINGAS, MAGICAL MISTERY TOUR (1)



Un viaje alucinante. Viaje a las entrañas. No sé. Quizá otros clichés más podrían ponerse a este periplo por las montañas de Piura que le permiten reconocer en uno algo de zafado, algo de explorador, algo de investigador o místico.



Este viaje a las serranía de Piura lo había venido postergando por años. Varios amigos míos, sobre todo gringos, eran los que más me motivaban a ir. Ellos, exploradores muy sencillos y prácticos, me comentaban que el viaje era muy buena experiencia para templarte en lo que quisieras hacer en el futuro. Y tenían toda la razón. Tuve intención de ir en 1999, pero un grupo de amigos me dijo que nos fuéramos a Chachapoyas (cosa que hice al fin de cuentas). Lo más gracioso es que las 15 personas que en un principio éramos para la visita de la tierra de los Chacha, se redujo a una: yo. En fin, agradezco las circunstancias, ya que eso me permitió conocer Kuelap, de la cual hablaremos en otros momentos.


El 2000. Año vital de cambios, así decían. Tome mis bultos y me embarqué por esos lares la penúltima semana de julio, antes de fiestas patrias. Llegué a Piura y me alojé en casa de un amigo: él nunca había estado ahí por lo que muchas referencias de las que me daba eran por oídas. Me avituallé con algunas cosas más y sobre todo de paciencia; la iba a necesitar.


El día que partía a Huancabamba comenzó el cambio de ritmo de vida: el bus con destino a esa ciudad debería salir a las 8 de la mañana. Disciplinado yo, estuve a las 7:45 con un buen desayuno. El viaje es relativamente largo (pese a que hay sólo 140 km. aprox.). El bus salió a mediodía. Cuando subimos al bus, ya había terminado de leer un libro pequeño y me embarcaba en otro. Los libros son buenos compañeros de viajes.


El ascenso hacia Canchaque (primera parada importante) fue bastante interesante. No bien habíamos pasado el desvío a Chulucanas, entramos por un camino de trocha. Un par de kilómetros recorridos por éste y una llanta revienta. Paciencia. Los manejos temporales son diferentes y ya estás en ello. Volvimos a nuestra ruta, el paisaje iba cambiando con cierta regularidad. Pasamos de una frondosa vegetación a una de muchas cactáceas y ranchos miserables al pie del camino. Ves lo que distingue mucho a Piura como realidad geográfica: burros (piajenos), cabras, algarrobos, esporádicos arenales. Pero como era ya una zona de ascenso, lo desértico va desapareciendo poco a poco, el resto no. Íbamos bordeando el río Piura.


De pronto, el bus volteó con todas las intenciones de cruzar el río y...¡no había puente! Cruzamos vadeando las aguas (lo había hecho antes con un camión en el río Crisnejas en Cajabamba) y por un momento temí que termináramos en el estuario del río, allá por Sechura; pero la calma de los demás pasajeros me hizo controlar mi peregrina intención de subirme al techo; una ligera demostración de cómo perder los papeles.


En el trayecto, la gente subía con todo; bultos, animales, compañeros míos fueron varios pollos que me veían con curiosidad (creo que todos me veían con curiosidad)


Canchaque. Estuve ahí en 1985 y la recordaba bonita, pintoresca con un aroma a café que nos rodeaba. Era bella. Ahora no, la plaza está rodeada de restaurantes y bares con parlantes ruidosos. Se jodió. La gente entiende mal lo que es ir a un lugar a descansar: eso era Canchaque ( ¿o será yo que lo entiende mal?) Todo esto iba sucediendo bajo un cielo gris de julio, más gris por lo que estaba viendo y lo que recordaba. Muchos pasajeros bajaron ahí, lo que permitió cierta holgura en los pasadizos del bus.


Retomamos nuestro periplo. Ahora sí, salimos de Canchaque (que tiene lo último de vegetación semi-tropical, por eso el café) y comenzamos a bordear el cerro, un zig-zag lento que me estaba preparando para una maravillosa sorpresa. Cuando íbamos ascendiendo vi el "techo" de nubes sobre el cerro y, de pronto, vi la carretera perdiéndose en ese techo...¿qué había después? Lentamente el bus subía, pujando su existencia y de pronto......¡el sol! Como si fuéramos un avión, habíamos atravesado el colchón de nubes y nos vimos por encima de ellas, que se extendían hacia el infinito. Saqué la cuenta que hacia donde se extendían era hacia el Pacífico, allí bajo ellas estaba Piura. Alucinante.


Desde ahí la carretera se vuelve más sinuosa, y cae la noche; íbamos avanzando con cierta lentitud tanto por la carretera así como la densa niebla que había caído por los cerros (recordé La Niebla de Carpenter, ¿la vieron?). Dejaré para después mi llegada a Huancabamba, mucha emoción para un solo día.

sábado, 6 de diciembre de 2008

POECHOS, PROMESAS, PROMESAS

Quizá ese 16 de noviembre vaya a quedar en mi recuerdo como el día más trotador que haya tenido (aunque, valgan verdades, sí he tenido varios días así en mi vida de trotamundo) para un solo día. Luego de devaneos matutinos y algunos contactos, decidimos ir a dos lugares, de los cuales estuvimos conversando el día anterior a nuestro gran periplo. Tras el suculento desayuno, y tras las frustradas gestiones de lo formal, decidimos ir por nuestra cuenta. Ya narré nuestro viaje a Sechura y la visita a su impresionante iglesia (de ella debo hablar con detalles, porque se lo merece), sus playas. Retornamos a Piura, aún con el estómago lleno por el contundente desayuno piurano de El Chalán.


Al bajar de la combi que nos traía de Sechura, preguntamos a algunos peatones dónde se hallaba el terminal de colectivos a Sullana (recuerdo que alguna vez tomé uno con una amiga, Ingrid) y me di con la sorpresa que ya no existían. Raro. Con la intensa afluencia de pasajeros entre Piura y Sullana, esperaba que hubiera más movilidad. No la hay. De pronto, alguien nos dijo que cerca a allí estaba el paradero de buses a nuestro objetivo inicial. En un destartalado bus, encontramos el último par de asientos. Gustavo subió raudo y puso su humanidad en los sitios que quedaban (prácticamente sobre el motor). En fin, no estábamos para detalles refinados.


El viaje fue un poco penoso, pero tenía las secretas esperanzas que íbamos a llegar a Poechos. lo que más desasosiego nos causaba era el hecho de que la gente nos daba versiones de lo más dispares sobre la ubicación de dicha represa. Unos decían que estaba cerca; otros, bastante lejano; varios sólo la habían escuchado nombrar.
Sullana. Llegamos a las 3 de la tarde aproximadamente, nos encontramos con una ciudad trajinada para ser domingo. Nos dirigimos a la Plaza de Armas y hallamos una heladería: el calor ameritaba un cremolada de tamarindo (ufff) y un helado. Ese fue nuestro almuerzo. Mientras, preguntamos a uno de los mozos, quien amable y patero nos dijo que estaba a..... 5 MINUTOS de allí y que un taxi nos llevaría por 5 soles. Nuestras almas se regocijaron y nos dejamos estar para disfrutar la tarde sullanera. Casi acabando nuestra cremolada, llega el mismo mozo a rectificar su error. En realidad, Poechos sí estaba lejos, casi tres cuarto de hora y un taxi nos podía cobrar unos cien soles. Entramos en trompo; la planeada caminatita hacia el malecón pasó al olvido y ahora teníamos que gestionar un taxi que nos llevara hasta allá. Como estuvimos relajados por el infeliz dato del chico, nos habíamos tomado casi una hora en nuestro comer y regurgitar.


Las 4. Comenzamos la búsqueda y escuchamos diversas opiniones. Fuimos al paradero a Poechos en un mototaxi, dos almas. Caí en desánimo, pero Gustavo estaba más decidido. Negociamos con un taxi recién llegado: "80 soles". Fuimos a otro no muy lejos de ahí. "120 soles". Retornamos al primero (no había más opciones) y con él quedamos a 70.


Subimos y nuestro amigo pisó el acelerador. Nos había dicho que hacía el tramo en sólo 45 minutos. Se lo tomó a pecho. Nuestro chofer tomó una vía que iba paralela al canal de desfogue de la represa. Cruzamos pequeños poblados rodeados de un verde feraz; cuando llegamos a Somate, ya la geografía era bastante diferente; habíamos estado ascendiendo, pero ligeramente. En realidad, mucha gente tiene una idea un poco vaga de la geografía piurana, la relacionan con playas y arena. Lo que veíamos desmiente todo eso; ya contaré del viaje que hice a Huancabamba, donde hay zonas que tocas las nubes y... ¡las cruzas! Piura es sorprendente. Nuestro apurado amigo cruzaba raudo el camino de trocha (pobre auto), la grava iba golpeando la parte inferior del auto, daba la sensación que éste se iba a partir. En su carrera, se llevó de encuentro un pobre pollo que tontamente cruzó el camino del bólido. Y a los 45 minutos clavados nos hallamos frente a un muro de tierra y partes de cemento: eran los bordes de la represa. Subimos por una trocha lateral y ahí estaba: un inmenso espejo de agua. He estado en Tinajones y Gallito Ciego, pero éste es mayor, grande, inconmensurable. He visto otros mayores, nunca olvidaré la represa de Assuan en Egipto. Pero Poechos tiene un espejo de agua impresionante. Además llegamos para tomar las pocas fotos con luz y ver cómo caía el sol en el extenso valle del Chira que se extendía hacia el mar. Sensaciones. Además rodeados de cierto silencio, ya que todo es grande ahí.


Teníamos que descender y el retorno lo hicimos por el lado que iba hacia Mallares, supuestamente hay una carretera (?) y ahí sí ves aridez. ¡Qué contrastes! Sólo 15 minutos antes veníamos por una verdura increíble, ahora nos rodeaban algarrobos y pobreza.
Casi rayando las 7 de la noche llegamos a Sullana para tomar nuestro bus a Piura. Nuestro objetivo estaba logrado, nos fuimos satisfechos. Vale.

sábado, 29 de noviembre de 2008

COMER EN PIURA



Creo que ya es tiempo que rinda mi homenaje y pleitesía a este sacrosanto lugar. Visitas de visitas a huariques y restaurantes en mi ciudad ya me han confirmado lo que todos dicen y que no quería aún reconocer: Piura es un paraíso gastronómico. Cuando fui en septiembre, luego de algunos años de no pisar la ciudad, un grupo de amigos me guió por el paraíso. La consabida visita a Catacaos se realizó y entre moscas, calor y un poco de tierra consumamos un encuentro regular con los cebiches de la zona. Mi dolencia de triglicéridos, colesterol y otras pesadillas de la vida moderna, me coactaron un poco y me estoy perdiendo un real banquete como son los mariscos, bendición de la culinaria piurana..Pero mi revancha ya llegará. Esa noche nos dirigimos a un restaurante llamado Capuccino; el lugar es agradable, simpático, placentero; la comida ya es casi tocar el cielo. Mi teriyaki de pescado no hizo sino tocar esa fibras recónditas de la memoria de la humanidad de encuentros con lo sagrado. Mientras degustaba bocado tras bocado, el vino iba avivando más ese placer del buen comer y del buen hablar. Ya estaba en la Piura real. Mis últimos viajes fueron periplos mucho mejores, ya tenía en mente qué es lo que quería y no iba a escatimar ni gastos ni contemplaciones para seguir hurgando los manjares. Volví a la Santitos luego de años; este restaurante se había quemado tiempo ha y volvió abrir sus puertas en otra casa: los tamalitos verdes, la carne aliñada, esos nobles platos de origen popular desfilan delante de tus ojos para abrir tu voraz apetito. Hace dos semanas descubrí un nuevo restaurante (hay muchos más, pero tuve una mente circuscrita al pasado) el cual me permitió acercarme a un delicioso filete de pez espada. Uff. Las nobles hierbas habían ingresado en su carne y la habían aromatizado; crujiente iba cortando pedazos que engullía con la convicción de estar pecando, porque se nos ha enseñado que lo bueno tiene algo de malo en su interior. Moriré feliz. Piura es un cielo, pronto iré nuevamente para caer sobre las langostas y los nobles frutos del mar. A la mierda con el colesterol.


SECHURA 1




16 de noviembre. Un domingo caluroso en la cálida Piura. El día anterior habíamos comido con mucha fruición todo lo que el mar piurano da a sus ciudadanos y visitantes; la movida noche del sábado no nos impidió levantarnos tempramo para hacer una visita a un lugar que había visitado hacía 23 años: SECHURA. Muchas personas refieren este nombre con un desierto, el más extenso del Perú; otros lo refieren con el gran potencial que esta zona va a tener no sólo para la región sino para todo el país: la riqueza de los fosfatos. Pero pocos vinculan este nombre con una joya que se halla en el medio del desierto cual atalaya: la iglesia de San Martín de Tours. Esta gran edificación puede descollar desde cualquier punto y es una gran referencia (y alivio, si vienes en micro) cuando inicias tu travesía desde Piura.
Piura es una ciudad que carece de servicios que hagan agradable la permanencia a un turista que quiera información al paso. La Oficina de Turismo que está en la Plaza de Armas deja de funcionar cuando tienen una parada cívico-militar: simple y llanamente no puedes pasar y esos eventos duran la penuria de una hora con los pobres chiquillos desfalleciendo por el intenso calor. Pese a esa situación, no nos amedrentamos y decidimos preguntar en agencias de viaje ; no había ninguna abierta y los hoteles no tienen mucha información sobre algunos servicios que puedan prestar a un turista que quiera ir a este lugar. Pero no cejamos en nuestra terca decisión de ir y fuimos a tomar un servicio de transporte público (que es privado) y viajamos en unas condiciones bastante tercermundistas que me hacían recordar esos viajes por pequeñas y perdidas ciudades hindúes. El dichoso micro sonaba (y olía) de manera muy rara y temíamos algún discreto percance, como que lo hubo: parte del cartel de la empresa que estaba en el techo del micro voló. Nos causó un buen susto. En fin; ya estábamos en el bus y a seguir remando. El viaje por el Bajo Piura es impresionante, vas descubriendo pequeñas ciudades que las recuerdo pobres y semiderruidas (la primera vez fui a los 3 años del Niño del 82-83), ahora pujantes y grandes; y un valle feraz, verde, con palmeras por todas partes. Ciudades como La Unión, Vize, El Arenal, iban apareciendo en la ruta. El día anterior Claudia, una amiga de Piura, contaba cómo se iba a transformar todo esto a raíz de la nueva industria fosfatera; espero que sea para bien.
Pero el calor no dejaba de molestarnos; la precaria ventanilla dejaba ingresar un poco de aire, ya estábamos amodorrados; de pronto, como agujas enhiestas ves a los lejos las dos torres de la iglesia. Ya casi estábamos en nuestro objetivo; la carretera sinuosa era devorada por el micro y la imagen era cada vez más clara y grande. En cuanto entramos a los primeros barrios de la ciudad, algunos pasajeros comenzaron a descender. Faltaba poco, el bus dobló por un malecón y nos topamos con el mercado. Un poco desconcertados, preguntamos al chofer dónde estaba la catedral, nuestro objetivo; nos dijo que nos quedáramos un rato para acercarnos un poco más y luego nos indicó dónde descender y caminar; ya estábamos casi en nuestra meta.
Bajamos en una esquina a no poca distancia de la iglesia, la cual ya era bastante visible para nosotros. Bajo el agobiante calor (era casi mediodía) marchamos a nuestro objetivo. Al comenzar nuestra marcha, vemos una oficina de Manpower, la cual está reclutando a varios sechuranos que han de trabajar en el proyecto Vale Do Sol (¿es así?) que cambiará todo el panorama de Sechura.
Seguimos la marcha y llegamos a un costado de la monumental iglesia; como era domingo, estaba abierta y nos enrumbamos. Sólo el hecho de estar frente al frontis de la misma ya es de por sí toda una experiencia. El interior luce un poco descuidado, pero se ve que fue toda una magnífica iglesia, como lo demuestra el fino estucado que tiene, las imágenes que aún quedan y en sí la magnífica construcción que es. Logramos subir al campanario para ver el juego de campanas que según nos dijo nuestro guía su sonido es fácilmente perceptible a la distancia. Además en una zona tan tranquila, su sonido debe ser oídos por todos, salvo los momentos en que las estridentes fiestas populares con todos sus parlantes "a todo meter" acallan a las campanas.

La visita concluyó con una visita al pequeño balneario que está cerca a Sechura, al cual llegamos con un mototaxi y vimos algunos oasis en el camino.

viernes, 15 de agosto de 2008

NARIHUALÁ, CORAZÓN TALLÁN


Esta visita fue bastante esperada; había oído de la presencia de estas ruinas cercanas a la ciudad de Catacaos, pero por diversas razones había postergado mi arribo a ese lugar. Para llegar hay que preguntar permanentemente sobre el sitio, el cual es conocido por los lugareños, pero que carece de mayor información para una persona que no maneja nuestro idioma. El espacio está rodeado por población, como sucede con muchos restos arqueológicos de la costa peruana. Con sus típicas casas de quincha, uno llega a un santuario cercado precariamente para visitar el sitio. Varios niños nos reciben, unos para invitarnos a comprar recuerdos del lugar, otros para comprar algarrobina (que dicho sea de paso, estaba rica); otros chiquillos ofrecían sus servicios de guía y otros, tristemente, se dedicaban a mendigar. Muchos de los chicos se sentían fastidiados de que algunos de sus amiguitos tomen la actitud de extender la mano para pedir plata u otra cosa; pero es cierto que el lugar es deprimente, ya que la pobreza es evidente y no existe algo que muestre que la presencia de este sitio arqueológico haya generado alguna mejora sustancial en esa zona; es más, lo que se haya hecho antes, se ve ahora deslucido y bastante deteriorado. Al entrar, recibimos nuestro boleto, pero esperaba hallar un libro guía o algo por el estilo. No, no había nada ni fotos o postales con las cuales tuviera una mayor información. Dos pequeños fueron nuestros guías, ambos se habían aprendido de memoria el parlamento (lo vi en Huamachuco también y creo que es algo discutible que se debe replantear si es que se quiere involucrar a los lugareños). Con nuestros pequeños guías hicimos la visita al museo de sitio, simpática construcción de quincha que reproduce la arquitectura del lugar; pero hay escasez de museografía, quizá producto del poco o nulo presupuesto que recibe (y reciben nuestros monumentos históricos). Creo que ya que se habla de responsabilidad social y todas esas musiquitas destellantes para salir del paso, el municipio de la ciudad o la entidad encargada del lugar podría pedir a las "pequeñas" empresas que lucran de la riqueza de Piura para hacer un buen proyecto sostenible a la zona. Piura podría hacer de esta zona histórica una parada más del famoso corredor del norte peruano, pero poner toda esta zona en valor demanda cabezas organizadoras e investigación permanente para su ampliación.

Todo lo que muestra el museo de sitio (como lo muestra el museo de Sicán) es parte de la vida cotidiana de los residentes actuales; es como si el tiempo se hubiera detenido y mucho de lo visto ahí sé que se hace en zonas cercanas a Narihualá, como Simbilá, zona en la aún trabajan la alfarería como lo hicieron sus antepasados. El monumento en sí debe ser limpiado y restaurado, hay que evitar que se deteriore más.
Es muy simpático el sendero creado para dirigir al turista (aunque faltan carteles que indiquen qué es lo que uno está viendo cuando encuentra un rellano o un balcón pequeño utilizado como descanso). El ascenso hacia la iglesia es simpático, al llegar a la cima de la huaca vemos un paisaje vasto e impresionante: una isla verde en el desierto. El cementerio se encuentra a un costado de la pequeña iglesia y le da cierto aire de misterio; pero cuando uno levanta los ojos y ve el valle, uno se siente sobrecogido del extraordinario verdor que rodea la pobreza de los habitantes de este ¿caserío? El sitio, en realidad, da para mucho más y ofrecer cosas más atractivas al viajero, no sólo llegar a la de Dios, por acción divina (como muchas cosas suceden en nuestro país) y sentirte a gusto al lugar que llegas. Sé que muchas veces puede sonar a una perspectiva comodona, pero llegar a un lugar que te rodeen las moscas, no puedas tocar alimento alguno por las circunstancias en que te las muestran (había varias botellas de algarrobina en las cuales las moscas campeaban sin ser estorbadas), un poco trajinado por el calor ( no quiero imaginar cómo será en febrero a medio día) y no halles agua, no hacen estas experiencias algo agradable ¿o sí?

jueves, 14 de agosto de 2008

REENCUENTRO CON PIURA (CRÓNICA DE VIAJE)


Luego de una meditación larga de mis observaciones de mi ciudad natal, vuelvo a escribir ideas sueltas sobre mi último viaje. Piura, como cualquier ciudad de nuestro viejo país, tiene grandes escenarios naturales como humanos. Sus estrechas calles bullen de gente joven que se agolpa por las veredas altas para evitar las lluvias. Como comentaba en una entrada anterior el centro viejo se viene cayendo por acción intencionada de muchas personas que quieren deshacerse de nobles casonas por edificios nuevos e impersonales. El sol de Piura es contundente y caminar por sus calles a mediodía tiene algo de valentía y masoquismo. Me dio mucha pena ver el local del restaurante La Santitos quemado y derruido; me dicen que a raíz del incendio otro restaurante cafetería llamado Capuccino ha logrado su expansión; de este lugar se hablará en otro momento, ya que la comida ahí es una orgía al paladar. Volviendo a las calles piuranas, las calles adyacentes a la avenida Grau se han vuelto todo un hormiguero de gente que ya no caminan pausadamente como lo solían hacer. Ahora la ciudad ya tiene un cierto frenesí abrumando además el tráfico que atosigan las abigarradas calles; hay ciertos lugares de la céntrica avenida Grau que parecen un mercado persa y lo simpático es ver los árboles que dan una buena sombra y al costado de estos puestos de periódicos abarrotados con todo tipo de revista u otros objetos en venta. La presencia de muchos taxis altera la calma de los personas, pero, a diferencia de Trujillo donde los taxis te acosan con el claxon, los taxistas piuranos no te molestan ni te asedian para hacerte un servicio. Piura es una ciudad manejable, sus distancias son asequibles y uno no siente mucho las diferencias sociales que se puede ver en otras ciudades como Trujillo. Pero, también debo decir que Piura, como ya comenté, da la sensación que es una ciudad a medio hacer. Lo notas en las calles, las paredes sin revestir, las calzadas fracturadas o derruidas, los terrenos baldíos sin cercar. Quizá el nuevo boom económico que se avecina a todo el departamento acelere el proceso y tengamos pronto una ciudad mejor. Pese a todo, Piura es una ciudad de encanto por su gente, sus atardeceres, su comida, su cielo, sus parques, sus frondosos árboles, sus todavía casas viejas bellas, sus paseos por el malecón, y porque Piura es Piura.