El incendio que estalló en instalaciones informales en Lima
la semana pasada es el corolario de esa cultura que se vive el día a día entre
la informalidad y la inseguridad. El incendio, además de haber desnudado una de
las conocidas y frecuentes formas de esclavitud moderna en nuestro país, nos ha
confirmado nuestra informalidad en cuanto a medidas de seguridad se
refiere, a la que no escapa ningún estamento socioeconómico de la
sociedad peruana. Es la cultura del vivazo o pendejo empresario que actúa sin
ningún tipo de escrúpulos que atenta abiertamente contra cualquiera de nosotros; pero también en la actitud discutiblemente justificada de muchos
ciudadanos que emplean herramientas de trabajo que son unas verdaderas armas
mortales. Salvando distancias, la actitud de un dueño de microbús de casi
treinta años, contaminante y deteriorado, se asemeja a la de un dueño de un
local en el que hay muchos problemas técnicos de seguridad: les importa un
bledo la vida de los demás, incluso la suya misma. Cada uno tiene sus
justificaciones, las cuales servirán poco cuando tengan uno o más muertos entre
sus manos.
La cultura de la prevención y seguridad es tan poco
desarrollada en nuestro país por diversas razones: educativas, económicas,
culturales. Por ejemplo, la gente gusta reventar pirotécnicos en fiestas
religiosas; fuera de ser molesto a los oídos de todo ser viviente, es un gran
riesgo y puede ser causales de incendios. Pero se justifica, por costumbre. Por otro lado, muchas de las acciones que diversas instituciones hacen como medida de
prevención son cuestionadas o rechazadas sin comprender que se hacen las mismas
con el fin de velar por su seguridad y sus vidas. Fui testigo del malestar
manifestado por diversas personas al querer entrar a un lugar cuyo aforo no era
más de 70 personas. Lejos de entender razones válidas, las personas
cuestionaban la decisión de no permitir el ingreso a pesar de saber que se
exponían a una situación de riesgo tanto para él como para los demás.
Pero, lo criminal en todo esto es la negativa de tomar medidas de
seguridad por cuestión de “ahorro”. Para muchas empresas, la seguridad se sigue
pensando como un gasto y prefieren
invertir en la coima a funcionarios inescrupulosos y corruptos, otros criminales
en esta situación, antes que en sistemas para prevención de alto nivel. Y esto
sí cruza todos los niveles sociales: las discotecas son una muestra y aún queda
el recuerdo de Utopía, cuyos dueños prácticamente salieron indemnes de una
sanción mayor. No está lejos el siniestro de los cines UVK en el exclusivo Larco
Mar que mató a cuatro personas y ahora queda en el olvido colectivo. Quizá en
un par de meses este grave incidente quede, como siempre, en el rincón de la
amnesia colectiva que los peruanos sufrimos.