Dos hechos, uno de ellos
luctuoso, han marcado la agenda adolescente y juvenil de esta semana. El más
mediático ha generado toda una polémica que tiene para largo aliento en la
búsqueda de culpables para que la responsabilidad de nuestra sociedad en
conjunto se diluya. Más de dos jóvenes, una de ellos muerta, han sido los
actores de un suceso que ocurre con frecuencia en todas nuestras ciudades, en
todos los países. Un deportista, Jhordy Reyna, se halla involucrado y, aunque
no está nada dicho aún, su situación es el fiel reflejo del tratamiento de elevarlos
a ídolos de barro gracias a intereses comerciales, cuyos móviles no son nada
positivos. En este juego caen los mismos padres y otros actores sociales que
ven a sus hijos o los adolescentes como la gallina de huevos de oro que asegura
el futuro de la familia, generalmente aconsejándolos mal hasta quemar su
juventud y futuro satisfaciendo una imagen creada por la sociedad. Esta
situación me hace recordar a personajes polémicos como Mario “Pechito” Gómez o
Reimond Manco; este último era una promesa que se quedó literalmente en el
camino por decisiones cuestionables que le pasaron factura. El caso de la
voleibolista Alessandra Chocano es más triste aún: descuidos y accionares que
les suceden a cientos de adolescentes y jóvenes en nuestras ciudades, expuestos
a una serie de engaños y vicisitudes en los que caen atraídos por sucedáneos.
Jóvenes que pierden la brújula en algún momento para no hallarla más. La
carencia de una familia, en cualquiera de sus conceptos, y, sobre todo, la
construcción de líderes mediáticos nada positivos marcan el rumbo de miles de
jóvenes y adolescentes citadinos. Las redes sociales estallan con imágenes e
historias de estos controvertidos ídolos que se convierten en el derrotero
común de miles de ellos; los imitan en sus actos, en sus palabras, en su vestir
y en su pensar.
Así recalamos en otro
adolescente, Alexander Pérez alias “Gringasho”. Los patrones de vida de muchos
jóvenes proclives al hampa se repiten, están codificados, clasificados. Las
bandas a las que se incorporan les inculcan sus valores. Lo que no pudo la
familia, lo logra pandillas delincuenciales que son su nuevo núcleo familiar. Aquí
se hace necesaria una reflexión en la que muchos actores sociales se ven
envueltos: la excesiva actitud protectora con la juventud ante la disciplina y
el rigor requeridos para cualquier campo de la vida humana. Muchos jóvenes
saben cómo manipular sus derechos ocultando los correspondientes deberes que
hay que cumplir. Esta distorsión genera personas inescrupulosas, acostumbradas
a exigir y no dar. Los parámetros claros los ayudarán; pero, los ejemplos que
muchos de estos niños, jóvenes y adolescentes tienen en sus mayores son lamentables,
pues desdicen cualquier propuesta de enmienda: los mismos adultos maleducamos
con el ejemplo, ¿citamos algunos comenzando por los políticos?