Uno de los mitos más extendidos y utilizados
como argumento para la difusión entre el electorado es el de los candidatos
millonarios, los que poseen cuantiosa fortuna. Para muchos, esta condición es
válida para hacerlo un candidato idóneo al puesto. Sin embargo, los últimos
ejemplos de corrupción destapados por el caso Odebrecht involucraron a muchas personas
millonarias del poder político como el caso de PPK, quien tuvo que renunciar a la presidencia, el que mantenía un arresto domiciliario cambiado a comparecencia en la
actualidad. Grupos económicos poderosos cercanos a los diversos gobiernos, como el famoso Club
de la Construcción, también nos lo demuestran al ver las interesantes movidas y
fondos encubiertos destinados a tal o cual candidatura para su beneficio. Este
imaginario, el del hombre rico, es manipulado abiertamente desde otra
perspectiva al difundir la idea de que la riqueza obtenida es fruto del
esfuerzo de tal o cual candidato que se presenta como una suerte de mesías para
calmar las necesidades de pobladores de diversos estratos sociales,
generalmente los más deprimidos. “Él conoce la realidad de las personas
oprimidas, pues la ha vivido”, dixit. Un hombre de éxito que quiere compartir
el suyo con los demás. Esta imagen paternalista es la más empleada y difunden
profusamente fotos de personas en situación de precariedad que tienen su minuto
de fama gracias a la foto abrazando al candidato. Esta es uno de los recursos
más manidos por todos, es un buen gancho. Por otro lado, está la estrategia del
pobre, del humilde, del hombre o mujer de pueblo, comprometido por las causas
del pueblo, que utiliza la palabra “pueblo” cada cinco minutos; que dice estar
preocupado por sus connacionales, pues lo conmueve sus pesares y problemas.
Aunque la palabra “pueblo” no es sólo manipulada por este tipo de candidatos
(la usan todos), son estos últimos personajes los que terminan por prostituir
el sentido de esta palabra para darle un nuevo valor semántico: clan.
¿Qué demagogo nos toca?
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