El Gobierno peruano decidió ir
“soltando” diversas actividades económicas con el fin de paliar la presión
económica de algunas empresas y, sobre todo, de muchas familias que viven el
día a día, segmento al cual se han venido “adhiriendo” un buen grupo de
personas quienes han perdido sus empleos durante esta crisis. La acción se da en
momentos en que vemos una sociedad peruana costeña, la más “rica y con mejores
potenciales” económicamente hablando, que presenta cuadros verdaderamente
patéticos de contagios y de desorden civil, producto (quizás) de errores
sociales que se han cometido en las últimas décadas; y con manifestaciones
alarmantes reflejadas en un lenguaje basado en la incapacidad de comprender la
real dimensión de la situación como lo dicho por la presidenta de la CONFIEP
que ha dejado a más de uno destemplado por las observaciones hechas ante las
medidas de seguridad que se requieren para volver a un intento de normalidad.
También está ese espíritu mal concebido del “emprendedor” en ver “oportunidades
de negocios”; así surgieron los servicios de entrega (delivery) con escasas o
nulas medidas de seguridad que exponen no solo al vendedor, sino al comprador de
cualquier producto. Sensato es pensar que las cosas no serán como antes, obtuso
es pensar lo contrario.
Mientras tanto, otras
actividades, las informales, sí han estado “laborando” de manera efectiva en
todas partes del mundo. Una de ellas es la tala ilegal, la gran depredadora de
nuestros bosques y selvas. Ante la concentración del control en regiones
urbanas, la tala ha prosperado y, con ella, la minería ilegal. Cómo habrá sido
de escandalosa esta situación que hasta Jair Bolsonaro, el presidente brasileño
promotor silencioso de esta actividad, ha tenido que mandar al ejército a
detener esta depredación de la selva amazónica. ¿Estas actividades cambiarán? ¿es
posible apuntar a trabajar en energías limpias cuando vemos que los países
ricos tienen un sobre almacenamiento del crudo y con precios extremadamente
bajos?
En esta pandemia, el Norte
peruano se volvió en un paradigma negativo cuyas explicaciones no son de índole
económico ni comercial; sino sociológico o antropológico, incomprensible para
muchos imbuidos en cuadros estadísticos o flujos de mercado que no toman en
cuenta estos detalles. Las preguntas surgen por sí solas: ¿podremos cambiar
para que, en una situación futura de la misma gravedad, las respuestas sean más
asertivas y pensando en el bien común, pese al sistema en el que han crecido
las últimas generaciones bajo esa mentalidad? ¿Podremos aspirar a una sociedad
con buenos mecanismos de respuesta que protejan sus preciados bienes como salud
y educación?
En la biografía escrita por
Alonso Salazar sobre Pablo Escobar, el autor concluye con una pregunta hecha a
un hombre de confianza del famoso narcotraficante: “¿Qué significaría la muerte
de Escobar?” y tuvo por respuesta: “¡nada! ¡Absolutamente nada, todo seguirá
como antes!”
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