Sábado 11 de octubre. El día de la
sorpresa. Este era nuestro último día en este lugar y para tal ocasión, nos
habían dejado el plato de fondo: el santuario de Carhuac. La noche anterior
había llovido intensamente y temíamos que esa mañana íbamos a tener un nuevo
aguacero. Hicimos una previa visita al colegio para ver que todo quedase en
calma y organizado para la mañana deportiva y para el almuerzo. Habían
conseguido muchas truchas para que podamos comer luego del paseo. De ahí
comenzamos a subir al cerro Ventana para llegar al santuario. Por el camino de
ascenso ves el paisaje que rodea a Huaylillas. Premunidos de un poco de agua,
comenzamos a subir pausadamente, nos acompañaban dos profesores y el sacerdote,
joven él de Piura, para mostrarnos este bello tesoro. Antecede a la llegada al
convento, el cementerio del pueblo. En sus muros de protección y demarcación
vemos algunas cruces. Según nuestro guía, corresponde a vecinos que se pelearon
con varios de los habitantes del lugar y su idea es la observarlos diariamente
para ver las fechorías que cometían y descubrir la verdadera persona que se
oculta atrás de ese hombre o mujer ideal. Simpática anécdota. Lo interesante es
que hay de más de cuatro tumbas que corresponde a cada cruz.
Vimos los alrededores de este santuario,
creado por los jesuitas a mediados del siglo XVI (1650 aprox.) y manejados por
ellos hasta su expulsión de las tierras españolas cuando la compañía fue
disuelta en 1773; luego pasó a manos de
los franciscanos. Era una zona estratégica para la evangelización (ceja de
montaña o selva alta). Los datos para este santuario son pocos, aunque un
docente se ha preocupado en hacer una investigación detallada. Sería bueno ver
la posibilidad de cumplir con su posible publicación y tener acceso a archivos.
Antes de ingresar a la iglesia, fuimos al patio del claustro que nos da una
idea de lo importante que fueron estas instalaciones para el proceso de
evangelización de la selva norte peruano.
Si ubicamos este lugar en el espacio colonial, correspondía a la Intendencia de Trujillo y, si trazamos una línea recta imaginaria de penetración hacia el oriente, Huaylillas se comunicaría con la actual Tocache en la Región San Martín. Algunas de las construcciones en el claustro son empleadas, como el que correspondía a la gran cocina que es en la actualidad un gran depósito. Ingresamos a la iglesia por la puerta lateral para encontrarnos con una de las muestras más bellas y bastante conservada de arte barroco indígena. Su altar mayor está bastante conservado, cuenta con 10 hornacinas (dos sin imágenes), un sagrario de madera pintada y cuatro espacios de pinturas (los evangelistas), dos de ellas lamentablemente borradas. Las hornacinas han sido talladas en la piedra caliza, la cual ha sido pintada dándole una apariencia de mármol. Las imágenes corresponden a periodos diferentes. El tratamiento pictórico se asemeja al altar de la iglesia de Lucma, imaginería de ángeles, vegetación y frutas. Algunos altorrelieves han sido destacados con pintura dorada y se ubican en las hornacinas centrales. Es obvio que las imágenes actuales no les corresponden por las dimensiones de las mismas. La imagen de Dios creador de la parte superior está muy dañada y ya no tiene, por ejemplo, el rostro. Una buena restauración nos daría a conocer los procesos y todas las capas que han de encerrar tanto imágenes como las paredes.
Aunque recargada en detalles, el conjunto es esplendoroso, es un interesante ejemplo de los artistas que adecuaron las ideas evangelizadores a su propia realidad. Siendo un mundo agrario, este se ve en todas partes graficado y evocado. Hay otros dos altares en yeso laterales, no tan próximos al altar mayor. Estos son casi totalmente blancos, pero tienen varias partes polícromas; parece que anteriormente estaban profusamente pintados como el altar principal. Un estudio de la iconografía también nos permitiría ubicar todas las imágenes de manera temporal. No sé si algunas corresponden al periodo jesuita, esto es, el periodo inicial. Mención aparte merece el púlpito. Está hecha de madera polícroma tallada y presenta también a los evangelistas. Hay escenas de la Biblia en algunos de los marcos que hay enchapados. Urge una restauración antes que todo el monumento ingrese el periodo de escasa recuperación. Un detalle interesante es el viejo techo del templo: hay vigas para sostener el peso del techo de dos aguas: cada viga es un obsequio de algún vecino del lugar. Como la famosa contribución en adobes que se hacía en tiempos prehispánicos en el norte peruano.
Salimos para dar una caminata por la
verdura que rodea a este bello distrito; así íbamos identificando frutos y
plantas medicinales que hay de manera generosa en la zona. Un edén. A medida
que avanzábamos, el cielo se iba oscureciendo, amenaza de lluvia. Pero esta
esperó a que llegásemos a las puertas de Huaylillas para ver la caída de las
primeras gotas. Un poco antes de llegar a las primeras casas del poblado,
nuestro guía había comprado bastante pan, calentito, delicioso. Así nos
dirigimos a almorzar trucha y luego prepararnos para la clausura del evento,
puesto que algunas instituciones ya regresaban a sus lugares de destino. El
evento fue muy simpático, lo bonito era ver la cara de alegría de estudiantes y
profesores que veían el esfuerzo suyo recompensado por su trabajo conjunto.
Incluso se premió al equipo que ganó en las olimpiadas que se habían realizado
entre los estudiantes, mientras visitábamos el bello claustro por la mañana.
Así cerrábamos nuestra visita a este lugar paradisíaco.
El domingo 12 de octubre, iniciamos
nuestro poco accidentado retorno a Trujillo.
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