La idea de visitar Túcume me estuvo
rondando todo este año, habida cuenta que habían inaugurado un flamante museo
de sitio y eso era una verdadera justificación que movilizaría a algunas
personas más para ir a Chiclayo. Tres iban a ser mis secuaces viajeros: María
Ramos, Isabelle Lemoal y César Alva. Los cuatro decidimos salir el viernes 14
de noviembre para llegar por la noche y comenzar nuestros periplos por día y
medio. Antes había hecho gestiones para alquilar otro auto y fue una buena
decisión. El auto nos lo entregaron por la noche del viernes mismo y nos
decidimos ir a cenar a Pimentel. Antes de hacerlo, fuimos a un supermercado a
premunirnos de todo el material disponible: íbamos a tener un largo sábado y
así fue. Pero la ingrata sorpresa la tuvimos esa misma noche: al salir de las
compras, nos dirigimos hacia Pimentel, pero no sabía que a lo largo de la amplia
autopista que tenían, por obra y gracia del alcalde u otras autoridades
incompetentes, habían decidido hacer varios óvalos en una avenida de alta
velocidad. Y como las autoridades, varias de ellas, estaban en la cárcel, todo
el sistema vial era un caos. La
impresión de mis amigas viajeras no fue nada agradable y nubló lo que pudo ser
un viaje muy bonito. Para evitar ir hacia la deriva, decidimos retornar a
Chiclayo a cenar. Había estado una
semana antes por invitación de Liz Moreno, organizadora, promotora cultural y
artista de teatro y tuve la oportunidad de conocer algunas personas simpáticas.
Esa noche nos acompañó a cenar un joven arquitecto, Lyman, quien nos dio
algunos consejos para nuestro largo periplo del día siguiente.
El sábado 15 tomamos nuestro desayuno
temprano y fuimos por César que estaba en otro hotel. Lo recogimos de la plaza
de armas y nos dirigimos hacia Túcume, nuestro objetivo principal de ese día.
Atravesamos Lambayeque con un denso tráfico y, desde la desviación hacia Piura,
el transporte, sobre todo el pesado, amainó un poco. Sí veíamos muchas
camionetas de turistas; en realidad, el nuevo museo es una fuerte atracción turística,
pero con esa infraestructura vial no dudo que varios de ellos se habrán ido un
poco (o bastante) decepcionados. Los conductores de esos vehículos son bastante
irresponsables y corren de manera salvaje. Quizá para muchos de los que iban en
ese transporte inseguro era una experiencia de adrenalina, pero esos choferes
no reciben sanciones y no creo que lo hayan hecho previamente, ya que de haber
sido sancionados o amenazados de despido no lo harían, ¿o sí? Hubo momentos que
tenías dos camionetas intentando pasar a un bus y las dos casi en paralelo.
Salvajes.
Llegamos a nuestro destino final: el nuevo
museo. Por costumbre, ubiqué el auto en la primera instalación; pero ya no está
ahí la entrada. Hay una nueva entrada que da directamente al nuevo museo y luego
desde ahí tienes dos grandes zonas arqueológicas para visitar. El anterior
tenía una arquitectura peculiar que reproduce la usanza de construcción de la
zona con adobe, troncos de algarrobo. Ese detalle lo encontramos en la
tradicional iglesia de Mórrope, la cual no pudimos visitar esta oportunidad.
Pendiente.
El nuevo museo de sitio, abierto en el mes
de setiembre, es un verdadero homenaje a la cultura Lambayeque. Este nombre
viene de Ñam Pallec (retrato del hijo de Ñam La) y la historia tiñe la identidad
de esta región, aunque todavía falta mucho por sensibilizar a la población del
rico pasado que tienen y lo que pueden hacer con este. Es una verdadera mina de
oro y no solo como última cultura, ya que hay lugares como Ventarrón que se
remontan más allá de los cinco mil años. La Región Lambayeque cuenta con cinco
grandes museos de civilización precolombina; y hay la posibilidad de convertir
uno, Huaca Chotuna, en otro gran museo de sitio y la inclusión de Ventarrón
para la construcción de otro. Y otro espacio que puede incluirse en Batán
Grande. Es un lugar fascinante, pero hay mucho por hacer. Volviendo al museo,
las instalaciones son cómodos, frescas, interactivas (cosa que hay repensar en
los demás museos peruanos, así como educar a la gente en el uso de este
material que es para el beneficio de todos). La visita puede hacerse de manera
personal. Hay buenas maquetas, fotografías y museografía “amable”, si cabe el
término. Las salas amplias y vinculan la actualidad con las documentos arqueológicos
hallados y la cosmogonía que generalmente conocemos a través de su cerámica
pictórica y sus murales. Los datos etnológicos, lingüísticos, geográficos son
profusos, acompañado de buena documentación histórica. Además, el museo de por
sí es una joyita arquitectónica que ha malogrado el espacio intervenido para la
obra. La construcción equidista con los dos puntos más importantes del lugar:
las huacas que rodean al cerro Purgatorio (o La Raya) y la huaca Las Balsas.
Al salir de las instalaciones del museo en sí tienes dos caminos a escoger: hacia la derecha vas al conjunto de huacas; hacia la izquierda, Las Balsas. Optamos por ir hacia la derecha, ya que es un conjunto más grande para visitar.
Segunda parte de nuestra visita. En
realidad, lo que se puede ver es el cerro en sí, ya que toda esta zona está en
excavaciones, por ejemplo Huaca Larga. Esperemos que estas estén abiertas en
los próximos años. Visitar esta zona por la mañana, pese a no ser verano, es
fatigante, así que hay que ir con un buen sombrero, mucha crema protectora y
zapatos cerrados (no soy muy proclive por sandalias para caminar o subir a
lugares donde hay vegetación espinosa). En el trayecto se encuentran dos
lugares de interés: un mirador que permite ver el complejo en torno al cerro
Purgatorio y un vivero, donde hallas todas las plantas prehispánicas del lugar.
Interesante fue ver los diversos tipos de algodón, el cual ha caído en desuso y
crece como una suerte de mala hierba. Hay plantas que se usan en la actual culinaria
de la región, como el ají o el loche. Varios caminos están “enmarcados” con
enredaderas para lo cual se han construido soportes para que puedan adherirse y
crear pasajes que dan frescura bajo el intenso calor.
La tercera y última parte de nuestra visita
a Túcume culminó con la visita a Las Balsas. Antes de llegar al lugar a través
de un camino que pudo haber sido mejor trazado y con material del lugar (punto
en contra). En el camino se ha construido una réplica en miniatura de un pueblo
de la zona, con su iglesia y todo. Es una zona temática que sería el disfrute
de los niños; como no había alguno en el viaje, no sé cómo reaccionarían ante
este. Y cerramos nuestra visita a esta bella huaca profusamente decorada de
frisos. Esta huaca nunca la había visitado previamente, he estado más de diez
veces en este lugar y jamás había recibido información de la misma. El lugar
está bastante bien protegido contra las lluvias que suelen asolar esta zona en
las visitas de “El Niño”. La zona ha sido protegido gracias al apoyo del fondo
contravalor Perú-Francia. Las instalaciones cuentan con un pasadizo colgante
que te permiten ver toda la estructura desde una altura cómoda. Además cuenta
con carteles informativos que te contextualizan los espacios ya derruidos por
el tiempo.
La visita al museo fue un logro, llenó
nuestras expectativas. Y teníamos que complementarlo con más.
Así pues tomamos un atajo para llegar a
Ferreñafe y ver dos lugares de extraordinario interés: el museo Sicán y el
bosque de Pómac. El atajo está muy maltratado (¡Qué han hecho con sus
carreteras¡), ya no queda nada del pavimento que te permitía recorrer esto en
poco menos de media hora; ahora está muy maltratada. Pese a todo llegamos a
Ferreñafe para encontrarnos con otra realidad: todas las calles han sido
abiertas para realizar los cambios de tubería de agua y desagüe. Ingresar y
salir de esta ciudad es un calvario.
Alcanzamos el museo y lo visitamos sin contratiempos. El lugar es pequeño y la construcción no es tan apabullante como otros museos de la Región, pero la colección amerita una visita pausada; como el museo de Kuntur Wasi en Cajamarca, este también está dirigido por japoneses, pulcros en sus observaciones y profusos en la información. Las réplicas de las técnicas empleadas son buenas y mejor todo lo que uno va a encontrar en este lugar: el entierro de un soberano degollado y su cuerpo de cabeza como si se intentara regresarlo al vientre materno. Es un entierro único en el mundo. Lo triste es ver las dos docenas de mujeres que fueron sacrificadas para acompañar a este soberano, algunas de las cuales eran sus parientes directas por el estudio hecho de ADN. Además el tesoro que encierra, aunque no llega a la riqueza de las Tumbas Reales de Sipán, no deja de ser interesante, sobre todo las famosas máscaras de ojos alados que representaron la identidad arqueológica de esta zona con el famoso tumi, que fue robado del Museo de Arqueología de Lima y fundido por el inefable ladrón que quiso venderlo como oro puro. Francamente, si hay que desaparecer gente… Las escenificaciones de las técnicas metalúrgicas son buenas. Pero indudablemente, luego de visitar este museo, se debe ir al lugar donde se hallaron todos estos objetos: el bosque de Pómac.
Y para cerrar la visita nos fuimos a
Pómac. La carretera sí está buena, salvo un tramo y se puede visitar el lugar
con el mismo auto. Llegamos un cuarto de hora más tarde y quedaba menos de una
hora que cierren las instalaciones. Pómac es un bosque seco la mayor parte del
año y ha sido depredado por sus árboles. Ahora cuenta con protección y las
visitas turísticas han generado conciencia entre sus pobladores de lo que
significa preservar este lugar. Las numerosas huacas están en medio de la
vegetación y hace recordar esas vistas de las pirámides mayas en Yucatán o
América Central. Logramos ir hasta la huaca El Oro o El Loro y ver sus ruinas,
como parte del inmenso complejo que es Batán Grande. Luego de esta visita a la
huaca nos fuimos al gran mirador que nos permite tener una visión del valle del
río La Leche. Hubo varios turistas que llegaban al lugar a pie. Hay lugares
para hospedarse.
Así decidimos regresar a Chiclayo. María
condujo hasta la entrada de la ciudad. Nos fuimos a descansar para estar listo
para nuestra visita del domingo 16 y retorno a Trujillo.
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