“En el Perú puedes ser coquero, ladrón o mujeriego, pero no puedes darte
el lujo de ser maricón”. Con esta frase lapidaria, Jaime Bayly, a través de
la reflexión hecha por el personaje principal Gabriel Barrios en la novela La noche
es virgen, describe a una sociedad sumida en la hipocresía y con torcidos
valores, que incluso se inculcan en las familias para construir percepciones
determinantes que se alimentan de los medios de comunicación (programas
cómicos, por ejemplo) y en el lenguaje popular, son chistes sexistas y
homofóbicos.
En la construcción de género
del varón, una de las características aceptadas hoy por hoy es la del macho
quien tiene derecho a tener más mujeres, más “hembritas”. Este patrón es
incluso fomentado por sus compañeros y justificado como una condición natural
de los varones. He escuchado conversaciones interesantes, dentro de diversos
ámbitos, en las que los varones justifican la necesidad de perpetuarse en un
hijo no importando la mujer con la que uno tenga relaciones. Como varón, tiene
más permisividad o aceptación en diversos círculos en cuanto a reglas
trasgresoras como las indicadas en la frase con la que abro este artículo. Uno
puede escuchar censuras y reprimendas a nivel oficial o formal, pero en la
intimidad y círculos cercanos esto no es tan censurable como sí lo hiciera una
mujer. Un hombre ebrio no es “tan censurado” como lo puede ser una mujer: un
marido borracho frente a una esposa ebria. Los niveles de tolerancia
desarrollados en nuestra sociedad son bastante distintos ante una mujer como
ante un hombre.
En la construcción de género,
hay acciones cotidianas que las familias antiguas marcaban claramente: un
sector de la casa netamente femenino (cocina) y otros espacios masculinos (la
calle). Ahora hay otra movilidad, pero seguimos actuando de la misma manera.
Así se construye la percepción y prejuicios de niños y jóvenes. Pese a los cambios
experimentados en los últimos siglos promovidos por las mal llamadas minorías
(no creo que la mujer que conforma un poco más de la mitad de la humanidad sea
“minoría”) en los que estas han ganado derechos a fuerza, muchas veces, de
golpes, sinsabores y fracasos; aún falta mucho por que un sector cada vez más
pequeño cambie su percepción de las cosas. Lo mismo pasa con el problema racial
y con las comunidades LGTB. Los rechazos a los cambios por estos grupos se
basan en argumentos muy débiles y fundamentados más en el temor y rechazo que
en el conocimiento. Esto hace entender la reacción destemplada y grosera de un
periodista, quien tuvo que ser sacado del aire, pues sus obtusos comentarios
cargados de odio visceral no solo comprometían al periodista en cuestión, sino
a la emisora, al convertirla en una caja de resonancia de machismo puro y un acto
total abierto de discriminación. Sin embargo, hay una serie de personas que
simpatizaron con sus comentarios, pues se identifican con estos.
Largo camino por recorrer.