La semana de Fiestas Patrias
empezó con algo realmente sorprendente: viajar con la troupe de Olmo Teatro a
la historia y a las raíces de nuestra compleja peruanidad. Un viaje hilarante a
nuestros grandes secretos atávicos y los datos dolorosos que forman parte de
nuestra sociedad, en la que en momentos como estos nos ponemos a meditar. Qué
buena manera de haber empezado un viaje a los momentos en los que los peruanos
nos sentamos a meditar lo que es nuestro país, nuestro proyecto como nación, y
los desafíos y fracasos que tenemos que enfrentar como una país en formación.
La obra se emparenta a Don
Quijote, agudo observador de su época, que narra las miserias de una sociedad
que se levanta como un gigante de pies de barro. A través de la boca de un
soñador o un hombre práctico como lo es Sancho se desnudan las farsas que nos
rodean a través de personajes que se cruzan en su caminar. Las ilusiones que se
van creando oficialmente por diversas instituciones son desenmascaradas lentamente
para que el crédulo se convierta en un incrédulo racionalista y escéptico que
somete todo a la duda. Extrapolemos esa realidad ficticia a la ficción que
vivimos todos los días los millones de peruanos encandilados por las noticias, los
agoreros económicos, los vendedores de cebo de culebra y los políticos que nos
prometen el cielo para recibir espinas. Cervantes escapó de la hoguera, pues su
Quijote era un loco; por lo tanto era un
personaje carente de juicio. Sin embargo, sus palabras desnudaban las
flaquezas de un país que se jactaba de rico y sus habitantes se veían
presionados por la miseria y la violencia. Por eso, un gigante de pies de
barro.
A través de los diversos
personajes que recorrieron las tablas del escenario este último martes nos vimos
retratados tal como somos. Hay momentos de solidaridad, de gestos nobles; los
hemos visto en los últimos huaycos que asolaron a Trujillo y movilizaron a
diversas personas e instituciones a ayudar. Pero también hubo los lados oscuros,
gracias a los vivazos, a los embusteros, a los criollazos que roban la buena fe
de la gente o usan la necesidad ajena como propaganda política; personajes que
estafan descaradamente al buen hombre o al ciudadano honrado. No hay que hacer
mucho esfuerzos para darnos cuenta que el escenario teatral se traslada a la
calle, al día a día. Así vemos que se premia al desleal y se tilda de zonzo al
leal y honrado; el Congreso de la República es un escenario digno al que solo
le falta poner un telón.
Al caer el telón ese día,
luego de casi dos horas de reír y de sentirnos decepcionados por alguna
injusticia, de sorprendernos de ciertas reacciones y de desternillarnos de risa
por algunas frases memorables, volvimos a nuestro roles de la vida cotidiana.
Pero espero que esas máscaras que
son nuestros roles diarios se hayan resquebrajado en algo para ver un país
diferente. Tengo fe que así haya sido.