La suerte de Yohny Lescano
está echada. Las evidencias de acoso sexual, sembradas o no, han sido las
suficientes para que este otrora paladín de las causas nobles y justas en
nombre del pueblo queden borradas de un plumazo. Ha pasado a engrosar la lista
de cadáveres políticos que van quedando de este inefable y lamentable grupo de
congresistas y la miasma en que se ha convertido la política en nuestro país en
los últimos meses. Lescano, como muchos políticos, hizo su carrera en provincia,
entre Puno y Arequipa, y últimamente representó a Lima, como muchos
provincianos que se catapultan para conquistar la capital. Así pues, su paso
por el Congreso quedará en el recuerdo de haber sido un mañoso más que anduvo
por este hemiciclo. Que Lescano haya caído en una trampa es bastante factible. De
haber sido ese el hecho, le ha faltado muñeca para manejarlo, habida cuenta de que
es un personaje que estaba en la mira de sus rivales. Pero su absurda reacción
de echar la culpa a otros sobre un acto que debió haber sido reconocido como
suyo lo desdibuja completamente y cualquier explicación ofrecida suya ya es de
por sí deslegitimada. Ofrecer las disculpas para resarcir un poco su alicaída
posición hubiese sido lo recomendable. Pero iba hundiéndose en un pantano de
justificaciones que nacían muertas de credibilidad. Sea desaforado o no, no
logrará resucitar después.
La sorpresa grande no ha sido,
sin embargo, el hecho censurable de Lescano, sino la reacción de toda la jauría
de congresistas (incluso de su bancada) y políticos, quienes han aprovechado de
lapidarlo lo más posible y gritar a los cuatro vientos su acto doloso para así
desviar nuestra atención o tapar las fechorías que no dejamos de descubrir cada
día a través de diversos medios. Las manifestaciones de solidaridad con la
periodista acosada han sido tan fingidas, puesto que muchos de estos
“solidarios” no tuvieron ningún reparo de proteger a Moisés Mamani e, incluso,
humillaron a Lana Campos, la azafata que sufrió la agresión por parte del
congresista puneño. Los medios han dado cabida a muchos de estos personajes,
notables sinvergüenzas, a exponer su posición sobre el acosador e incluso
censurarlo. Por ejemplo, Mauricio Mulder tiene el suficiente descaro de opinar
sobre su colega, mientras arrastra evidentes casos de tráfico de influencias
por tres trabajadores recomendados. O ver a muchas congresistas de FP salir del
hemiciclo, habiendo blindado a Mamani y López Vilela. Este último tuvo la
desfachatez de acosar a una colega de su misma bancada: Pilar Noceda. La
deplorable actitud de Milagros Salazar de haber dudado de la víctima del
acosador puneño, pero poner las manos en el fuego por Héctor Becerril tiene una
sola explicación: cinismo.
En el mundo infantil, el
acusete es la persona que delata a otro para lograr un reconocimiento por parte
de sus mayores o, muchas veces, para ocultar una malacrianza. ¿Cuál es la
figura que aplica con estos personajes?