Por varias décadas la vida ha
sido dura para miles de compatriotas que tuvieron que partir presionados por la
situación económica que atravesábamos desde los años finales del segundo
gobierno de Fernando Belaunde, la presencia creciente de Sendero Luminoso, el
nefasto primer gobierno de Alan García, el recrudecimiento terrorista en
nuestro país y el terrible paquetazo de Fujimori en su primer gobierno. Muchas
eran las condiciones políticas, sociales y económicas que asolaban a la
sociedad peruana. Eran años que, a diferencia de sociedades estables, las más
frecuentes reuniones de amigos eran para despedir a uno u otro que se iba a
estudiar, trabajar o, en el peor de los casos, a tentar suerte fuera de nuestro
país por lo insostenible de nuestra realidad. Miles de peruanos prefirieron
coger sus bultos y partir dejando atrás una patria desolada, violenta, egoísta.
Esa situación hizo que muchos países cambiaran sus regímenes migratorios para
controlar ese desbande humano. El fuerte flujo migratorio hacia varios países como España e Italia, permitían un sueño europeo para muchos latinos y, con una migración tan fuerte que hizo reaccionar violentamente a la sociedad española al
hallarse, de pronto, rebalsada por un flujo migratorio, no solo de
latinoamericanos, sino de magrebíes, africanos saharianos, europeos del este.
Sus calles, servicios, e incluso carreteras, se llenaron de emigrantes
desesperados por hallar una vida mejor o, por lo menos, algo de condiciones de
vida básicas satisfechas. En esa oleada migratoria, fueron personajes
marginales que hallaron una sociedad incauta, cándida, fácil de engañar; así
surgieron varias bandas delincuenciales que hicieron su “América” en una España
desesperada por hallar un control. Pero no eran todos los migrantes.
La visa española de 1994 fue una
respuesta ante los acontecimientos, la que nos encontró un poco desprevenidos. Ese
año tuve la suerte de ganar una corta beca en Dinamarca. Un mes antes de mi
partida, España implementó, de manera unilateral, dicha visa para colombianos,
ecuatorianos y peruanos. Mi llegada, aquella vez, a España no fue grata. El
trato general de mucha gente era un poco hostil contra los “sudacas” que
llegaban por cientos. Ese término se generalizó. A mi retorno, nuevamente pasé
por Madrid. En el vuelo iban unos tres o cuatro pasajeros deportados. Hablé con
uno de ellos; estaba desolado, sin dinero, extraviado en su angustioso regreso
a Lima, lugar adonde iba con incertidumbre.
Quienes hayan experimentado la
sensación de ser un extraño “peligroso” comprenderán la realidad que pasan muchos
venezolanos que tratan de buscar un futuro mejor. Identificados como
peligrosos, son humillados por personas de escasa empatía y, por qué no
decirlo, llenos de resentimiento. Los venezolanos están “quitando” el trabajo a
peruanos; de ser así, eso es lo que están haciendo ahora los más de dos
millones de peruanos que viven en el extranjero.