La RAE
dice de la palabra “blindar”: Proteger
exteriormente con diversos materiales, especialmente con planchas metálicas,
una cosa o un lugar contra los efectos de las balas, el fuego, etc. La RAE
también sugiere su sentido figurado, el cual se entiende como una protección de
una persona o idea; se sugieren diversos sinónimos, entre ellos, fortificar y atrincherar. En el mundo político peruano, como en el del hampa,
ha ido adquiriendo una nueva acepción: encubrir.
Las gestiones
de encubrir actos delictivos de algunos congresistas de diversas tiendas
políticas, bajo el manto de la legalidad, han hecho debilitar cada vez la
credibilidad en el Congreso de la República, uno de los principales poderes del
Estado, así como su real capacidad para actuar frente a los problemas que
aquejan a nuestra nación. El grueso de congresistas maneja diversas estrategias
que les permite cierta eficiencia con el fin de “avalar” a colegas que reciben
denuncias de toda índole y que generan un rechazo en la opinión pública, no
solo nacional, sino internacional. Tanto denuncias de acoso como acciones
abiertamente delictivas (tráfico de influencias, indicio de lavado de dinero o
robo sistemático) no han hecho sino hacer actuar a muchos integrantes del
Congreso con un extraño espíritu de cuerpo, accionar que muestra a una
comunidad tan carente de valores positivos, la posibilidad de delinquir
descaradamente y recibir muestras de solidaridad partidaria, como las que hemos
visto en casos sonados de Yesenia Ponce, Moisés Mamani, Héctor Becerril, Edwin
Donayre, Mauricio Mulder, Jorge Del Castillo, Javier Velásquez Quesquén, entre
otros más. La pléyade es amplia y vergonzosa.
La
presión de la opinión pública hizo “reaccionar” a los dilectos y no les quedó
otra que dejar a su suerte a Moisés Mamani y Edwin Donayre; el primero está
permitiendo descubrir cada vez más evidencias de ser un personaje forjado en
los bajos fondos. Donayre actuó tan “hidalgamente” que no le quedó nada más que
llorar al estar solo con su suerte. Becerril ha reaccionado indignado por el,
dizque, cargamontón en su contra. Lastimado en su espíritu político ha decidido
abandonar estas arenas para el dolor de sus colegas partidarios, no sin antes
haber sumido a Chiclayo, junto a sus compinches, en el caos y el abandono de
fondos internacionales para mejorar la calidad de vida de una ciudad necesitada
de planes costosos de inversión en servicios públicos. El escándalo chiclayano
ha embarrado a otros cuestionados personajes como Velásquez Quesquén y Jorge
Bruce por las fuertes evidencias de tráfico de influencias. Pero el Congreso
sigue siendo el manto protector de evidencias cuestionadas: el archivamiento de
la denuncia contra Jorge Del Castillo por parte de la Comisión de Ética (¿?),
pese a todas las evidencias, es una muestra más del sentido de impunidad que
caracteriza a este Congreso.
Un Congreso para el
olvido. Un Congreso para la vergüenza