En poco más de una semana, los peruanos recordaremos el inicio de un confinamiento riguroso acatado por varios ciudadanos, temerosos del avance de una pandemia incontenible. Este aislamiento forzado desnudó muchas fallas de un sistema que se pensaba ideal para lograr el ansiado desarrollo económico. Todo esto se comenzó a desmoronar en menos de una semana desde ese 16 de marzo. Desde inicios del 2020, las noticias que llegaban desde Asia y Europa eran cada vez más alarmantes; era cuestión de días o semanas que América Latina tomara medidas para enfrentar este mal que comenzaba a cobrar vidas rápidamente. Cada país trató de sortear la pandemia a su manera: algunos de manera drástica, como nosotros, pero con saldos terribles; otros relajados, como USA, Brasil, Suecia o México, también con saldos de espanto. El caso brasileño vive una situación extrema y se torna una amenaza para los países vecinos por su nueva temida cepa. Solo dos países latinoamericanos han salido de manera airosa frente a este drama mortal: Uruguay y Cuba. Al ver sus cifras de contagios y de fallecidos son bastantes bajas a moderadas. Incluso Cuba ya apunta hacia su propia vacuna.
Desde el momento del encierro,
el miedo y la pérdida del trabajo, más nuestra alta tasa de informalidad,
comenzaron a mellar la salud mental de la población. Las redes se volvieron un
medio para acrecentar la incertidumbre ante esta nueva situación: negacionismo,
atentado global, recetas y respuestas erráticas, exacerbación del aislamiento
fueron los primeros mensajes virtuales. Muchos negaron la existencia del virus:
una creación mediática de círculos de poder. Recuerdo una pregunta hecha por
una persona, en tono de burla, en redes de si conocíamos a alguien quien haya
muerto por este virus. A estas alturas, incluido yo, hay muchísimos que podrían
responderle con mucha tristeza que sí. Hubo personajes mediáticos que se
burlaban de las medidas y, de pronto, se vieron infectados del mal; algunos,
incluso, abusaron de privilegios, los cuales ellos mismos critican. Vino la
retahíla de recetas para el tratamiento, sugiriendo todo tipo de medicamento. Queda
en nuestra memoria el consejo de Trump que casi llevó a la muerte a varios de sus
seguidores. Luego la vacuna, el rechazo a esta, las teorías desopilantes sobre
las mismas que llevaron a situaciones tan ridículas como la destrucción de
torres de comunicación. Surgieron los antivacunas sembrando más dudas y alarma
entre la gente cada día más deprimida. Ahora que las vacunas llegaron a nuestra
nación, vemos a personas que, inicialmente críticas, exigen celeridad para su
aplicación e, incluso, muchos pierden la ecuanimidad y actúan del mismo modo
censurable como Vizcarra y sus ministros.
1 comentario:
Es verdad... un país sin cultura es fácil presa del pánico, más aún en una situación por demás caótica y angustiante como la que vivimos.
Un año para recordar y mil casos, como los que bien mencionas, para aprender y tratar de no cometer los mismos errores, porque, como bien dice García Márquez en su inolvidable novela, "las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra». Al menos no deberían tenerla.
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