En clases de lengua durante la
preparación de varios estudiantes míos con el fin de hacer un buen discurso sobre
un tema libre de su preferencia, les pedía que fuesen muy cuidadosos en la
selección de sus argumentos, en la construcción textual escrita (términos
adecuados, orden argumental, estructura) y en la expresión oral que tenía por
finalidad no solo exponer sus ideas, sino acompañarlas con todos los recursos
paralingüísticos que apoyasen su tema, que enriqueciesen su capacidad de
persuasión. Durante la preparación abordamos todos estos puntos con ejemplos
que mostrasen las buenas, así como las malas prácticas en la construcción de
uno. Generalmente se recurre a ejemplos tanto de mala estructuración de ideas
como de un vocabulario de infeliz uso que terminaban por derrumbar un tema
interesante para cualquier público; pero también tenemos algunos ejemplos
simpáticos de creaciones textuales muy bien estructuradas sintácticamente, pero
son incomprensibles. Tal es el caso del famoso glíglico, una suerte de lengua
inventada por Julio Cortázar con la que escribe todo el capítulo 68 de su
famosa novela Rayuela. Al leerlo, hay una identidad sintáctica, capacidad
lograda por una persona que maneja la lengua con brillantez. Otro personaje
capaz de construir textos vacuos reforzados por una verborrea proverbial era
Cantinflas. Ambos personajes fueron utilizados con un propósito de
contraejemplo de un buen texto para un discurso. Estos genios artísticos
estiraron la capacidad lingüística para demostrarnos, por oposición, usos y
abusos de nuestro idioma. Sin embargo, Karina Beteta, vicepresidente del
Congreso, dio un discurso al mejor estilo cantinflesco, obviamente no con la
intención de parodiar aberraciones discursivas. Lo peor de todo es que este
discurso fue pronunciado durante la inauguración de un curso de formación para
escolares, que en su conjunto reciben críticas veladas por su baja compresión
lectora y razonamiento verbal. Espero que a estos alumnos no se les evalúe
semejante ridiculez. Irónica e desopilante situación.
En la búsqueda de un
vocabulario adecuado para el discurso de mis alumnos, discutíamos el uso de
diversos términos de manera apropiada para un contexto u otro; comentábamos
sobre el éxito de un término u otro, caso los apodos, tan frecuentes en la
sociedad peruana, a tal grado que reemplaza al verdadero significante que se
le otorga a uno en la sociedad (ergo, nombre de pila) hasta reemplazarlo en su
totalidad. Eso sucede, por ejemplo, con el famoso Pichulita Cuéllar, cuyo
nombre nunca lo conoceremos durante la breve novela de Mario Vargas Llosa, Los
cachorros. Lo interesante es la evolución de un determinado apodo en ciertos
contextos, como está pasando en el mundo político peruano. Los Codinomes, nuevo
término surgido por las circunstancias, es la nueva caja de sorpresas que
tenemos.
Estamos recibiendo, pues, motivadoras
clases de lengua gratuitas.
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