La visita a Piura fue con toda una buena búsqueda cultural y gastronómica. La llegada a una ciudad costera de nuestro país es siempre decepcionante, un espectro que abarca desde lo social hasta lo estético. La entrada a nuestras ciudades son lugares donde por razones obvias se asientan los cinturones de pobreza socioeconómica; y estos crecen sin ningún orden urbano, con un sentido de precariedad que alimenta nuestra sensación de soledad como viajero: estamos entrando al espacio del qué pasará. Como peruanos que somos, domeñamos esos códigos urbanos, pero, viéndolo bien, es una muestra de nuestro actuar cotidiano, centrado en la improvisación y en hacer las cosas a medias (como recordando en paráfrasis visuales arquitectónicas, la frase del expresidente Prado Ugarteche: "en el Perú hay dos tipos de problemas: los que arreglan solos y los que nunca se arreglan") Y esa es la sensación de cualquier ciudad de nuestro país: todo está a medio hacer, no hay cosas concluidas. Quizá en viajes por la selva, con la feraz vegetación (eso percibí en Iquitos); o en la sierra, con los apus tutelares, esta sensación se diluya un poco, puesto que el contexto geográfico hace, en cierta manera, más "tolerable" esa vesánica costumbre de lo medio hacer; pero es en la costa, la zona en que se desnuda con mayor facilidad esa muestra de lo medio pelo de nuestra ciudad, forma de pensar y vida además.
Piura no escapa a ese molde costeño. La ciudad antigua, la de calles estrechas, la de veredas altas, la de plazas simpáticas está sucumbiendo a la acción de la "modernidad", gran eufemismo que permite a cualquier individuo tomar acciones sobre diversos espacios arquitectónicos y demolerlo; peor aún, dejan caer las casas por la acción del tiempo y la desidia de todos (los peruanos debemos competir en el Guiness de actitudes, quizá ganemos en ese rubro). La última vez que estuve por Piura, ya más de 3 años, vi casas en deterioro; mi reciente visita me ha mostrado una ciudad que tiene la mayor parte de sus manzanas centrales derruida o en el piso. De seguir así, la Piura que conocí hasta los 4 años y la que fui recondando en los frecuentes viajes que hice desde 1993, no será nada más que imágenes de una ciudad que quedará en las fotos antiguas o en las páginas de la extraordinaria novela LA CASA VERDE de MVLL. Barrios como la Mangachería o la Gallinacería serán nombres evocados ahí, en la novela. Piura me da pena, cae sin piedad ni orden y su centro viejo ha sido objeto de toda la rapiña posible. En fin.
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