El último día de 1973, toda mi
familia se mudó de Arequipa a esta ciudad. Por razones laborales y
sentimentales, mis padres decidieron levantar un negocio y nuestra residencia
por estos lares. En ese entonces, Trujillo se recuperaba del fuerte sismo de
1970 que había dejado por los suelos casas, iglesias e instituciones diversas;
un alumbrado público débil y el servicio de agua potable muy deficiente, pues
las aguas subterráneas no daban abasto a una ciudad sea por los daños
infligidos por el sismo o por el crecimiento un poco desordenado de este
entonces.
Aunque no residía en esta
ciudad, mi familia y amigos me contaban sobre la nueva ola migratoria que
venía a Trujillo huyendo de la violencia terrorista o del galopante
narcotráfico que hizo de nuestra ciudad un centro neurálgico del mismo.
Diversos reportajes nos dieron una fama nada grata, habida cuenta que iban apareciendo
extrañas fortunas las cuales nos siguen generando serias sospechas. También fue
el inicio, desde el gobierno de AGP, de un éxodo de trujillanos y de peruanos
que huían del descontrol, la inflación y la violencia sediciosa. Surge una
alternativa desesperada al caos económico: el comercio informal masivo con La
Hermelinda como máxima expresión. Hacia fines del gobierno de AGP, una nueva
realidad cambiará nuestro rostro físico y social: Chavimochic. Este generará un boom
en la agroexportación, como sucede en otras zonas de la Costa peruana, y acarreará
dos cambios drásticos: el entorno físico (tropicalización y napa freática) y una
gran movilidad social: surgen barrios itinerantes como Alto Trujillo, el cual
ahora pugna por ser distrito. Un efecto lateral fue el incremento de la
violencia. A fines de los 90 y la primera década de este siglo, nos convertimos
en la capital de la violencia, cuyos rezagos seguimos arrastrando. Muchos
posibles visitantes evitaron nuestra ciudad por la alarmante visión que se nos dio
y nuestro silencio cómplice. Sin embargo, la inyección de dinero trajo muchos
migrantes de todas partes del Perú e, incluso, países vecinos. Por la crisis del
2008 en el mundo y, sobre todo, España, algunos trujillanos intentaron el
retorno, pero fue un proceso muy frustrante; la ciudad no era capaz de
establecer reglas claras de convivencia. Grandes bandas de crimen organizado surgieron
haciendo negocio con la extorsión, y “exportando” e “importando” delincuentes. Hubo
gente en la policía y el Poder Judicial que actuaron de manera proba contra
ellos. La última oleada es la venezolana. Hay buenas y malas personas, como
cuando los peruanos “invadimos” Chile, Italia, España o Japón. Hay casi 1
venezolano en cada 10 residentes; han transformado nuestra ciudad. Pasará lo
mismo como lo hicieron peruanos en USA, Argentina, Chile o Japón. Serán parte
de nuestro acervo cultural y social. Se afincarán, tendrán familia; harán su
futuro como lo han hecho nuestros familiares y amigos en otros lares.
Así
llegamos a nuestro Bicentenario.