Al repasar el libro
Peruanismos de la controvertida lingüista Martha Hildebrandt, (Pág. 421-423,
primera edición, 1994), nos encontramos con la palabra “trome”, la que es explicada
por la investigadora como un término de la replana (no confundir con jerga) que
ha ido escalando todos los estamentos sociales llegando a ser usado en ámbitos
cultos coloquiales para referirse a una persona “experta” en una materia u
oficio. En el 2010, el entonces presidente de la Academia Peruana de la Lengua,
el también lingüista Rodolfo Cerrón Palomino, presentó un buen número de
palabras y modismos en los que se incluía el término trome para su aceptación
en el vasto vocabulario del español. Esta palabra no aparece en el Diccionario
Panhispánico de Dudas y aún no se registra para su uso en la página virtual de
la Real Academia de la Lengua (RAE). Sin embargo, en algunos diccionarios
virtuales de traducción, la identifican como un adjetivo cuyo significado es
“experto”. Según Hildebrandt, esta palabra viene de “maestro” que sufrió un
proceso de relajamiento en su pronunciación descuidada y luego una inversión
silábica: simplificando, maestro
devino en mehtro y luego en tromeh. Un trome es, pues, un maestro en su rama u oficio: es un
capaz, experto, diestro; un capo en el sentido positivo del término.
¿Tomando las últimas ideas
expuestas en el párrafo anterior, son estas las cargas semánticas que los más
de seiscientos mil maestros (profesores, docentes) llevan en sí y son
percibidas y aceptadas en la actual sociedad peruana? Haciendo un alto a
nuestras actividades, nos ponemos a reflexionar sobre la opinión que aún tengo
de mi profesor de primaria, secundaria, universidad; de mi más pequeña escuela
o hasta el más caro colegio de mi ciudad; del modesto instituto o la
universidad más cara en la que estudié. Pese a los altibajos y bemoles que uno
tiene en la vida, estoy muy agradecidos con todos ellos. Cuando pequeño, el
profesor era una figura respetada en la sociedad; éramos, como sucede con todo
niño o joven, una pandilla de mocosos que teníamos que aprender. Los maestros,
humanos ellos (hay que recordarlo), celebraban nuestras chanzas o nos
sancionaban por nuestras acciones incorrectas. Los respetábamos, pese a la
cantidad de apodos e insultos que recibían; sin embargo, ese era un síntoma de
que ellos eran parte importante de nuestras aún pequeñas vidas. La sociedad los
respetaba. Pero, diversas situaciones fueron cambiando. La docencia ha estado
siendo maltratada por el progresivo deterioro a causas de una serie de
condiciones en detrimento de la carrera profesional (bajo puntaje en los
exámenes de ingreso, escala salarial, brecha tecnológica, carencia de vocación)
así como la excesiva burocratización de todos los procesos de la enseñanza, ni
qué decir de los abusos legales contra ellos o colegios casi ligados a la extorsión: todo esto afecta la
imagen del docente en la sociedad actual.
¿Con todo esto, puede el
maestro volver a ser trome?