La protesta es tan antigua
como la humanidad, es una manifestación de nuestra disconformidad o incomodidad
frente a determinada situación. Según la RAE, es “expresar, generalmente con vehemencia, su queja o disconformidad”.
Además, es “expresar la oposición a alguien o a algo”.
A lo largo de la historia, la humanidad ha tenido diversos momentos de
protestas sociales que han permitido avances en la condición humana.
Recordemos: cada primer día de mayo, muchas personas conmemoran un triste
sofocamiento contra grupos de obreros en Chicago por las condiciones laborales;
tras varios días de violentos desenlaces que causó la muerte de varios obreros
y policías, los trabajadores obtuvieron paulatinamente las 8 horas laborales
(derecho que se está perdiendo en nuestros países por las formas peculiares del
libre mercado). El movimiento femenino recuerda cada ocho de marzo la masacre
de casi un centenar de mujeres obreras en huelga por pedir mejores condiciones de
trabajo. Ambos hechos luctuosos nos permitieron acceder a logros que, en cierta
forma, ahora gozamos.
La parte protestada no ve con
buenos ojos estas acciones. Trata de minimizar las razones de la protesta, así
como desacreditar a las personas que la incitan. Nuestro país vivió durante el
fujimorato una campaña de demolición contra todos aquellos que iban
cuestionando la corrupción y la pérdida de derechos (trabajo, comunicación,
educación) que se fomentaba abiertamente durante la década de uno de los
regímenes más corrupto del planeta. Frases peyorativas, falsos testimonios,
historias sembradas, fueron algunos de los sucios recursos que se emplearon
contra abogados, sindicalistas, estudiantes, periodistas que buscaban desnudar
la escandalosa corrupción de la época. Y así cayó la dictadura. Sin embargo,
fuertes secuelas de aquella época quedan en el imaginario social. Una persona
que protesta es un agitador, un desadaptado, un rojo. Esos son los
calificativos incluso otorgados por los medios. Lo tratan de deslegitimar ante
la sociedad. El hecho de protestar por un derecho perdido hace que incluso una
persona mediática califique esta acción de “acto terrorista”. Aún la palabra
“sindicato” suena mal, incluso, a los oídos de las mismas personas que ven cómo
cada día van perdiendo sus derechos laborales y sus condiciones de vida.
La sociedad, no
obstante, ha ido desarrollando un compromiso sistemático para velar por sus
intereses. Ayuda a ello que los medios virtuales permiten una rápida difusión
de hechos censurables que conmueven a la opinión pública. Desorganización,
explotación, falsas promesas, descoordinación, corrupción, uso ilegal de
recursos públicos, hechos que ahora son más expuestos que antes, son
manifestaciones que provocan la legítima reacción de varios ciudadanos al ver la
malversación e incapacidad de personajes públicos que fueron elegidos para
velar por nuestro bienestar. A golpes estamos aprendiendo. Esperemos que no sea
en vano.